Las señales están ahí desde hace mucho tiempo, pero pocos se han querido dar cuenta hasta que ha sido demasiado tarde. Las investigaciones iniciadas hace años ya dan sus frutos, y revelan el inquietante escenario que se ha creado.
Para empezar el cambio climático empezó a sentirse de verdad a partir de los años 40, coincidiendo con un repunte espectacular de la producción industrial en varias zonas del planeta por culpa de la guerra. El Centro ARC de Excelencia para la Ciencia del Sistema Climático publicó recientemente en Enviromental Research Letters el resultado de uno de sus estudios que demuestra que los primeros signos de calentamiento se produjeron en los años 40 del siglo XX. Históricamente se considera que las primeras señales globales fueron a partir de los años 60, cuando el mundo industrializado, tras recuperarse de la guerra, producía ya a pleno rendimiento. Sin embargo este estudio demuestra que ya fueron visibles en Australia, sudeste asiático y parte de África en los años 40.
La razón de que fueran los trópicos los primeros en dar señales de alarma es porque el rango térmico de esas zonas fue mucho más estrecho: cambios más pequeños se observaron con más facilidad. Y cambiaron lo suficiente como para ser anormales. Las temperaturas medias se dispararon de forma brusca en un corto espacio de tiempo. Más hacia el norte es más complicado porque las horquillas de variación son mucho más amplias, con lo que las variaciones casuales que se convierten en crónicas no fueron detectadas hasta los años 80. Las últimas regiones en sentir los cambios están en América del Norte, donde por razones geográficas han tardado más, pero que ya empiezan a manifestarse. Cuando se den será en forma de lluvias masivas en Rusia, Canadá y el norte de Europa en sustitución de las intensas nevadas de otros tiempos.
Ejemplo de las variaciones de temperatura en superficie y océanos en 2011
El resultado es que los polos se han convertido en uno de los peores vaticinios de lo que vendrá. La fusión del hielo se ha disparado en zonas muy sensibles como Groenlandia, Siberia y la Antártida. Han existido dos avisos claros en estos días. El primero de la Universidad de Exeter (Reino Unido), que han estudiado en detalle cómo son las vías naturales de desagüe bajo el hielo de Groenlandia. En esta gigantesca isla existen lagos subglaciales que son drenados de manera natural de forma periódica. El problema es que ese drenaje ha aumentado en velocidad y volumen por el calentamiento. Este proceso de llenado y vaciado se produce de manera cíclica. Este informe, publicado en Nature Communications, es como un aviso: cuanto más completo y rápido sea ese sistema de tuberías naturales, más rápido será el flujo de hielo superior. Es decir, que cuanto más frecuente y rápido sea el drenaje, más peligro corre el hielo groenlandés.
Hasta ahora se sabía que la Antártida era la reina del drenaje subglacial: existe todo un sistema hidrográfico gigantesco bajo los hielos del polo sur, tan grande como el del Amazones, y si tenemos en cuenta las reservas de hielo superior, muchísimo más. Y toda esa agua terminará en los océanos, alterando la densidad del agua salada y subiendo los niveles costeros. Lo peor no es eso: el estudio demuestra que el lago groenlandés se alimenta parcialmente de las filtraciones de hielo derretido de la superficie, mientras que en la Antártida es el hielo subterráneo (entre la capa superior y el suelo) lo que nutre esos lagos. A medida que aumente la temperatura volúmenes más grandes de ese hielo se filtrará hacia los lagos, y de ahí al mar, convirtiendo algo ocasional y cíclico en un suceso casi crónico.
Degradación y fusión de los hielos superficiales de Groenlandia
Estos cursos de agua son sistemas de drenaje estacional (primavera y verano) que captan todo el agua de deshielo de superficie (sobre el hielo) y lo canalizan en un par de puntos concretos. Y a toda velocidad. Como un sifón a presión. El agua, de un intenso color azul por el reflejo del hielo o porque es licuada del hielo más antiguo (a más edad, más tono azul), demuestra que el calentamiento ha llegado a las capas más duras y que es casi imparable. El agua modela la capa de hielo y la transforma, degradándola todavía más deprisa que el propio calor. Las zonas costeras de la isla sufren grandes deshielos, pero en altitudes cercanas a los 2.500 y 3.000 metros no se ha producido ningún derretimiento. Fue el gran aviso. Groenlandia está cubierta en un 80% por una capa de hielo de profundidad variable, desde unos cuantos metros a cientos de ellos. Todos los estudios conciben que es la capa de hielo más susceptible de licuarse más allá de los deshielo temporales de verano, y de hacerlo provocaría cambios climáticos de primer orden, variarían las franjas térmicas en el hemisferio norte; también provocaría posibles cambios en el sistema de corrientes del Atlántico Norte (AMOC) de la que forma parte la corriente del Golfo, y que permiten a gran parte del oeste de Europa y noreste de EEUU gozar de un clima templado.
La superficie helada de Groenlandia suele recuperarse del derretimiento del verano con las nieves de invierno. Pero en las últimas décadas la masa de hielo se ha visto reducida. Actualmente contiene grandes cantidades de agua fresca que, si se añadiera al océano podría provocar inundaciones en zonas costeras de todo el mundo. Hay ya varios estudios, especialmente por parte de instituciones científicas norteamericanas, que saben que será América del Norte la principal perjudicada del deshielo. Un estudio de la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA), publicado en febrero en Proceedings of the National Academy of Sciences, añadió un clavo más en el ataúd del frágil equilibrio climático que tiene a la gran isla como una de sus líneas rojas. Según el informe, una vasta red de ríos hasta ahora poco conocida desaguan en la parte superior de la capa de hielo groenlandesa. Es el equivalente a echarle cerillas a un bidón de gasolina. Esta fuente acuífera sería la responsable del aumento del nivel del mar en el futuro. Hasta ahora se creía que era la ruptura de los bloques de hielo de superficie y que caen al océano los que forzaban el aumento marítimo, pero quizás estas corrientes, estacionales o permanentes, contribuyen todavía más.
UCLA usó financiación de la NASA y del gobierno norteamericano, que cedió incluso helicópteros para poder mapear junto con satélites de la Fuerza Aérea de EEUU todo el sistema hidrográfico. También contaron con drones marinos que permitían entrar en zonas donde un ser humano no podría. Todo ese trabajo de captación de datos se hizo en 2012, el peor año para Groenlandia en mucho tiempo, justo en el que se produjo uno de los mayores deshielos recogidos nunca oficialmente. Fue la peor fusión de hielo en casi siete siglos. Y lo que encontraron no son buenas noticias: la superficie del hielo groenlandés opera como un plano agujereado por donde se cuela todo el agua del deshielo de superficie, que es canalizada por medio de esa red hidrográfica hacia el mar; al mismo tiempo, la base de hielo absorbe parte de esa agua y la acumula por debajo, forzando la creación de bolsas que rompen también el hielo. La diferencia de cifras es lo que más extraña: o bien el suelo de la isla se ha convertido en una esponja o la respuesta final podría ser peor: que se esté formando un lago subglacial gigante que haría terriblemente inestable la capa de hielo.
Corales afectados por la decoloración
Y del frío al calor: otra de las claves de este proceso se puede ver en las aguas tropicales muy lejos de Groenlandia. Una institución más que representativa, la NOAA, siglas de la agencia meteorológica de EEUU, ha demostrado que la llamada “decoloración” de los arrecifes de coral se ha trasladado también a aguas del Caribe. Hasta ahora eran sobre todo los arrecifes del Pacífico los que más habían sufrido. Dos territorios que están dentro de la competencia estadounidense, las Islas Vírgenes de EEUU y Puerto Rico, fueron observadas a fondo. Sus aguas se han recalentado y el coral empieza a sufrir. El llamado blanqueamiento (enfermedad por la cual el coral se muere) arrancó en las costas de Florida y pasó luego al resto del Caribe. Antes se había producido en el Pacífico en dirección norte-sur y había alcanzado incluso las costas de la India este año.
El proceso podría prolongarse hasta 2016, lo que implica que una buena parte de los corales más importantes del planeta corren el peligro de desaparecer. Si la enfermedad es leve el coral puede recuperarse, pero si ese proceso se convierte en un blanqueamiento crónico termina por fulminarlo: el arrecife, a partir de ese momento, se degrada muy deprisa, lo que tiene consecuencias. Para empezar los arrecifes son barreras naturales contra oleajes y tormentas, además son nichos de vida marina que propician la pesca (muy importante económicamente para estos países). Según la NOAA, casi la totalidad del coral de costas norteamericanas ha quedado expuesto al blanqueamiento. La primera vez que el calentamiento y fenómenos como El Niño se aliaron para producir estas situaciones fue en 1998, y ahora ha regresado, pero durante más tiempo y con más fuerza.