La basura espacial es un problema de primer orden, y no sólo para los trabajos de exploración astronómica. No es un problema de una pequeña élite, ya que sus consecuencias podrían repercutir directamente en el planeta. De los muchos planes que hay (cazarlos, embolsarlos, empujarlos contra la atmósfera…) surge uno muy original: disparar un láser desde las cumbres de Tenerife, cerca del Teide.
Sobre nuestras cabezas orbita de todo, desde pequeños tornillos de viejos satélites a secciones enteras de cohetes que nunca llegaron a caer sobre la atmósfera y vagan como ruinas espaciales, desde esquirlas de apenas medio cm de largo, aceleradas a miles de km por hora, a estructuras inmensas como la propia Estación Espacial Internacional (ISS), que se acerca a su fecha de cierre. En total más de un millón de objetos que viajan a siete veces la velocidad de una bala, capaces de destrozar cualquier artefacto si chocan. Se colocan en varias órbitas sucesivas, a partir de unos 700 km de altura hasta los 36.000 de km de los más alejados.
El mayor problema son los satélites: después de seis décadas de lanzamientos para todo tipo de usos, hay algo más de 5.000 satélites orbitando la Tierra en diferentes alturas, de los cuales apenas 1.900 están operativos, con lo que nos deja el espacio repleto de auténticos “cadáveres” que en el mejor de los casos flotan indefinidamente, y en el peor pueden llegar a explotar por choques con otros fragmentos o por fallos internos, lo que multiplicaría mucho más la basura espacial.
Cómo funcionaría el láser (recreación – ESA)
El gasto para esquivar esa basura espacial, para que los actuales satélite, la ISS y mucho otros elementos fundamentales para las comunicaciones planetarias, es enorme, se cuenta por decenas de millones de euros. Y casi siempre para nada, ya que el control de esa basura espacial es muy complejo por el diminuto tamaño de muchas de las piezas. En total, del millón que citábamos antes, apenas se han catalogado 22.000. Entre los muchos planes, aparece uno en concreto, novedoso e interesante, ideado por la Agencia Espacial Europea: lanzar un disparo de rayo láser desde la zona de las Cañadas del Teide (Tenerife, Islas Canarias), a unos 2.400 metros de altura, la Estación Óptica Terrestre de la ESA.
El EOT se creó para comunicarse mediante impulsos de luz a distancias siderales (se ha testado con precisión con la Luna), pero que puede tener un uso no previsto. Se trataría de ampliar esta instalación para acoplarle un telescopio láser que se encargaría en exclusiva de monitorizar fragmentos de basura espacial. Eso por un lado, porque por otro podría incluso usarse como un cañón de alta potencia para eliminar fragmentos. No como pensamos todos que funciona un cañón al uso, sino “desviando”, “desplazando” con la luz esos fragmentos, sacarlos de órbita y que cayeran sobre la atmósfera terrestre para que se desintegraran. El mismo sistema fue testado por EEUU pero sobre satélites, mientras que Australia siguió un camino parecido al europeo, que quiere aprovechar las instalaciones que ya tiene para esta misión.
Es un prototipo avanzado. Su misión sería testar que ese láser puede “comunicar un momento lineal” (es decir, “mover”) a piezas pequeñas no superiores a los 10 cm. Al desplazarla la sacaría de su órbita establecida y la empujaría hacia la atmósfera, donde por el rozamiento se pulverizaría. Los plazos desde el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) son de entre tres y cuatro años para que pueda estar operativo y se realicen las primeras pruebas, para saber si es viable. Si funciona, el plan es reproducir el mismo mecanismo en otros emplazamientos de todo el mundo para reducir la basura espacial de pequeño tamaño.
De un tornillo a un satélite: todo lo que sobra
Una pieza minúscula que apenas pesa 10 gramos, en órbita en el espacio, dando vueltas y vueltas a la Tierra, es uno de los mayores peligros imaginables, un dolor de cabeza para todas las agencias espaciales y la amenaza más grande para cualquier satélite. Con apenas cinco centímetros de largo, ese tornillo, a una velocidad de miles de kilómetros por efecto de la gravedad terrestre, sin erosión alguna al no haber resistencia en el vacío espacial, podría llegar a hacer un boquete en un transbordador, en la Estación Espacial Internacional (ISS) o dejar sin funcionamiento un satélite. Y el agujero no es a escala, sino que aumenta. Es una pesadilla, y el mayor recordatorio se dio en 2011 cuando toda la tripulación de las ISS fue evacuada a la Soyuz a cientos de kilómetros sobre el planeta, para evitar un cúmulo de basura espacial que podría haber pulverizado el mayor sueño aeroespacial de la civilización.
Cada nave tripulada tiene radares y sistemas de detección de basura en órbita, pero lo cierto es que a veces no da tiempo para “dar un golpe al timón”. Más o menos es como un barco en los polos tratando de evitar los icebergs, sólo que aquí no son masas de hielo gigante, sino en ocasiones un grupo de piezas o tornillos perdidos disparados a toda velocidad. Cuando la ISS se ve amenazada por la basura espacial, y el blindaje que lleva incorporado no es suficiente, se ordena a la tripulación que suba a bordo de la cápsula de rescate para poder dejar la estación si fuese necesario. Es el procedimiento de escape urgente habitual, y ocurre muchas más veces de lo que aquí abajo suponemos.
Estación Espacial Internacional (ISS), cuyo final se acerca y es el objeto más grande en órbita
El catálogo de piezas calcula que hay más de 50.000 objetos en órbita mayores de un centímetro, el tamaño mínimo necesario para ser un problema. Casi todos en las órbitas bajas, un poco en las geoestacionarias, las más útiles y complicadas, vitales en las telecomunicaciones. Ya en 2003 había 10.000 perfectamente identificados, con un peso global por encima de las cinco toneladas, lo que da una idea de la gravedad para la carrera espacial. La misma, por cierto, que irónicamente, en este círculo vicioso, alimenta su propio problema: los componentes de las etapas de los cohetes son el mayor problema; queda muy bonito en los vídeos, pero algunos de esos fragmentos no se hacen polvo en la reentrada, sino que se dispersan en fragmentos más pequeños. Cerca de 100 toneladas de fragmentos generados durante aproximadamente 200 explosiones todavía están en órbita.
En 1991 comenzó a registrarse minuciosamente este efecto perverso de la tecnología humana: La primera maniobra oficial de la evitación de la colisión de la lanzadera espacial fue durante STS-48 en septiembre de 1991. Un encendido del sistema de control durante siete segundos fue vital para evitar un posible encuentro con restos del satélite 955 de Kosmos. Desde entonces ya van al menos tres colisiones en órbita terrestre. Siguiendo el llamado “síndrome de Kessler” (ver despiece ‘¿Qué es la basura espacial?’), cada colisión provocará exponencialmente más trozos sueltos, más basura espacial, en una progresión geométrica extremadamente peligrosa. El valor de esa progresión es que en 200 años habrá más de 18 colisiones, de todo tipo, desde satélites a estaciones espaciales y naves tripuladas.