Tras las dedicatorias a Dashiel Hammett y Raymond Chandler, el detective más famoso de la Gran Vía madrileña regresará (esperamos) con una tercera parte de ‘El Crack’, una precuela, con Víctor Clavijo en uno de los papeles que marcaron la carrera del mejor Alfredo Landa.
Primero fue Dashiel Hammett. Después, Raymond Chandler. José Luis Garci dedicó las dos primeras partes de ‘El Crack’, estrenadas en abril de 1981 y agosto de 1983, respectivamente, a los dos grandes maestros de la novela negra. Toda una declaración de intenciones.
Dashiel Hammett (1894-1961) inventó la novela negra. Tal cual. Hammett maduró la clásica novela policiaca de Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle y Agatha Christie. El suspense significaba la excusa perfecta para narrar una historia más profunda: la degradación social y humana, el verdadero objetivo de la novela negra. En tiempos de la Gran Depresión, Hammett convirtió la figura del detective privado, alejado de la notable corrupción de la policía, en un referente moral. Por encima de los tópicos del género (la soledad del detective, la ‘femme fatale’, la gabardina, el tabaco, el alcohol, la soledad…), estaba el individuo, el detective de moral inquebrantable, el héroe en una sociedad depravada y podrida. Estaba Sam Spade.
Hammett, novelista de firmes convicciones ideológicas progresistas y víctima de la paranoia anticomunista del ‘mccarthismo’, apenas publicó cinco novelas: ‘Cosecha Roja’ (1929), ‘La Maldición de los Dain’ (1929), ‘El Halcón Maltés’ (1930), ‘La Llave de Cristal’ (1931) y ‘El Hombre Delgado’ (1934). Spade, protagonista de ‘El Halcón Maltés’, marcó las pautas de la novela negra y el cine negro. Ante todo, una persona honesta en un mundo deshonesto. Poco importó que John Huston se tomara una generosa, pero acertada, licencia física a la hora de escoger al detective Spade en la mítica adaptación cinematográfica de 1941. El “Satanás rubio” que presentó Hammett en ‘El Halcón Maltés’ se transformó en el enjuto Humphrey Bogart, pero sin perder nada de su integridad moral. Historia, con mayúsculas, del Séptimo Arte.
Raymond Chandler (1888-1959) es el segundo padre de la novela negra. Coetáneo de Dashiel Hammett, Chandler aportó ocho novelas al género: ‘El Sueño Eterno’ (1939), ‘Adiós, Muñeca’ (1940), ‘La Ventana Siniestra’ (1942), ‘La Dama del Lago’ (1943), ‘La Hermana Pequeña’ (1949), ‘El Largo Adiós’ (1953), ‘Playback’ (1958) y la incompleta ‘Poodle Springs’ (1959). Creó también a su propio detective, a su propio referente moral: Philip Marlowe. Otro detective con honor en un mundo sin principios. Otro testigo directo de una sociedad que se ha traicionado a sí misma.
Chandler tuvo una relación directa con el cine mucho mayor que Hammett. Hollywood le sedujo como guionista en cintas como ‘Perdición’ (Billy Wilder, 1944), adaptación de la novela ‘Pacto de Sangre’ (1943) de James M. Cain, y ‘Extraños en el Tren’ (Alfred Hitchcock, 1951), inspirada en la homónima obra de Patricia Highsmith. Pero, sin duda, la mayor contribución al cine de Raymond Chandler fue su detective Philip Marlowe, protagonista de once películas, con ‘El Sueño Eterno’ (Howard Hawks, 1946) como cinta más destacada. Humphrey Bogart, cinco años después de meterse en la piel del íntegro Sam Spade en ‘El Halcón Maltés’, repetía con el otro gran detective de la novela negra y del cine ‘noir’: Philip Marlowe.
Humphrey Bogart, en ‘El Halcón Maltés, como Sam Spade, y en ‘El Sueño Eterno’, con Lauren Bacall, como Philip Marlowe
No es casual, por tanto, que José Luis Garci eligiera a Dashiel Hammett y Raymond Chandler como referentes para ‘El Crack’ y ‘El Crack Dos’, génesis del cine negro en España. Un género que vive un momento dulce, con los recientes éxitos de cintas como ‘No Habrá Paz para los Malvados’ (Enrique Urbizu, 2011), ‘La Isla Mínima’ (Alberto Rodríguez, 2014) e incluso ‘Tarde Para la Ira’ (Raúl Arévalo, 2016). Pero es ‘El Crack’, con el detective Germán Areta, la mejor y la mayor aproximación del cine español a la esencia de la novela negra, a las raíces del género impulsado por Hammett y Chandler.
Es un rumor, un fuerte rumor. O, al fin, tras más de tres décadas de espera, algo más que un rumor. Garci, retirado de la dirección hace más de cuatro años, tras el fallido estreno de ‘Holmes & Watson. Madrid Days’ (2012), está más cerca que nunca de recuperar a Germán Areta. Quizás, el mejor personaje de su extensa filmografía, con una veintena de títulos, con un impagable Alfredo Landa. A medio camino entre Sam Spade, Philip Marlowe e incluso el expeditivo Harry Callahan.
Tras Hammett y Chandler, Garci prepara ya la dedicatoria para el tercer maestro ‘negro’ en la tercera parte de ‘El Crack’.
Y hay claros candidatos:
-James M. Cain (1892-1977), autor, entre otras, de ‘El Cartero Siempre Llama Dos Veces’ (1934), adaptada por Tay Garnett en 1946, con John Garfield y Lana Turner como pareja protagonista, y Bob Rafelson en 1981, con Jack Nicholson y Jessica Lange (y una mesa de cocina llena de harina).
-W. R. Burnett (1899-1982), con una amplia carrera como novelista y como guionista de cine. John Huston adaptó, en 1950, con gran éxito ‘La Jungla de Asfalto’ de Burnett, protagonizada por Sterling Hayden.
-Cornell Woolrich (1903-1968). Prolífico novelista que despertó el interés de muchos directores de cine, como François Truffaut o Alfred Hitchcock, que rodó ‘Cortina Rasgada’ (1954), con James Stewart y Grace Kelly, basada en un cuento de Woolrich: ‘It Had to Be Murder’.
-Ross Macdonald (1915-1983), con su detective Lew Archer, con una saga de dieciocho novelas y una decena de relatos, siguiendo los ejemplos de Sam Spade y Philip Marlowe. El personaje de Archer ha originado series de televisión y películas, con Paul Newman en ‘Harper, Investigador Privado’ (Jack Smight, 1966) y ‘Con el Agua al Cuello’ (Stuart Rosenberg, 1975).
Sin olvidar a otros autores como:
-Horace McCoy (1897-1955). Otro novelista y habitual guionista del Hollywood clásico. Sydney Pollack recurrió a la obra literaria de McCoy para su mítica ‘Danzad, danzad, malditos’ (1969), con Jane Fonda.
-David Goodis (1917-1967). Delmer Daves reunió en ‘La Senda Tenebrosa’ (1947) a Humphrey Bogart y Lauren Bacall, la mejor pareja posible del cine negro, para adaptar la homónima novela de Goodis.
-William P. McGivern (1918-1982). El director austro-estadounidense Fritz Lang, con Glenn Ford, estrenó ‘Los Sobornados’ (1953), basada en la novela ‘The Big Heat’ de McGivern.
A Garci no le faltan referentes literarios en la novela negra para volver al cine y rodar una tercera entrega de ‘El Crack’. El director madrileño demostró sobradamente en su didáctico ‘¡Qué Grande es el Cine!’ (que abrió las puertas a los grandes clásicos a los nuevos cinéfilos) que no anda escaso de conocimiento del mundo de la literatura. Garci no solo ha leído a Hammett y Chandler.
La tercera parte de ‘El Crack’ siempre ha sido un deseo (y una posibilidad).
Garci precisaba una posible trama, inspirada en la mediática desaparición de la niña Madeleine McCann en el sur de Portugal en mayo de 2007, en una entrevista hace cuatro años en ‘Jot Down’ con la directora Ángeles González Sinde. Areta, un viejo dinosaurio en la era moderna, “sin móvil, sin coche, sin Internet, sin correo electrónico”, recibe una inusual invitación del nieto de Don Ricardo, ‘El Abuelo’ (José Bódalo), el antiguo jefe del ‘Piojo’ en la Policía: encontrar a la niña inglesa. Vuelve a la acción porque Areta mantiene algo único: “la intuición”.
‘El Crack III’ tenía incluso una potente escena de presentación, como sus dos predecesoras, con un veterano Areta, en plena partida de mus, mediando en una pelea de una pareja y recibiendo los reproches de ambos. Un episodio con reminiscencias a la agresión que recibió el profesor Jesús Neira cuando frenó una agresión machista.
Nunca se rodó. La salud de Alfredo Landa había empeorado. El actor navarro falleció el 9 de mayo de 2013. Sin Landa, ‘El Crack III’ no tendría sentido. O sí. La viuda de Landa, Maite Imaz, animó a Garci a recuperar a Areta. Un homenaje a la memoria del actor. Una idea que los hijos de Landa han mantenido tras perder también a su madre.
Si Garci vuelve alguna vez a la dirección, será con ‘El Crack’.
Alfredo Landa como el detective Germán Areta
Algo se sabe. Más que una tercera parte, se trataría de una precuela, titulada ‘Areta Investigación’, como la agencia del detective más famoso de la Gran Vía madrileña. Sería un Areta recién salido de la Policía, harto de no pasar por el aro, en el último año de la Dictadura.
Pero Garci se resiste: “Si se hiciera, es una película de Madrid que tendría que hacer fuera de Madrid”, ironizaba, recientemente, en el videoblog ‘Hasta el Fondo Vigalondo’, con el director de cine Nacho Vigalondo. Una pérdida notable. Las imágenes aéreas de la Gran Vía madrileña en ‘El Crack’ y ‘El Crack Dos’ encuentran el punto exacto entre la nostalgia más hermosa y la radiografía histórica. Pero de aquella Gran Vía no queda nada. Ni Sepu, ni casi cines y teatros.
El director, al menos, sí ha reconocido que ha ‘registrado’ el nombre de los actores que compondrían el reparto, requisito esencial para optar a las ayudas públicas y/o de las televisiones. Un reparto compuesto por Fiorella Faltoyano, Belén López, Miguel Ángel Muñoz, Paula Echevarría y Víctor Clavijo, al que Garci ya dirigió en ‘Holmes & Watson. Madrid Days’ (2012), como Germán Areta. Un Areta nuevo porque el Areta de Landa es irrepetible.
El papel del detective Germán Areta significó un punto de inflexión en la carrera de uno de los actores más populares en el tardofraquismo. Adiós al ‘landismo’. Detrás de aquella vis cómica, a menudo con tramas simplonas, había un gran actor.
Landa, eso sí, corrió un gran riesgo. Así se lo confesó a su biógrafo, Juan Fabián Delgado:
“Con ‘El Crack’ yo temía que el público no me aceptase o que yo no pudiera hacerla sin permitirme alguna concesión, como mover las manos, que a mí se me van, porque soy muy expresivo con las manos, son mi fuerte… Pero Garci se empeñó en que fuera yo, se la jugó, y el resultado fue bueno”.
Era un cambio de registro en toda regla. Landa pasaba de perseguir suecas en las playas a meterse en la piel del Sam Spade español.
Desde el primer segundo. El detective Germán Areta degusta un corriente plato combinado en el restaurante contiguo de una estación de servicios de la carretera de Valencia. De fondo, se escucha a José María García (tributo de Garci) en una de sus archiconocidas cavilaciones sobre la corrupción en la Real Federación Española de Fútbol. Plena noche avanzada. El sitio y el momento de los perdedores y/o los solitarios. Areta tiene mucho de ambas cosas. Dos quinquis, dos pobres diablos, asaltan, con la peligrosa violencia de a quien nadie le importa, el bar, con apenas tres clientes, además del camarero. Areta ni se inmuta y continúa con su cena. Una tranquilidad que esconde una gran determinación. Él es quien controla la situación. Uno de los quinquis le arrebata su mechero. Areta no lo olvidará. El asalto, mal planificado y peor ejecutado, se frustra con el pistolón de Areta apuntando a los genitales de uno de los quinquis:
“Bareta, dame el mechero o te quemo los huevos”.
Garci ya tiene presentado a Areta.
Landa entra en el cine negro con una única frase (parca y directa), una mirada fría (como si no ocurriera nada) y una actitud inquebrantable.
“¿Qué tiene de postre?”, le espeta al camarero tras frustrar el atraco.
“Café solo, por favor”, le pide.
El público entendió aquel “Bareta, dame el mechero o te quemo los huevos”. “No sabía cómo se lo iban a tomar, con el tipo de películas que yo tenía a mis espaldas. Cuando tras la frase se hizo el silencio entre el público (en el estreno de ‘El Crack’), me dije: ¡He ganado!”, recordaba Landa a su biógrafo.
‘El Crack’ y Germán Areta no tardan en entrar en el terreno del cine negro. La trama policial, con la desaparición de una joven, sirve como hilo conductor para narrar una España en plena transformación. La película se estrenó en los últimos meses de la Transición. España cambiaba, aunque algunos vicios se conservaban. Aquella sociedad corrompida que denunciaban Dashiel Hammett y Raymond Chandler, ‘salvada’ por los detectives Sam Spade y Philip Marlowe, aparecía también en ‘El Crack’ y ‘El Crack Dos’ de Garci.
La Gran Vía madrileña de ‘El Crack’ de José Luis Garci
La conversación entre Germán Areta (‘Piojo’) y Alberto (‘Guapo’), dos antiguos compañeros en la Policía que han seguido diferentes caminos, evidencia la necesidad de la moralidad en una sociedad que avanza con grandes riesgos de desintegrarse.
-Hubo un tiempo en el que yo te admiraba, ‘Piojo’, ¿lo sabías? Hasta que un día me di cuenta de que, en realidad, tus virtudes como policía eficaz se apoyaban en tus limitaciones como tipo humano.
-Sigue, sigue.
-Tu obsesión por el trabajo era monstruosidad. Un tipo capaz de tirarse 24 horas a base de café, tabaco y un bocadillo de calamares, no está bien. Sin contar con que todo eso era para meter en la trena a un pobre diablo que dos días después un juez de misa y comunión iba a poner en la calle. Nunca has entendido lo que era la vida, ‘Piojo’.
-¿Y qué es la vida, ‘Guapo’?
-Sensibilidad… y buen gusto. Algo que se tiene, o no se tiene. Yo lo tengo. Y tú no. Y hay que cambiar porque la vida, ‘Piojo’, está llena de cosas buenas. Hay culitos muy redondos y coches con mucha marcha. Ser buen policía o buen cualquier otra cosa es una siempre cuestión de tener o no tener estómago.
-En eso tienes razón, ‘Guapo’, porque hace falta tener mucho estómago para ser capaz de jugar a dos barajas. No me interesa tu oferta.
Germán Areta, como Sam Spade o Philip Marlowe, es uno de los últimos hombres íntegros en una sociedad que hace mucho tiempo que olvidó qué es la integridad.
No oculta su pesadumbre:
“Soy detective privado, como en las películas, ya sabes. Un tipo duro y solitario que trata de sobrevivir en una sociedad podrida gracias a un trabajo sucio (…). Es un trabajo tan malo como otro cualquiera. Duermo poco, ando mucho y lo que veo no me gusta nada (…). Este mundo huele muy mal. Hace mucho tiempo que está lloviendo mierda. En mi oficio es donde más se nota. Y si quiere que le diga la verdad, a mí el olor me tiene ya sin cuidado. Pero lo que no me gusta es que traten de engañarme. Quien me pide que le ponga la verdad en la mano tiene que comenzar poniendo su verdad en la mano”.
Un mundo que necesita a más personas como Germán Areta.
“Ser ese Humphrey Bogart capaz de ser honesto en un país de mierda”, resumía Garci en la presentación del libro ‘Adictos a «El Crack»’ (Notorious Ediciones, 2015), un profundo análisis de la saga, escrito por Víctor Arribas, Pedro G. Cuartango, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Giménez Rico, Oti Rodríguez Marchante y Eduardo Torres-Dulce, con una epílogo del mismo José Luis Garci.
Porque ‘El Crack’, de lo que habla, finalmente es de la honradez. ¿Cuánto vale comprar la voluntad de una persona?
Areta no se vende. Salió de la Policía sin un precio. No entró en el nuevo juego, como tampoco había entrado en el viejo. Areta se contenta con una modesta agencia de detectives en la Gran Vía de Madrid, con la colaboración de un pequeño delincuente, Cárdenas, ‘el Moro’ (Miguel Rellán), con las ‘inventadas’ historietas sobre boxeo de su barbero, ‘Rocky’ (Manuel Lorenzo), y con una ilusionante relación con una enfermera, Carmen (María Casanova, actriz fetiche en los primeros años de Garci). Una nueva oportunidad, con la inseguridad de quien teme dar más pasos y volver a caerse, con Carmen y su hija, Maite.
Una nueva oportunidad truncada por una bomba, que acaba con la vida de la niña, por culpa de la integridad de Areta, que se venga, viaje a Nueva York mediante, del ‘Guapo’ y su jefe. No es un mundo para gente íntegra.
No es un mundo para los Areta, Spade y Marlowe.
Y, sin embargo, los admiramos.
Hacía (y hace) falta el regreso de Areta, contar los inicios del último hombre honesto del cine negro español. Garci ya prepara la tercera dedicatoria al tercer maestro de la novela negra.