Energía eólica y 500.000 millones de dólares, eso es todo lo que un grupo de investigadores asegura necesitar para salvar el hielo marino del Ártico. El plan es extremadamente ambicioso pero al mismo tiempo muy sencillo: producir hielo artificialmente para contrarrestar el cambio climático.

Una investigación de la Arizona State University (EEUU) considera que para contrarrestar el deshielo ya evidente del Ártico bastaría con producir hielo durante el invierno del hemisferio norte con energía eólica, bombeando el agua a la superficie para que se congele más rápidamente. Según el estudio se podría llegar a un espesor de un metro en el invierno. Si esta técnica se aplicara al 10% de la placa ártica, en especial allí donde es más acuciante, podría revertirse el proceso. El problema es el precio: 500.000 millones de dólares, mucho dinero que será el principal obstáculo.

Sin embargo la necesidad de una solución es acuciante. Se estima que en 2030 ya no habrá capa de hielo permanente en el Ártico durante el verano. Esto supone que ese hielo se habrá fundido sin remedio y que el equilibrio químico de los océanos del hemisferio norte también. Peligran muchas cosas, desde la fauna endémica del Ártico a las corrientes marítimas. Y lo peor: sin capa de hielo estival la luz no sería reflejada hacia el espacio y la temperatura media del planeta seguiría en aumento, iniciando así un proceso sin fin de recalentamiento.

Todo ese calor sería absorbido por el agua oceánica, que a su vez tendría una nefasta influencia sobre la vida marina, y el propio clima, que se volvería mucho más inestable y tormentoso. Este proceso sería como un acelerante en un incendio: no permitiría que hubiera un proceso inverso de enfriamiento estacional, con lo que el equilibrio se rompería en zonas muy sensibles como son los océanos del hemisferio norte. Cabe incluso la posibilidad de que la Corriente del Golfo, que permite que las costas norteamericanas y europeas por encima de la Bretaña francesa puedan ser habitables.

Comparativa NASA 1986-2016

El peligro del deshielo

El Ártico y sus extensiones inmediatas (Alaska, Groenlandia, Siberia, norte de Canadá) han funcionado durante cientos de miles de años como un gran termostato del clima en el hemisferio norte. Si el Ártico se calienta el equilibrio climático se altera, pero sobre todo tiene un impacto directo sobre la masa de hielo: si toda esa masa de agua helada, en ocasiones desde hace millones de años, se derrite, el nivel de los mares ascendería una media de unos 20 metros, podría alterarse también la salinidad del agua y el sistema de corrientes entre el Ecuador y el Atlántico Norte, de tal forma que, paradójicamente, muchos lugares que hoy son habitables (Islandia, Noruega, este de Canadá) dejarían de serlo por un súbito enfriamiento. En los últimos meses han salido a la luz estudios vinculados a sucesos en el Ártico que son la alerta de lo que viene.

Récord térmico: octubre de este año fue el segundo mes más cálido en 136 años de registros, con cuatro grados por encima de la media mundial en el Ártico. Y en esta fase del año hay regiones del Polo Norte que se encuentran con máximas casi 20 grados por encima de lo habitual. El Informe sobre la Resiliencia del Ártico (Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo) apuntaba a que en la costa norte de Siberia la temperatura apenas ha caído hasta los 5 bajo cero frente a la media de entre 25 y 30 bajo cero de las últimas décadas. Ese mismo año la superficie helada del Ártico tocaba fondo histórico: 6,4 millones de km2, el registro más bajo en mucho tiempo, por debajo incluso del mínimo de emergencia marcado en 2012.

El problema es que las corrientes de aire templado que circulan en las capas medias de la atmósfera (a partir de los 10.000 metros de altura), y que eran la frontera entre las zonas templadas y el Ártico, han avanzado a latitudes más septentrionales, acelerando el mismo proceso de recalentamiento que las han empujado hacia ese norte achicado. Si este proceso continúa e incluso se acentúa en el norte, el cambio climático podría no tener reversibilidad ni siquiera a un siglo vista. Porque hay causa-efecto: si el Ártico aumenta la temperatura, también lo hará la tundra siberiana y canadiense, la mayor reserva de dióxido de carbono del planeta, atrapado en el permafrost del suelo.

Mapa de aumento de temperaturas

Pero si ese hielo se derrite, el gas causante del efecto invernadero por definición será liberado por toneladas en muy poco tiempo. Esto supondrá una espiral de recalentamiento donde cada vez hará más calor en zonas clave. Crecerá la vegetación adaptada a ese clima (preparada para absorber más calor aún) y también acelerará el proceso final. El equilibrio climático, vital para las estaciones y para que el ritmo de cosechas agrarias funcione, quedaría alterado, con estaciones cálidas y lluviosas más largas y ciclos tormentosos violentos más habituales.

El segundo punto es que por cada tonelada de dióxido de carbono emitido a la atmósfera desaparecen tres metros cuadrados de hielo marino ártico. El estudio, realizado por el Instituto Max Planck de Meteorología y el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo (EEUU), demuestra que hay una correlación directa entre el aumento de liberación del gas en la tundra y el aumento térmico en el Ártico. El informe, publicado en la revista Science este diciembre pasado, demuestra además que los datos empíricos son más graves que los modelos climáticos desarrollados (que tienden a ser más conservadores en las proyecciones), y que los objetivos de las cumbres del clima no son suficientes para conservar la masa de hielo marino que conforma el Polo Norte. Sólo hay que pensar que desde 1970 esta superficie helada se ha reducido en un 50% durante los meses de verano por encima de lo habitual en los registros anteriores.

Cómo se obtienen los datos del clima

El Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA es el centro que midió las temperaturas del Ártico este otoño, y el que alertó de que se había recalentado más que cualquier otro lugar del planeta. Este análisis se realiza a partir de 6.300 estaciones meteorológicas repartidas por todo el mundo, más los buques oceanográficos (que operan como estaciones flotantes) y el complejo sistema de boyas marinas que sirven de puntos de control para las investigaciones. Hay que añadir también las estaciones antárticas. Los registros meteorológicos empezaron en 1880, por lo que hay un histórico suficiente para poder hacer comparaciones, aunque a corto plazo (un siglo no es mucho en climatología). Y las mediciones anteriores no eran generales o precisas. Cada punto de medición crea un registro que es puesto en global con el resto cada mes, de forma que se pueden crear mapas concretos de situación. Luego éstos son utilizados para ajustar los modelos climáticos de cara al futuro.

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