La concesión del Premio Nobel de Literatura 2021 el pasado octubre a este escritor tanzano y angloparlante rompe la injusticia de que África apenas tuviera cuatro premiados (solo uno mujer) en el siglo largo de galardones, dos de ellos además sudafricanos blancos. Más allá del sesgo occidental del premio, Gurnah destaca sobre todo por su narrativa anticolonialista y reivindicativa de la cuna de la Humanidad, eternamente marginada.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Fundación Nobel
Probablemente se hayan hecho la misma pregunta que muchos lectores habituales, críticos literarios de espectro amplio (es decir, poco especializados), editores (ni tan expertos ni tan instruidos), periodistas y cualquiera con algo de interés informativo: ¿quién es Abdulrazak Gurnah? Y a continuación una segunda pregunta, ¿por qué se merece el Premio Nobel de Literatura? La primera tiene una respuesta sencilla, la segunda es tan subjetiva que podría explicarse en cien páginas y seguiría sin consenso. Por eso, y porque el Nobel de Literatura siempre ha sido, es y será un galardón voluble, variable y particular, que diremos simplemente que la institución le ha galardonado “por su conmovedora descripción de los efectos del colonialismo en África y de la suerte de los refugiados, en el abismo entre diferentes culturas y continentes”. Porque Gurnah no es simplemente un Nobel africano y negro, es un Nobel de la narrativa anticolonial, contra la dominación africana por Occidente, que sólo entendió su relación con el continente como explotación, saqueo o directamente genocidio.
Gurnah fue antes que escritor refugiado en Reino Unido, a donde llegó desde Tanzania (concretamente de la mestiza Zanzíbar, que ha tenido una influencia clave en su riqueza cultural) siendo poco menos de 20 años. En los 53 años siguientes hasta el Nobel ha construido una carrera literaria que ha pasado desapercibida para la mayoría de occidentales pero que, como en el caso de muchos escritores, surge de la Historia y las entrañas doloridas de un continente que en perspectiva ha sido tantas veces víctima que parece algo crónico desguazarlo. La isla británica a la que llegó en los años 60 Gurnah no era tampoco el mejor lugar para un negro musulmán que huía de la persecución religiosa: ya entonces el racismo rampante en Gran Bretaña dejaba disturbios, crímenes sin resolver y el inicio de una segregación silenciosa que en ocasiones se asemeja (pero con más hipocresía aún) a la de EEUU. Consiguió estudiar en la Universidad de Kent, donde logró su doctorado en 1982: esto le convierte en un miembro más de la amplísima familia cultural anglosajona, y es precisamente el inglés su lengua literaria.
Este punto es importante, porque el inglés es el idioma dominante en los Nobel (29 premiados), por delante del francés o el alemán (15 cada uno). El uso del inglés le mete de lleno en un nivel más cercano al reconocimiento, frente al olvido sumario de otros idiomas (por ejemplo, el árabe sólo tiene un Nobel, Naguib Mahfuz): tanto como el color de piel o el origen nacional, pesa, y mucho, qué idioma se utiliza para expresarse; usar el inglés marca una diferencia apreciativa respecto al resto de lenguas. En él ha escrito diez novelas: ‘Memory of Departure’ (1987), ‘Pilgrims way’ (1988), ‘Dottie’ (1990), ‘Paraíso’ (1994, nominada al Booker Prize y al Whitebread Prize), ‘Precario silencio’ (1996), ‘By the Sea’ (2001), ‘Desertion’ (2005), ‘The Last Gift’, (2011), ‘Gravel Heart’ (2017) y ‘Afterlives’ (2020). De ellos sólo se han traducido tres (ya descatalogados), aunque poco después del premio se hizo público que la editorial Salamandra va a traducir y reeditar su obra.
Sin embargo es tal el punto de abandono e indiferencia de Europa y Norteamérica hacia África que a pesar de su carrera, Gurnah apenas había ganado reconocimiento en Tanzania o Reino Unido. Y si en una isla que devora el papel y tiene un envidiable índice de lectura le habían apartado, su rastro en España es paupérrimo: sólo tres traducciones, en una editorial desaparecida (‘En la orilla’, con Poliedro) y otras dos descatalogadas, que apenas sumaban unos miles de ejemplares vendidos para un autor admirado por un sector de la crítica que ve en él un autor de los exiliados, de esa distancia entre el presente y el pasado que determina y no se deja borrar, pero que no había logrado romper su techo editorial. No sólo es el color de la piel (que podría valer con las tentaciones racistas, pero no como explicación general), son los temas (colonialismo y exilio) y centrarse en un continente que sólo sirve como recordatorio del sufrimiento humano.
Desde 1901 se han entregado 118 premios, de los que 95 han sido para europeos o norteamericanos, mayoritariamente anglosajones, francófonos, germanófonos, hispanohablantes o escandinavos, con apenas un puñado de eslavos, románicos o griegos. Las “orejeras de burro” de la Academia son realmente sangrantes: China, con una tradición literaria ininterrumpida de siglos y 1.200 millones de hablantes / lectores, sólo tiene dos Premio Nobel (Mo Yan en 2012 y Gao Xingjian en 2000); el árabe, con una tradición poética y literaria legendaria convenientemente absorbida por Europa, sólo cuenta con un autor premiado frente, por ejemplo, a los siete Nobel suecos. Más: el único Nobel de la India fue Rabindranath Tagore (1913), que usaba además el bengalí (no el hindi). En Suecia insisten cada año en que sólo tienen una vara de medir, el mérito literario, basándose tanto en la calidad estilística como en los principios y valores que conforman el fondo de la escritura. Pero es imposible separar literatura y cultura, obra y trasfondo social, de la misma forma que no se puede separar a Gurnah de su lucha literaria por los africanos y los exiliados, que son el verdadero valor de su obra.
Sólo cinco africanos Nobel
Y dos, además, son blancos o parte de la cultura germánica, en su vertiente anglosajona o afrikáner. Más: de los cinco sólo uno es musulmán en un continente donde la proporción de población islámica ronda el 42% (y en aumento). Es evidente que desde los años 80 la Fundación Nobel ha intentado corregir el rumbo eurocentrista de los premios, y por extensión pro occidental incluyendo a EEUU, Canadá y otras regiones que alguna vez formaron parte de los imperios coloniales europeos. El caso africano es digno de mención porque aparte de la restringida lista hay que destacar el enorme peso del mundo anglosajón en esos elegidos. Por orden cronológico del año en que fueron premiados, aparecen Wole Soyinka (1986), nigeriano que escribe en inglés; Naguib Mahfuz (1988), egipcio que escribía en árabe; Nadine Gordimer (1991), sudafricana blanca que narraba en inglés; J. M. Coetzee (2003), sudafricano de origen afrikáner pero nacionalizado australiano que escribe en inglés; y finalmente Abdulrazak Gurnah (2021), tanzano que escribe en inglés y reside en Reino Unido desde su adolescencia, un detalle importante a la hora de calibrar las decisiones de los académicos. Sólo él y Soyinka son parte de lo que muy vagamente se suele llamar “África negra”. Y paradójicamente, escriben en inglés, la lengua de los colonizadores.