Mike Steve Donovan, más conocido por todo el planeta por “Teniente Blueberry”, vuelve a la vida años después con guión y dibujo de Joann Sfar y Christophe Blain. Norma Editorial publica ‘Rencor Apache’, nuevo volumen de una saga que entre obras originales y paralelas suma medio centenar de títulos y que tuvo en el tándem Jean Michel-Charlier / Jean Giraud en los años 60 a los padres de un icono del western. Eso sí, creado en Francia y con referentes del cine.

IMÁGENES: Norma Editorial

Resulta curioso que un personaje tan cinematográfico, que bebe tanto del cine y sus iconos (desde John Ford al spaguetti-western pasando por momentos propios de Sam Peckinpah) sólo haya tenido una adaptación al cine, de 2004, protagonizada por Vincent Cassel, basados curiosamente en trabajos paralelos de la saga original, como ‘Chihuahua Pearl’ y ‘La mina del alemán perdido’, que deben más a la fase psicodélica de frontera de uno de sus creadores, el dibujante Jean Giraud, conocido también por su alias, Moebius. Sí, exacto, el gran Moebius de la ciencia-ficción más delirante y esteticista imaginable fue uno de los padres del teniente, junto con el guionista Jean Michel-Charlier, que tenía muy claro lo que escribía: una saga para púberes y adolescentes de aquella Francia (y por extensión el resto de Europa) de los años 60 en plena efervescencia. Fue en la revista de referencia Pilote, donde vieron la luz muchos personajes que hoy son clásicos del cómic europeo.

Charlier y Giraud idearon un oficial de caballería (Mike Steve Donovan, apodado Blueberry) tan indisciplinado y ácrata como aferrado a principios éticos que apenas varían, como un caballero andante medieval incrustado en un tiempo y un escenario muy diferente, entre tribus indias en perpetuo acoso por la expansión colonial de los blancos, las sucesivas fiebres del oro, las guerras, las escaramuzas, pueblos de frontera, pistoleros, tramperos… toda la mitología del Western resumida en aquellos cómics para lectores de la posguerra europea que no veían más allá muchas veces de sus ciudades industriales. Treinta volúmenes originales, los canónicos, acompañados de otros 20 de diversos autores, que incluyen desde las “precuelas” de la juventud de Blueberry y una colección aparte titulada ‘Marshall Blueberry’. A todos ellos se suma ahora ‘Rencor Apache’, uno más, esta vez con Joann Sfar y Christophe Blain (que curiosamente conocieron al personaje de niños a través de sus padres, los lectores originales de los primeros volúmenes). Sfar aporta el guión y Blain el dibujo (y también parte del guión).

‘Rencor Apache’ arranca quince años después del último álbum histórico dibujado por los creadores originales, aquel ‘Dust’ (2005) creado en solitario por Jean Giraud, ya mutado por completo en Moebius, que parecía cerrar temporalmente el camino. Una nueva aventura que se amolda a este siglo y este tiempo, donde las mujeres ocupan más espacio, ya no son la parte sometida perennemente y en el que aparecen desde el maltrato doméstico a una secta cristiana dispuesta a saltar por los aires un dificilísimo equilibrio entre nativos americanos y esos colonos que arrasaron con sus culturas sin miramientos, por las tierras y los recursos. Temas que estuvieron presentes en la historia del personaje, pero que aquí cobran más fuerza. Porque 2021 no es 1963, año en el que apareció el teniente Blueberry por primera vez. Aquí estará metido de lleno en un crimen contra mujeres indias por culpa de unos adolescentes sin freno (hijos del líder de la secta) que puede provocar una guerra con una población blanca manipulada en las tierras entre Arizona y Nuevo México. Justo en medio también estará Blueberry, presente porque se ha convertido en el nuevo amante de la esposa del comandante del fuerte y que será absorbido por la espiral de violencia y venganzas entre pueblos.

En cuanto al estilo, hay un regreso deliberado a los primeras obras del personaje, cuando el dibujo no era tan preciso y elaborado. El planteamiento móvil y el realismo propio de las referencias cinéfilas y de la narrativa del género del western también son las mismas. Por ejemplo: tiene conexiones con ‘La venganza de Ulzana’, ‘Fort Apache’, ‘La legión invencible’, ya que el propio Blain manifestó que habían tomado nota de esta película clásica para algunos personajes. Cambia el guión, adaptado a este tiempo, pero Blueberry, salvo algunos detalles, es visualmente el mismo. Hacerlo de otra manera habría roto con la tradición y con el marco propio de un personaje que se alimentó originalmente de la fantasía infantil por aquellas grandes praderas, desiertos y Montañas Rocosas que coincidieron con el auge del western en los cines. Traducción: si fabricas tornillos no puedes diseñarlos como si fueran arte abstracto, porque tienen una función muy concreta. Aquí Blain se adapta al trabajo y al estilo inicial de los primeros volúmenes, deja atrás los estilos libres que han marcado gran parte del cómic y se aferra al mismo estilo que desarrollaron para la Nouvelle BD franco-belga en la posguerra Giraud y otros.

Es decir, que Blain no copia o imita a Giraud-Moebius (para el que la luz lo era todo) sino que se centra en las raíces mismas del personaje. Incluso ha recuperado la paleta de colores original de los 60 para darle un toque visual nostálgico frente a la explosión de tonalidades de los últimos volúmenes en los que Moebius ya trabajó solo después de morir su socio creativo. Lo que importan son los personajes, como en el western clásico: para un género que se repite sin cesar en sus referentes, lo importante es la psicología de los personajes y cómo se relacionan entre ellos. Porque la historia de indios y colonos enfrentados, soldados por medio y la lucha por la conquista de una tierra entre defensores y colonizadores es eterna, la hemos vista mil veces. Por eso es importante que varíe. Es la gran aportación del nuevo Blueberry, el mismo de siempre pero tampoco tan parecido. Nostalgia y nueva mirada combinadas.

Los nuevos autores de Blueberry

Christophe Blain (1970). Natural de Argenteuil, estudió en la Escuela de Artes Gráficas de París y en la Academia de Bellas Artes en Cherburgo; se inició en el cómic mientras hacía el servicio militar en la Marina. En esos años creó sus primeros trabajos para su debut, ‘Carnet d´un matelot’ (Casterman, 1994). Se une al colectivo L´Association, para cuya revista Lapin aporta varias historias con guión de David B. Con él firma asimismo su primer álbum en color, ‘La revolte de Hop Frog’. Tras diversos trabajos, comienza a colaborar con Lewis Trondheim y Joann Sfar en varios álbumes de la célebre saga ‘La Mazmorra’. En 2001 Blain arranca su propia serie, ‘Isaac el pirata’, con la que ganó el premio al Mejor Álbum en el Salón de Angoulême 2002. Otras obras, como ‘El reductor de velocidad’ o la serie ‘Gus’, recalcan que su maestría con los guiones es equiparable a la que alcanza dibujando.

Joann Sfar (1971). Natural de Niza, debuta al igual que Blain en 1994 con ‘Les aventures d´Ossour Hyrsidoux’, y también se une al grupo L’Association y la revista Lapin, donde publicará álbumes de pequeño formato. En 1996 lanza su primer álbum en color, ‘Petrus Barbygère’, con Pierre Dubois, para la editorial Delcourt; para la misma, a partir de 1996 guioniza ‘Los Potamoks’, con dibujos del español José Luis Munuera y ‘Troll’, ilustrado por Jean-David Morvan. Su primera novela gráfica como autor completo llegará con ‘París-Londres’ (1998), a la que seguirá en 1999 ‘Les dossiers du professeur Bell’. En aquellos años de cambio de siglo aparecen ‘Petit Vampire’, ‘Grand Vampire’ y ‘Merlin’ (2000, con Munuera de nuevo). Arranca a la vez su popular saga ‘La Mazmorra’ junto a Lewis Trondheim. Sus primeros premios llegarían con el propio Christophe Blain y dos álbumes, ‘Socrate le demi-chien’ y ‘El gato del rabino’, que le valdrá tres premios en el Salón de Angoulême 2003 y otros galardones.

Cómic europeo y western

Aunque no suele abundar, lo cierto es que la fascinación que ejerció en Europa la expansión hacia un Oeste mitificado y casi inacabable hasta llegar a California u Oregón es notable. La mitología americana alimentó muchos sueños, desde el abanico de clichés de ‘Tintín en América’ de Hergé al infantilizado y cómico ‘Lucky Luke’ y todo el universo creado a su alrededor. Pero donde más pesó fue con la saga del Teniente Blueberry, de clarísima inspiración cinematográfica del mejor Hollywood y del posterior: Charlier y Giraud se inspiraron en los filmes y texturas de John Ford, también bebieron del entonces en boga spaguetti-western y eligieron nada menos que al actor francés Jean-Paul Belmondo como modelo para el rostro y el físico de Blueberry.

Fueron otros tiempos, en aquellos vibrantes años 60 de expansión de la creatividad del cómic francófono y de forja de los mitos del noveno arte en Europa. No hay que olvidar que Giraud luego se convertiría en Moebius, muy diferente del realismo cinematográfico que imprimirían ambos en los 30 álbumes canónicos (realizados por ambos), a los que se unen muchos otros de diversos autores, como homenaje o recreación, en el caso del nuevo tándem Blain-Sfar.