Nada mejor que la ciencia para destruir mitos. Aunque, a veces, permite incluso reforzarlos más allá de lo que la propia sensatez podría apuntar. Un estudio genético auspiciado por la Universidad de Harvard, la Universidad de Washington y el Instituto Max Planck (publicado en Nature) ha reforzado uno de los mitos fundacionales del pueblo griego: en su mayoría los helenos actuales son descendientes de los micénicos tanto (o más) que de los aqueos indoeuropeos u otros pueblos.

La genética, la Historia y la arqueología se han fundido en un solo cuerpo de estudio para dar una nueva imagen de una narración antiquísima, que se retrotrae tanto en el tiempo que se hunde en el origen de Occidente. No sólo ha establecido la conexión entre Micenas y la Creta minoica, también con su entorno en el Mediterráneo oriental. Una cadena que deambula entre la arqueología y la leyenda, que empieza en Creta con los minoicos, continúa con su contemporánea tardía Micenas, ciudad-estado cabeza de una cultura que ocupó todo el Peloponeso, y que pasó luego a los griegos antiguos. Supuestamente los griegos son una mezcolanza muy particular, marcada por las sucesivas invasiones arcaicas y modernas. Al igual que con España, Grecia fue ocupada por otros pueblos que se fundieron, en mayor o menor medida, con los sustratos étnicos anteriores. Pero una cosa es presuponer por interés cultural o incluso ideológico (“rascas un poco en el ADN español y sale un árabe”), y otra la realidad: un estudio más limitado y parcial en nuestro país ya demostró que hay más sangre judía y fenicia en nosotros que árabe, y más bereber y preindoeuropea de la que imaginamos.

En el caso griego la mezcla tiene una base clásica formada por el pueblo griego, que incluía diversas tribus y poblaciones que ocuparon lo que se conoció como la Hélade tradicional: Peloponeso, Ática, Tesalia (la frontera norte), las islas del Egeo, las islas del Tirreno, Creta y la costa de Asia Menor. A esa base se añadiría luego Macedonia, el Bosforo, las colonias del norte de la actual Turquía, Sicilia, el sur de Italia… y el resto de polis surgidas de la larga expansión griega por todo el Mediterráneo. Ese núcleo de pueblos se presuponía había sido forjado por los invasores aqueos, indoeuropeos que llegaron con las grandes invasiones de este núcleo de Asia Central, sucesivas tribus diferenciadas con idiomas propios pero rasgos culturales comunes, un hilo que une a griegos, romanos, celtas, germanos, eslavos, hititas, persas, indoarios… el gran grupo humano que forjó la Humanidad en Europa y Asia.

Puerta de los Leones de Micenas, entrada de la vieja ciudad

Es decir, que los griegos clásicos eran indoeuropeos que conformaron una base étnica única juntando a aqueos, dorios y jonios, luego los macedonios y algunas poblaciones más. Luego, durante el Imperio Bizantino, al bloque helénico se sumarían componentes eslavos y los herederos de los pueblos de Asia Menor. Y con la llegada de los otomanos, elementos turcos también se mezclaron con la base greco-bizantina. Esa era la historia oficial, una cadena que supuestamente había mezclado a los griegos modernos actuales con las aportaciones posteriores. Sin embargo en la fase anterior habría que remodelar la narración oficial. De hecho hay que emparentarla directamente con el mito. El ADN no miente: en realidad los griegos actuales tienen sus raíces genéticas en Micenas, e incluso en Creta, hace 4.000 años, más incluso que en las aportaciones posteriores.

Lo que no varía es la aportación clave de los aqueos, pueblo guerrero con tecnología superior al resto y que invadieron Grecia en la época arcaica, dando lugar a una nueva cultura que absorbió muchos elementos de la vieja Creta minoica, puede incluso que de la propia población. Eso fue en la Edad del Bronce, en su fase final, en el salto previo a la Historia Antigua con mayúsculas, en esa fase indeterminada entre la Prehistoria tardía y el arranque de la Historia en una Europa poblada de pueblos descendientes de los movimientos de población de los Homo Sapiens y las primeras migraciones masivas, y que luego serían laminados o absorbidos por los dominantes indoeuropeos. Una de las grandes muestras de poder aqueo fue Micenas, una polis del Peloponeso que dominó Grecia por su fuerza militar, comercial y naval entre el 1.600 y el 1.200 a. C., pero que luego se desvaneció tragada por el tiempo, dando lugar a lo que se conoce como la Edad Oscura griega, una era arcaica inicial que tardaría varios siglos en generar la Grecia que todos conocemos.

Pintura mural del Palacio de Knossos, corazón de la cultura minoica de Creta

Los estudios genéticos comandados por la Universidad de Harvard y publicitados en medios de comunicación muestran que los paralelismos van incluso más allá: la Creta minoica de Knossos, considerada la primera cultura con rasgos occidentales, una primera muesca que se encadenó con los siguientes eslabones hasta llegar a la Grecia clásica, está emparentada con Micenas, un hilo fino que conecta ambos mundos para unirse luego en Grecia. No eran pueblos idénticos, sino que estaban emparentados a dos niveles: el cultural, pues Micenas asimiló elementos minoicos, por el comercio en el Egeo, y el étnico, por las migraciones desde Creta que la Grecia continental absorbió. Ambas son descendientes de pueblos llegados desde Asia Menor, concretamente de la vieja Jonia, que también formó parte de la Hélade. Su origen también es uno de esos misterios que apenas se han resuelto. Y la genética permitirá abrir camino.

El estudio analizó dientes fósiles de 19 individuos concretos que podían servir de muestreo concreto: una decena de ellos eran minoicos de Creta, otros cuatro de Micenas y los cinco restantes se eligieron como muestra de comparación al ser de cinco culturas previas de la Edad del Bronce de la Grecia prehistórica y Asia Menor situadas entre el 5.400 y el 1.340 a. C. Los genetistas buscaban crear un abanico comparativo: cada descubrimiento era puesto en perspectiva al comparar los ADN y poder trazar los lazos entre las distintas poblaciones para crear un mapa étnico concreto que permitiera colocar a Micenas en relación con Creta y con el escenario étnico previo. En total fueron 1,2 millones de elementos de código genético que fueron comparadas con el ADN de los griegos actuales y con otras poblaciones vinculadas históricamente de las que ya se habían hecho estudios previos. Y el resultado cimenta el mito: la cadena cultural Creta-Micenas-Grecia es incluso genética, ya que los dos grupos étnicos estaban emparentados, ya que al menos el 75% del material genético es idéntico al del grupo más amplio de pueblos agrarios que vivieron en Asia Menor y que pasaron a Grecia y el Egeo en los siglos previos a ambas.

Es decir, que ambos pueblos tuvieron un origen común preindoeuropeo a su vez emparentado con los pueblos más antiguos de las vertientes del Cáucaso y que conforman además gran parte de la base genética del griego moderno. Y aquí es donde entran los indoeuropeos: los micénicos, a diferencia de los minoicos, contienen hasta un 16% de trazos genéticos de pueblos de este grupo llegado desde Asia Central y el Este de Europa y que legaron a aquellos individuos de cabellos oscuros y tez morena un legado étnico que los hizo tener rasgos típicamente europeos, como ojos marrones y cabellos más claros, además de más altura. Esos rasgos les diferenciaron, pero en la cerámica y los frescos de ambos pueblos se pueden observar semejanzas físicas que hay que encuadrarlas tanto en la imagen artística como en la real. El estudio también ha dejado claro que en la comparativa con el ADN moderno de los griegos el rastro micénico es mucho mayor de lo que se creía, hasta el punto de que casi suponen el tronco central. Tres mil años después, los griegos siguen mirando al pasado para ver a sus ancestros sin temor a equivocarse.