Hay una frase en ciencia que no por repetirse como un proverbio deja de tener razón: sabemos más de otros planetas como Marte o del espacio de lo que sabemos de los océanos, el 70% de la superficie de la Tierra.

La oceanografía ha dado un salto de gigante en las últimas décadas. El uso de satélites y nuevas tecnologías ha permitido mapear y desentrañar más elementos del fondo marino de lo que se sabía en los 2.000 años anteriores. El agua ya no es una barrera. Existe un mapa topográfico detallado al centímetro de precisión de Marte, pero no había un auténtico mapa completo de los fondos marinos. El mar es mucho más que el desagüe de nuestra civilización, el lugar de recreo estival o el líquido sobre el que se mueve casi la mitad del transporte mundial. Es el futuro, el nuevo horizonte.

Ahora científicos de la Universidad de California-San Diego y de la Universidad de Sidney han elaborado un nuevo mapa topográfico gracias a los satélites CryoSat-2 (ESA) y Jason-1 (NASA) que ha revelado cientos de lugares desconocidos hasta ahora. Especialmente montañas que hasta ahora no habían sido concretadas bajo millones de toneladas cúbicas de agua. El mapa llega allí donde antes no se había puesto la vista, y ha revelado que el fondo marino es incluso más accidentado y descomunal en sus formas que la superficie visible. La misma tecnología usada por los militares para vigilar y espiar al enemigo se aplica por las agencias espaciales para control del clima, de las masas forestales, de las corrientes marinas… y del fondo oceánico.

La tecnología de satélites no es tan precisa como un sónar acoplado a un barco o bajo él, pero es mucho más barato (palabra mágica) y sobre todo permite crear una imagen global del fondo marino en lugar de un gran puzzle por zonas que luego debe montarse de nuevo. Y que es más caro. Por ejemplo el satélite científico de la ESA, el CryoSat-2 monitoriza los océanos polares para saber el grosor y la cantidad de hielo que alberga (y así predecir bruscos cambios climáticos), proceso que se aplica también a Groenlandia y la Antártida. El Jason-1 en cambio tenía mucho más que ver con los mares, ya que se usó para mapear el suelo oceánico y ver los cambios topográficos por las corrientes marinas. Gracias a esa nueva topografía se han ahorrado costes y sobre todo se abren nuevas fronteras de investigación para la oceanografía y la geología.

El nuevo mapa revela no sólo montañas y accidentes geográficos que hasta ahora habían pasado desapercibidos. También refleja la particular tectónica de placas que no vemos. Los puntos de fricción de las placas están casi siempre bajo el agua, en un espectáculo geológico invisible para nosotros. Son las fronteras o puntos de subducción de las placas, y el principal origen de todos los terremotos y volcanes activos. Eso hace que el paisaje submarino sea mucho más virulento que el de la superficie, empezando por la gigantesca cicatriz que es la dorsal atlántica, una herida abierta que separa América de Europa y África y que es uno de los mayores accidentes geográficos del Sistema Solar, desde Islandia hasta las aguas del sur entre Argentina y Sudáfrica.

Apenas se ha podido concretar en los mapas cómo es ese fondo marino. Hasta ahora los mapas no estaban completos. Donde aparecía una gran llanura abisal en ocasiones había mucho más pero la capacidad de concreción de los barcos oceanográficos y submarinos no era suficiente. Los nuevos mapas publicados a través de la revista Science no sólo suponen un avance cartográfico, también son una oportunidad para otros usos: vulcanología, tectónica de placas (con las que se podrían prever movimientos geológicos), rescate marítimo, biología, climatología…

Los descubrimientos del nuevo mapa

Precisamente la tectónica de placas es lo que más ha interesado por estar detrás de las nuevas formaciones. Un ejemplo: cuando Sudamérica y África se separaron se creó una cordillera de 800 km de largo frente a las costas de Angola que no había sido vista hasta ahora. Según el informe de los investigadores se trata de una formación expansiva creada por el “relleno de magma” de las zonas libres dejadas por el alejamiento de las placas. En su movimiento ambas dejan espacios libres que son como heridas abiertas; el movimiento provoca actividad del magma que ocupa ese espacio y conforma el nuevo suelo oceánico. Y no es la única, se han encontrado otras muchas en diferentes zonas del mundo. Siguiendo estas cicatrices se puede comprender mejor cómo ha sido la historia geológica de la Tierra, comprender el funcionamiento del planeta y así poder aplicar esos conocimientos a la hora de predecir terremotos, formaciones, vulcanología… incluso cambios en el clima.

Otras muescas encontradas son cientos y cientos de montañas que erizan el fondo oceánico. Muchos de ellos inmensos: el 60% de las nuevas cumbres superan los 1.600 metros de altura desde el fondo medio. Ahora bien, ¿por qué hasta ahora no se habían podido encontrar? A diferencia de las montañas de superficie, donde la erosión atmosférica y ambiental es constante y “limpia” esas cumbres, las montañas submarinas suelen estar semienterradas por millones de toneladas de sedimentos depositados por el movimiento del agua y las corrientes marinas. En realidad suelen ser montañas incluso más grandes de lo que parece, ya que su raíz podría estar incluso mucho más abajo pero el suelo las oculta. Hablamos de cimas que, llevadas a la superficie, supondrían más de 5.000 metros de altura una vez libres de esos sedimentos.