Que en el mundo hay demasiada gente sin sentido del humor, o con una consideración demasiado sacralizada de sí misma y de sus creencias, es algo evidente. Pero de un tiempo a esta parte el humor ha caído en ese terreno de lo “incorrecto” que, en el fondo, siempre tuvo, pero que ahora parece una caza de brujas.

Contaban los clásicos que cada vez que había una revuelta en Roma los emperadores lo primero que hacían era prohibir las representaciones teatrales, en especial las comedias. Y todavía más las sátiras, ese género tan típicamente romano que es el sustento de toda la comedia y el humor profesional en Occidente. Porque nada fastidia más al poder y a los pagados de sí mismos que tener a alguien riéndose de ellos, de sus ideas, de sus creencias. O mejor, poniéndolas en cuarentena mediante ese artefacto tan inteligente como es el humor. La risa nace de las contradicciones de esa creencia o tradición, no de la maldad del emisor. Es lo de siempre: matar al mensajero en lugar de ver que el mensaje es una tontería.

El humor necesita necesariamente de inteligencia, a la hora de crearlo y de expresarlo, y la mayor parte de las veces no llega bien al interlocutor. Para todo lo demás está la comedia, que no tiene por qué implicar neuronas en exceso, sólo las justas. Por eso los chistes casquivanos, sexuales, racistas o de parroquia siniestra siempre funcionan. Y por eso los humoristas profesionales son vistos con sospecha hoy en día: lo “políticamente correcto”, exista de verdad o no, sea un artificio de la derecha contra la izquierda o una pasada de frenada de la izquierda, ha terminado por organizar una caza de brujas contra los humoristas. Porque España, por mucho que digan y crean sus habitantes, no tiene sentido del humor. Cachondeo mucho, humor poco.

Darío Adanti es uno de esas dianas andantes, convencido de que el humor se basa en “sacar a la luz nuestros miedos, nuestros pensamientos oscuros, nuestras crueldades y debilidades; es exorcismo de nuestros males y reflejo de lo peor de nosotros mismos”, como explica él mismo en los textos de presentación de este volumen que tiene más de ensayo que de cómic. El libro que verá la luz este 27 de enero en Astiberri, ‘Disparen al humorista’ (17 euros, 160 páginas) es en realidad un ensayo con viñetas que puede ser un escudo detrás del que parapetarse en pleno proceso de derechización acobardada de Occidente, pero también un arma bien afilada contra todo tipo de creencia que implica doblegar a un individuo.

Adanti, cofundador de la revista Mongolia (lo que ya da cierta idea de los bordes fronterizos en los que habita), considera que el humor es ficción y por tanto no puede tener límites; si al drama, la épica o la poesía no se le piden explicaciones y fronteras, líneas rojas, ¿por qué se le tiene que pedir al humor? Quizás porque los anteriores no llevan a la descarnada realidad de una idea, tradición o condición: la risa es como el ácido sulfúrico, corroe todo lo que toca si esto no tiene suficiente solidez o verdad. Sus verdaderos límites derivan de la conveniencia del humor en sí, sino de cómo y cuándo representarlo.

Según Adanti “para respetar sentimientos y creencias, algunos proponen limitar el humor y la libertad de expresión. Arrojan la idea laica de la libertad de culto a la cabeza del propio laicismo. Utilizan un concepto de Voltaire para negar el pensamiento de Voltaire. Usan una idea de la Ilustración para anular la idea misma de la Ilustración”. Es decir: amparándose en la libertad individual la matan para justificar sus creencias, cierran el cerco al humor porque éste tiene ese poder de demoler, como un ejército de termitas, cualquier construcción donde los cimientos no estén bien consolidados. Incluso cuando lo están el humor hace demoliciones. El problema es que ahora, como señala Adanti, tanto los conservadores de siempre como los progresistas puritanos han colocado un cerco que asfixia.

Es como la famosa frase de los western, “¡No disparen al pianista!” para que éste pudiera seguir tocando mientras se liaban a tiros o puñetazos en el local. La diferencia es que ahora se aplica a los humoristas. Curiosamente en un tiempo en el que vivimos la explosión total de la comedia, incluyendo ese género solitario pero poderoso que es la stand-up comedy (los monólogos, en una traducción muy voluntariosa), es cuando más atención se pone a lo que se dice, donde más ganas hay de censurar y perseguir al que te mete el dedo en el ojo. En definitiva disparar al humorista para evitar que su voz escueza, que saque a la luz “nuestros miedos, nuestros pensamientos oscuros, nuestras crueldades y debilidades; es exorcismo de nuestros males y reflejo de lo peor de nosotros mismos”, en palabras de Adanti.

Ejemplos no faltan: el primer escándalo sobre la caricatura de Mahoma en una revista danesa, los varios secuestros que sufrido al revista El Jueves (judiciales y del grupo mediático que es accionista mayoritario), el caso de los tuits de Zapata (que incluye el absurdo de que la principal afectada, Irene Villa, se riera del chiste porque llevan años haciéndoselo pero los tribunales siguieran en su ceguera kafkiana), y lo peor de todo, el atentado contra Charlie Hebdo por parte de radicales musulmanes a los que importa poco la vida humana con tal de defender unas ideas que parecen sacadas del manual del perfecto fascista. Un libro que llama la atención sobre ese conato de hoguera para quemar herejes.

Darío Adanti (Buenos Aires, 1971) empezó en 1990 en la revista El Porteño. También publicó en los diarios Página/12 y Clarín, y fue coeditor de la mítica revista de cómic ¡Suélteme! Ha publicado ilustraciones y cómics en medios como The New York Times, El País, La Vanguardia, Público, El Mundo, Primera Línea, Man, etc. Ha editado varios cómics en España, como ‘La ballena tatuada’, ‘El calavera’, ‘Colmillo blanco’ o ‘El señor Cabeza de Tostadora’, y publica hace años una página cada semana en la revista El Jueves. Sus animaciones para MTV Latino, Vacaláctica y Elvis Christ se han visto en varios países, al igual que sus otros cortos de animación, que han recibido premios en varios festivales de cine.

Fue uno de los guionistas de ‘Adult Swim España’ y de ‘Space Ghost Coast to Coast España’ (ambos de la cadena Turner). Hace años que es el secuaz y cómplice de Jordi Costa en proyectos varios. ‘Monstruos modernos’ (Astiberri, 2008) es el tercer libro que publican juntos. También es el autor de ‘Diccionario irreverente de economía’ (Alternativas Económicas, 2015) junto con Enric González. Es uno de los fundadores de la revista Mongolia, donde escribe y dibuja, actividad que compagina con las representaciones de ‘Mongolia, el musical’, el show en vivo de la revista satírica, que ha recibido marchas religiosas de repulsa y hasta una misa de desagravio a la Virgen por su culpa.