Editorial Grafito publica ‘Cieloalto’ el próximo 27 de febrero una nueva narración del guionista argentino Diego Agrimbau y con dibujo de Pietro, una fábula de ciencia-ficción sobre la inmortalidad, el conflicto social entre los mortales y el resto.
Javier Dosaires es el personaje principal, el narrador, un ser dotado del don de la inmortalidad en una sociedad dividida entre los que viven eternamente en una ciudad lineal sobre un gran puente que se eleva en los cielos, y los “viajantes”, mortales que pueden recorrer la urbe casi infinita de un sector a otro. Porque la ciudad, Cieloalto, tiene una particularidad: la edad de una persona se determina por los barrios en los que vive: hacia delante envejece diez años en cada lado, hacia atrás, pasado el sector, vuelve a la niñez. Si sobrepasa esos límites, deja de existir (porque aún no ha nacido) o muere (porque su vida ya no puede ir a más).
Sobre esta base, a partir de esa división social y humana, bañada de violencia, rencillas, odios y tiranías, se crea la narración. Dosaires es una voz lastimera, cargante y vacía de una moralidad elocuente casi hasta el final. El resto es una pequeña novela gráfica muy original hasta el punto de que es difícil encontrar algo parecido que se haya publidado, al menos con esos parámetros. Los eternos están literalmente atrapados en los distritos en los que pueden vivir sin fin, al menos relativamente, ya que la mente se nubla con los siglos, y pueden morir si la muerte es violenta.
Muy recomendable esta ‘Cieloalto’, en las antípodas de los planteamientos clásicos de la inmortalidad: una bendición que permite el conocimiento infinito o una maldición que conduce a la soledad y la desesperación de vivir en un tiempo que no será nunca el tuyo. La perspectiva de Agrimbau, unido a un estilo de dibujo realista y sintético al mismo tiempo, dominado por tonos apagados y que transita estéticamente entre el siglo XIX y el XX en escenarios y ambientación, línea clara pero con una forma de representación del cuerpo humano que recuerda al modernismo.
El resquemor del amor perdido, de la realidad que supera la capacidad moral del individuo, los miedos (sobre todo) y el síndrome jaula que domina a todos los inmortales que para vivir esa eternidad no les queda más remedio que moverse en apenas seis o siete distritos, no más. La obra consigue crear ese ambiente de angustia social y psicológica en el que todos quedan encerrados, una situación de duplicidad con los viajantes que eclosiona de múltiples maneras. No deja de ser un canto al tiempo, a cómo saber que tenemos un fin permite vivir quizás de una manera más plena y libre. O puede que no. Habría que ser eterno para saberlo.