Toda liberación de tensión sísmica tiene repercusiones en la corteza terrestre, muy fina respecto al resto de capas geológicas de nuestro planeta. El terremoto de Nepal la ha movido dos metros en horizontal y ha elevado algunas zonas casi un metro.

La tectónica de placas existe por la subducción, el fenómeno que las mueve. Estas chocan provocando fricciones que a su vez desencadenan terremotos. El de Nepal fue especialmente terrible, por encima del 7 en la escala de Ritcher. Esa liberación de tensión debido al choque entre la placa India y la de Eurasia ha tenido consecuencias en la superficie, tanto en alturas como en movimientos posteriores. La Agencia Espacial Europea (ESA) ha demostrado gracias a su satélite Sentinel-1A que zonas del Himalaya se han elevado casi 80 cm respecto a su posición anterior. La razón es que el satélite mantiene un contacto de posición continuo respecto a la superficie, de tal manera que cualquier variación es detectada.

El Sentinel-1A permite hacernos un mapa aproximado de lo que ha ocurrido. El choque entre ambas placas (que en el pasado produjo el propio Himalaya) ha provocado el mismo efecto doble que durante los últimos millones de años de fricción tectónica: mientras una parte sube empujada por la tensión, otra desciende, un mecanismo parecido al de un ascensor. Resumiéndolo mucho, claro. El efecto del terremoto no sólo ha sido en vertical, sino también en horizontal: puede haber desplazado hasta dos metros la posición de las propias placas.

Todo está interconectado geológicamente en la Tierra, de tal manera que este terremoto y sus réplicas forman parte de un todo mucho más importante que afecta también a todo el sudeste asiático y a China, ya que ambas regiones están dentro de la zona de choque de esa parte del mundo. Eso sin olvidar que la placa australiana no deja de empujar hacia el norte, convirtiendo a Indonesia y Filipinas en zona de frontera como lo es Nepal.

Imagen por satélite de la ESA: las zonas en azul ha sufrido elevación en diferentes grados, las de color amarillo han registrado descensos.  

Todo originado por ese movimiento de placas tectónicas, que crece a un ritmo parecido al de la uña de nuestros dedos (2,5 cm por año), pero que se acelera si hay terremotos, provocados por la liberación de tensión física entre ambas placas. Estos bloques de superficie “flotan” sobre un manto interior mucho más denso y que no es para nada sólido. La superficie terrestre es la capa exterior más fría y rocosa, mientras que el corazón de nuestro planeta es algo parecido a un estado intermedio entre lo líquido y lo sólido que está en continuo movimiento por el calor y el giro gravitacional del núcleo de hierro.

Las placas chocan entre sí. En ese momento se da el fenómeno de la subducción: un borde se mete debajo del otro en función de cuál de los dos es más compacto o está conformado por materiales más sólidos. Al mismo tiempo, en el fondo de los grandes océanos las placas siguen creciendo a través de las zonas de expulsión de materiales desde fosas volcánicas (como la inmensa Dorsal Atlántica, la mayor cordillera conocida del Sistema Solar). Porque el movimiento interno no termina jamás: expulsa material que empuja a las placas, y éstas, al chocar, introducen de nuevo en el interior material que es fusionado para entrar dentro de ese circuito.

Casi todas las grandes cordilleras de superficie son producto de esos choques: los Alpes, los Andes, el Himalaya, los Urales, los Apeninos y los Cárpatos, los Pirineos y Sierra Nevada, los Apalaches en una etapa muy inicial (son mucho más antiguos). Y en esas zonas los terremotos son frecuentes porque son, por decirlo así, las cicatrices de esos choques. Los terremotos también pueden estar asociados a los movimientos de las fallas relacionadas con los volcanes. Un volcán en erupción también es una liberación de energía del manto interno en forma de magma, esto altera el equilibrio de la corteza.

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Dibujo esquemático de cómo funciona la tectónica de placas