Podía haber sido peor. Los bomberos de París han logrado salvar las dos torres principales, los accesos, la estructura arquitectónica (el armazón de piedra sigue en pie, pero las vigas interiores, de madera y algunas de hierro, deberán ser revisadas) y buena parte del tesoro artístico, que fue sacado a la carrera cuando los techos ardían. Pudo haber sido devastador si hubieran sido afectadas las torres, en permanente vigilancia a partir de ahora. Llega la hora de revisar qué ha quedado, qué ha sucedido, y lo que puede deparar la reconstrucción, que puede tardar décadas.
Al día siguiente del desastre, con las llamas controladas (aunque los rescoldos siguen activos y los bomberos siguen rociando agua para enfriar el edificio), llega el momento de evaluar lo que se ha perdido y lo que han salvado: los techos han desaparecido, igual que la aguja, cuyos restos se desplomaron lateralmente y cayeron sobre el propio techo de una de las naves de crucero y los alrededores; el interior ha quedado destrozado y seriamente dañado por los cascotes, el fuego y el hollín. Muchas de las vidrieras (en especial la de los laterales) deberán ser restauradas con mimo porque han quedado rotas o desfiguradas por el calor y las llamas. Los grandes ojos celestes de Notre Dame, una de las maravillas del arte europeo, han quedado cegados. Los grandes rosetones se han salvado, pero también deberán ser revisados con lupa. Sin embargo el trabajo de los maestros arquitectos de la Edad Media vale su peso en oro: los muros han aguantado a pesar de sufrir temperaturas muy altas, y los bomberos se centraron en las dos torres, evitar su colapso, lo que habría dejado sin posibilidades de reconstrucción. El desastre puede intuirse en las fotografías del incendio (vía Cadena Ser).
El atrio está arrasado, la zona más importante de la techumbre, donde se cruzan las dos naves, ya no existe, cubierta parcialmente por la fantasmagórica estructura de andamios modernos donde supuestamente se originó el incendio. Para que la gente se haga una idea: es un esqueleto descompuesto de piedra, como si hubiéramos retrocedido al siglo XIII y aún la estuvieran construyendo. Según el comandante de bomberos de París, Jean-Claude Gallet, el objetivo era rescatar todo el arte que se pudiera extraer. Hay que olvidarse de los retablos y de los cuadros que colgaban de las paredes, toda la artesanía de madera del coro principal y casi todo lo que era adorno que no fuera de piedra. Eso sin contar con que las paredes interiores han quedado seriamente dañadas por el hollín y el calor. Un bombero ha resultado herido durante las tareas de extinción de las llamas. Los turistas presentes en el templo por la tarde fueron desalojados, igual que los vecinos de los edificios cercanos.
Imagen del incendio desde un dron que sobrevoló el edificio
Gallet ha dado por terminado el incendio, combatido por 400 bomberos que tuvieron serios problemas para sofocarlo por las estrechas calles de la Cité de París donde está la catedral, rodeada por el Sena, por edificios de varias alturas, y por la propia estructura del edificio. Atrás quedan las ideas peregrinas como lanzar agua desde hidroaviones que lanzaron los incautos desde internet o los propios medios, incluso Donald Trump, para quien sus limitaciones intelectuales no son problema a la hora de dar soluciones propias de un cuñado en grado sumo: desde un hidroavión el impacto de miles de kilos de agua a gran velocidad sobre la estructura habría sido como una bola de demolición que habría dañado seriamente los muros de las naves y destrozado las vidrieras. Frente a soluciones absurdas, los bomberos levantaron grúas para superar la altura del techo y lanzar agua desde arriba y desde el interior.
Dónde nació el fuego: la aguja de 90 metros
En la techumbre. Concretamente los bomberos parisinos han apuntado directamente a los andamios que ya coronaban el crucero y rodeaban la aguja neogótica. Hipotéticamente, porque no se ha demostrado aún y la Fiscalía de París ya ha abierto diligencias por “destrucción involuntaria”, entre las 18.00 y las 19.00 horas de ayer, cuando ya no había obreros en la zona, prendió el fuego en esa zona, que pasó con rapidez a los tejados. En un día despejado, sin riesgo de lluvia y temperaturas primaverales, con el viento soplando con fuerza media, el fuego se expandió como si la techumbre fuera gasolina. No hay que olvidar que la mayor parte del armazón del techo era de madera. Se consumió de dentro hacia arriba y hacia abajo, por lo que el peso del tejado, ya sin estructura, provocó el resto del desastre.
Una vez desalojados turistas y vecinos de edificios cercanos, con el miedo de que cedieran los muros y se desplomara, el incendio consumió irónicamente la obra que los restauradores querían salvar, la impresionante aguja del siglo XIX que se partió por la base y cayó sobre el tejado. Para comprender por qué el fuego se expandió a tal velocidad hay que conocer cómo se construía en los siglos XIII y XIV, cuando se levantaron las estructuras principales y buena parte del techo: el bosque de madera que soportaba el peso, como una gran red que en Francia conocían como “la forêt” o el bosque; hablamos de cientos de vigas de madera de roble con siglos de antigüedad que seguían los pilares maestros y que se cerraban como cuando juntamos los dedos de las manos. Su misión era soportar el techo y evitar que se desplomara.
Lo que se salvó, lo que se perdió
La clave estaba en las dos torres gigantes de la fachada principal, que aseguran parte de la estructura arquitectónica junto con los contrafuertes tan característicos del gótico. Lo que no se pudo salvar fue la aguja neogótica añadida en el siglo XIX sobre el crucero (el punto donde se cruzan las dos naves del edificio), tan característica de la imagen de Notre Dame pero que fue un añadido contemporáneo muy tardío. De hecho las obras de restauración que habían colocado la jaula de andamios tenían la misión de restaurar esa misma aguja, que alcanzaba los 90 metros de altura sumando el propio edificio. En ese lugar es donde los bomberos han teorizado que se inició el fuego entre las 18.00 y las 19.00 horas de ayer 15 de abril. Todos en Francia, en Europa y en buena parte del mundo que tiene vínculos con el cristianismo o sienten amor por el arte lloran la pérdida irreparable. La reconstrucción será extremadamente complicada, lenta, costosa, pero no podrá sustituir siglos de arte perdido en las llamas o irremediablemente dañado.
Dando por descontada la pérdida de casi toda la artesanía fijada a las paredes o a la estructura interior de la catedral, como el impresionante coro de madera de cientos de años de antigüedad o el gigantesco órgano donde se creó gran parte de la polifonía medieval tardía tan característica de la Historia de la Música, el rescate logró salvar la mayor parte del tesoro de Notre Dame, a recaudo en varias salas. Entre los objetos salvados están por ejemplo las reliquias de la Corona de Espinas y de la Cruz de Cristo, la ornamentación de San Luis Rey y parte de las esculturas menores de las capillas. Pero la gran obsesión eran las dos citadas torres. Según los propios bomberos y los coordinadores de la operación, una parte de la dotación (que llegó a las 500 personas en la madrugada) se centró en rociar agua de forma continua sobre las torres principales y el entramado interior (de madera, con las campanas en la parte superior, que pesan cientos de kilos) para evitar que se expandiera el fuego.
Una vez salvadas las torres, todos los esfuerzos se centraron en extinguir el fuego que ya había devorado los techos, la estructura interna que lo sostenía y que se expandía hacia abajo devorando el atrio, las bancadas y las galerías superiores. Que el fuego se iniciara en los techos ha hecho que haya sido más complicado de extinguir, con el peligro del derrumbe interior. El Presidente de Francia, Emmanuel Macron, rodeado de bomberos y entre los camiones que bombeaban agua sin cesar hacia el interior, aseguraba que “se ha evitado lo peor, pero no hemos ganado totalmente la batalla todavía”. El impulso de reconstruir lo perdido, un instinto muy humano, que se niega a perder frente a los elementos, lo inició él mismo: “Reconstruiremos Notre Dame todos juntos”. La campaña de recolección de fondos empezó ya de madrugada, cuando la familia Pinault (la más rica de Francia) prometió casi 100 millones de euros para la tarea. Y desde el resto del mundo, además de condolencias, se prometían fondos.
La reconstrucción
Hay una gran diferencia entre la reacción en caliente mientras arde la catedral que el trabajo inmenso, descomunal, que supondrá reconstruir el templo. Hay que tener en cuenta procesos similares: Polonia necesitó décadas para reconstruir el centro de Varsovia después de la Segunda Guerra Mundial, y los alemanes necesitaron casi 50 años para culminar la reconstrucción de la Catedral de Colonia, una de las hermanas de Notre Dame. En Dresde todavía están sin terminar las labores de restauración después de los bombardeos de los Aliados. El teatro de la Fenice de Venecia necesitó más de una década y era mucho más pequeño que la catedral, igual que el Liceo de Barcelona. El caso de Notre Dame se parece mucho más al incendio del Castillo de Windsor en Inglaterra, que consumió la fortificación y museo de la familia real británica hasta dejarlo sólo en el esqueleto. Aunque se salvó buena parte del tesoro artístico, se perdió arte de valor incalculable.
A los prometidos 100 millones de la familia Pinault hay que sumar los 200 de los dueños de LVMH (con Bernard Arnault a la cabeza), los 50 millones del Ayuntamiento de París y otros 10 millones de fondos de emergencia de la Región de París. En caliente todos reaccionaron con velocidad, incluyendo la petición del Europarlamento de Estrasburgo, que indicó que con el sueldo de un mes de todos los diputados podrían apuntalar parte de las tareas. Faltaría por “prometer” (que no asegurar) los fondos que aportaría el Estado francés o a la propia Iglesia Católica (gestora del templo, y por lo tanto responsable también de su reconstrucción), incluso la colecta ciudadana, que será la que en gran medida sostenga la reconstrucción futura.
Pero esto no es un proyecto únicamente francés. Notre Dame era hasta ayer el monumento más visitado de Europa, con casi 20 millones de turistas al año, una fuente de dinero que debe ser recuperado. Todo el mundo con un mínimo de sentimiento religioso o artístico estaría dispuesto a aportar algo, aunque fuera un euro, como indicaron los gestores del patrimonio francés, que ya se han puesto en marcha dentro y fuera del país. En EEUU, que siempre ha oscilado entre el amor por la cultura francesa y la fobia a sus maneras, también arrancaron el motor: la French Heritage Society (Nueva York) inició la colecta cuando todavía no se habían extinguido las llamas, igual que la plataforma GoFundMe o la Unesco, que además de posibles fondos aportaría la experiencia en la organización de restauraciones artísticas. El Ayuntamiento de París también promueve una conferencia de donantes y mecenas para canalizar las ayudas.
De lo que nadie habla es de los plazos. Primero hay que salvar lo que se pueda, apagar los rescoldos y apuntalar la estructura. Después la planificación. No hay que olvidar que se tardaron casi 190 años en levantarla, que Notre Dame sufrió cambios incluso hasta hace un siglo, que estuvo a punto de arder varias veces (una de ellas por orden de Hitler)… Incluso contando con fondos suficientes se necesitarían un mínimo de 10 años para la techumbre (y eso trabajando a buen ritmo), sin olvidar las obras de arte que deberían ser “clonadas” o sustituidas con piezas nuevas, si es que se opta por ese camino. Notre Dame ha sido estudiada a fondo, hasta la extenuación, hay millones de fotografías, estudios arquitectónicos, catálogos artísticos, incluso reconstrucciones informáticas en 3D al milímetro. Tengan paciencia, pero también la convicción de que Francia no dejará la catedral en un esqueleto humeante.