Exposición colectiva a partir de la Colección Thannhauser de la Fundación Solomon R. Guggenheim, que reúne obras de pintores impresionistas, postimpresionistas y de los primeros maestros modernos, como Paul Cézanne, Edgar Degas, Édouard Manet y Vincent van Gogh, el nexo entre un mundo que terminaba (el siglo XIX) y otro que arrancaba con un puente llamado Pablo Picasso, también presente en la colección.
Imagen de portada: Mujer con pelo amarillo (Picasso 1931) (detalle)
‘De Van Gogh a Picasso. El legado Thannhauser’ (21 de septiembre – 24 de marzo de 2019) será la primera ocasión en la que una parte importante de esta prestigiosa colección se exhiba fuera de Nueva York desde que llegó al Guggenheim hace ya más de cincuenta años, forjada por el marchante Justin K. Thannhauser, una figura de gran importancia en la primera mitad del siglo XX (muchos movimientos y artistas le debían mucho a este ojo experto que trabajó entre Europa y EEUU); fue en 1963 cuando decidió legar al Guggenheim obras esenciales que formaban parte de su colección privada, que abarcaba cien años de historia del arte.
Su viuda, Hilde Thannhauser, aumentó todavía más el grueso de la herencia hacia la institución neoyorquina con obras en los años 80, sirviendo como puente colectivo entre el siglo XIX y el XX, que es el fuste central del Museo Guggenheim de la metrópoli norteamericana. La exposición pone de manifiesto el compromiso de Thannhauser con algunos de los artistas más revolucionarios de su época, al tiempo que revela la mentalidad abierta y el firme apoyo de la familia Thannhauser al arte experimental, legado que continúa vivo en el Guggenheim.
Las piezas que la conforman muestran una vanguardia cuyo interés era liberar al arte del academicismo, en técnicas, temáticas y géneros. Exploraban nuevos campos, líneas que antes no se habían tocado, o que sí se habían trabajado pero con una perspectiva nueva, ya fuera la naturaleza o la ciudad, el mundo urbano social. Resumen, por así decirlo, el principio del fin de siglos de evolución del arte dentro de unas vías convencionales para romperlo hacia nuevas formas. En especial en la pintura, donde entraron a martillazos.
El carro volante (Chagall 1913)
Montañas de San Remy (Van Gogh)