Como todo gran género creativo, la ciencia-ficción ejerce muchas veces más de lienzo sobre el que pintar con palabras, sonidos e imágenes que de eje central. Lo puedes usar como vehículo para otros formatos o géneros, desde el terror a la comedia pasando por el thriller, la crítica política, la distopía, la utopía o incluso como excusa para otro tipo de historias “prestadas” de otras tradiciones, como es el caso de ‘Alita’, una de las obras más famosas del manga japonés de finales del siglo XX.
Hollywood olisquea nuevos territorios que conquistar. Después de explotar al máximo los géneros clásicos (algunos hasta matarlos), de adaptar todo libro que vea la luz y realizar el mayor acto de vampirismo cultural imaginable con el cómic norteamericano, las majors han puesto sus ojos en esa mina de oro que es Japón: el anime y el manga ya son viejos conocidos de las colinas de Los Ángeles, pero hacía allí apuntan ya los sabuesos en busca de historias que adaptar. Sin embargo no todo puede funcionar: sólo hay que recordar fiascos (relativos) como ‘Ghost in the Shell’ de Rupert Sanders (con Scarlett Johansson interpretando a una japonesa..¡!) o la versión de ‘Death Note’ de Adam Wingard. Quizás Hollywood crea que el manga es como Marvel, pero no lo es, es mucho más complejo.
Todo pasa por un lavado de la historia, adaptarla al gusto occidental (o lo que se supone que es ese gusto según Hollywood); después de la oportunidad perdida de anteriores adaptaciones, James Cameron eligió otro clásico moderno nipón, ‘Alita Battle Angel’, basado en el manga ‘GUNNM’ de Yukito Kishiro publicado entre 1991 y 1995. En Occidente se le conoció también como ‘Battle Angel Alita’ y es una demostración de la compleja trama que mezcla ciencia-ficción y filosofía característica del cómic japonés, que suele tener un nivel más elevado que el norteamericano en cuanto a ambición argumental. El mismo cómic luego tuvo una segunda vida entre 2000 y 2014 y una tercera desde ese mismo año, que cierra toda la larga saga.
Cameron contactó con esta historia ya en los años 90 y fue una de sus (muchas) cuentas pendientes creativas que obedecía a un problema común en sus sueños: la tecnología no está a la altura. Pero en 2018 sí que lo estaba y aprovechó: hizo un guión real de 186 páginas a las que añadió, para sí mismo, un bloque de 600 páginas con anotaciones de cómo adaptarlo al cine. Tal cual. Cameron pasó a la producción, le entregó la dirección a Robert Rodríguez, y éste encajó como pudo el guión del “jefe” con el manga nipón y un elenco de calidad con Christopher Waltz, Mahershala Ali y Jennifer Connelly, todos con un Oscar en casa por su talento. Y para encarnar a Alita eligieron a Rosa Salazar, que aparece casi irreconocible por los efectos deformantes en su rostro (como hacerle unos ojos enormes que emulan al estilo del manga japonés) para hacerla similar a la imagen clásica del manga.
El filme se traslada al siglo XXVI. Alita es una cyborg semi-humana a la que rescata de entre la chatarra el Doctor Dyson Ido (Christoph Waltz), un científico que la reconstruye y la adopta como su hija. A medida que pasa el tiempo, queda patente que Alita posee unas habilidades de combate fuera de lo normal; incapaz de recordar su propio pasado, la joven cyborg se pondrá a prueba frente a situaciones que hagan florecer estas habilidades, de forma que pueda obtener respuestas sobre su origen, que la lleva directamente a revertir el mundo en el que vive, entre la distopía y la tecnificación extrema de la vida humana.
En la historia original el argumento es similar y al mismo tiempo diferente: la máquina, o mejor sería decir “transmáquina” o “transhumana”, busca sus recuerdos perdidos al mismo tiempo que intenta alcanzar la ciudad de Tiphares; la odisea es una sucesión de combates con otras máquinas, cyborgs y humanos mezclada con un largo rosario de fracasos sentimentales de Alita con cada hombre que encuentra. La historia se alargó y trufó con muchos otros oficios además de justiciera, porque Alita ejerce de cazarrecompensas, mercenaria y deportista del motorball, un deporte extremo ultraviolento. Eso fue en la serie original, porque años después Kishiro decidió darle una segunda vida, cuando llega a Tiphares (‘Alita Last Order’, entre 2000 y 2014), y un poco más allá, en la actualidad y sin cerrar, con ‘Alita Mars Chronicle’, que arrancó en 2014 y acumula ya cinco volúmenes.
Lo que quería Cameron: acción, ecologismo y transhumanismo
La intención del productor era utilizar Alita como una excusa para hablar sobre los límites del ser humano, su relación con las máquinas, el ecologismo (con ese mundo al límite de su capacidad del filme) y las carreras de motorball que tanto le fascinaron del manga original. Cameron eligió la primera fase de la historia, los cuatro tomos originales. Sin embargo hay muchos problemas que se acumulan para el proyecto. Algunos de ellos son más estéticos que de guión o desarrollo. Cuando James Cameron pasó a la producción y dejó el proyecto en manos de Robert Rodríguez algunas cosas cambiaron, demasiado.
La idea era aplicar el “método Avatar”: Alita sería creada por CGI con la misma tecnología que usó en su mayor éxito, el resto del elenco serían actores reales o mezcla de CGI con motion capture. Pero Rodríguez eligió a una actriz real, Rosa Salazar, para interpretar al personaje, y no sólo eso, sino que tomó una decisión estética difícil de encuadrar: agrandar digitalmente los ojos de Alita para que se pareciera más al manga original. Por partes: en el manga japonés los ojos se agrandan deliberadamente como un recurso expresivo, ya que a través de los cambios faciales no era suficiente en la tradición japonesa. Ojos grandes implicaban más expresividad en dibujos que solían ser pequeños. Rodríguez decidió imitarlo sin darse cuenta de que fuera de contexto, en una película, no tiene sentido alguno.
Los fans del manga han protestado y las mofas contra Rodríguez se acumulan. La indirecta de que el director “no entiende lo que está adaptando” es de las más suaves. En el intento de reclutar espectadores que no saben nada de cómic japonés (ni de sus particulares códigos estéticos y narrativos, muy diferentes de los occidentales) Rodríguez optó por un camino de imitación que es uno de los grandes escollos del proyecto, que quizás debió seguir la del experimentado Cameron, que partía de cero y quizás con eso podía haber llegado más lejos. Ahora, como siempre, dependerá de la respuesta del público dentro y fuera de EEUU, donde también hay todo un fenómeno de culto que suele ser inmisericorde con las adaptaciones.