Érase una vez un poeta beatnik, érase una vez un viaje a la India, érase una vez un compendio de libros y crónicas de Allen Ginsberg: ‘Diarios indios’.

Allen Ginsberg (1926-1997) formó parte de aquel trípode literario genuinamente americano que fue la Generación Beat, aquellos beatniks aletargados que iniciaron el largo camino de EEUU hacia una particular subcultura intelectual, revolucionaria y contestataria, mucho más inocente que la europea, pero quizás mucho más influyente. William S. Burroughs y Jack Kerouac fueron los otros dos asideros de aquel estallido inicial en los 50 y principios de los 60. Se publican ahora en español, completos, sus ‘Diarios indios’ (Ediciones Escalera, 17,95 euros, 248 pág.).

Ginsberg fue un icono, un mito, un reputado autor que alcanzó la élite pero también una bala perdida capaz de anotar detalladamente cada enfermedad y cada suceso truculento que tuvo en aquel viaje disparatado en busca de la espiritualidad perdida que hizo con su amante, Peter Orlovsky. Buscaba en aquellos días lo que Occidente había perdido. Aquello fue antes incluso del viaje de los Beatles, antes de que la contracultura occidental creyera que en la India estaba el alma perdida. Un asidero espiritual y religioso que pudiera sustituir al ya vencido y renqueante cristianismo tradicional, ya fuera católico o protestante. Tiempo atrás había pasado horas leyendo los libros sagrados indios (como el Bhagavad Gita) en busca de esa estabilidad que había perdido de tanto bote y rebote existencial entre las carreteras americanas, los viajes a Marruecos y las discusiones de escritores.

Allen Ginsberg antes de la India

Ya en la India, en su casa de Benarés

De aquel viaje entre 1962 y 1963 surgieron los libros que conforman los ‘Diarios indios’. Junto a Orlovsky, dejándose barba y vistiendo como los indios, caminaron por las sendas de un país que era de otro mundo; Ginsberg caminó el lodo del país, viajó en los demenciales trenes indios, extrajo todo el conocimiento que pudo de los santones, contempló los rituales funerarios de Benarés, se perdió en Calcuta, conoció los abismos del shock cultural, de las drogas y de la enfermedad, dibujó puentes y cuerpos, se abrió camino ante otras percepciones, preparó el terreno para las legiones de náufragos espirituales que acudirían a la India como sedientos en el desierto… pero sobre todo escribió, y escribió mucho.

En 1970 se publicaron en inglés aquellos diarios, una espoleta retardada que lanzó sobre el inmenso país de selvas, desiertos y ciudades infinitas a todos aquellos peregrinos místicos que seguían a pies juntillas las reflexiones personales de Ginsberg, llenas de poesía, lirismo y sutileza destilada de ser un indio más sin serlo realmente. Es un autor que se pregunta si aniquilar los mosquitos que le pegaron enfermedades y convirtieron las noches en pesadillas va contra la espiritualidad india, contra ese karma que empieza a brotar como un recurso más entre los occidentales. Es un frustrado americano que se subleva al ver la miseria infinita de la India, pero que sigue viajando ensimismado en su propia búsqueda.

Un hombre lleno de contradicciones que conoce el opio y lo usa, que parece un manual del turista blanco en un país asiático y oscuro: del Ganges a Benarés, de los santones hieráticos a los funerales… todo lo observa, retrata y destila. El resultado es más que poesía, es el retrato de un país que se exhibe sin intermediarios, abierto y totalmente generoso con el que llega a sus fronteras. Mucho más que un poemario, mucho más que un beatnik de viaje, un rostro pintado con palabras. Los poemas y textos son visionarios, llenos de una intimidad y sello personal que los hacen realmente auténticos por haber sido escritos sin maquinación, sólo experiencia y confesión. Y talento, claro, para poder cifrar en palabras todo aquello.