Humor negro, negrísimo azabache, para narrar la terrible suerte de los miles de españoles que murieron y sobrevivieron al campo de concentración de Mauthausen. 

Azul, ése era el color de los distintivos que los nazis aplicaron a los españoles internos en Mauthausen, en su gran mayoría ex combatientes republicanos, exiliados y todo lo que pudo entrar en el saco de antifascista, que iba desde comunistas a demócratas y liberales. La obra ‘El triángulo azul’, escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente, con dirección escénica de la primera, intenta dar a conocer desde la perspectiva del teatro contemporáneo aquel mundo enfermizo, cruel e injusto que sufrieron los españoles y que todavía hoy no ha recibido reconocimiento alguno del gobierno nacional. Resulta curioso que Alemania sí les haya dedicado un pequeño gesto en el campo, y les haya reconocido su sufrimiento, pero no España.

La obra, producida por el Centro Dramático Nacional y que estará en cartel del Teatro Valle-Inclán de Madrid (Sala Francisco Nieva) hasta el 25 de mayo (de 18 a 24 euros, de martes a sábados a las 19 horas, domingos a las 18 horas), tiene en el reparto a Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño y Jorge Varandela. Todos ellos, con una escenografía grisácea, dolorosa y plomiza, como era la vida en el campo, narran la supervivencia de los apenas 2.000 que quedaron con vida cuando se calcula que llegaron a pasar por aquel lugar casi 7.000.

El color fue decidido entre los nazis y el régimen de Franco, un azul de apátridas, de gente sin nación ni hogar. Muchos de ellos fueron testigos de los horrores nazis en los Juicios de Nuremberg y a distancia vuelven a jugar ese papel de correa de transmisión entre el horror del asesinato en masa del fascismo y el tiempo presente, muy dado a dejar que el polvo se acumule sobre los pecados y faltas nunca resueltas.

 

Lo más duro de la obra es sin duda el humor negro, un arma terrible que consigue encandilar al espectador para contarle, riendo por no llorar, como se suele decir, una historia tan demoledora que es imposible no dejarse llevar por la agonía y la tristeza. Lo que hiciera Roberto Benigni en ‘La vida es bella’ se repite, de otra forma mucho más teatral y con tintes de opereta, en ‘El triángulo azul’. Sin embargo no se trata tanto de dar un sartenazo al respetable de las butacas, sino de introducirles en cómo sobrevivie el ser humano. Todo es humor negro como el hollín de las chimeneas de los crematorios, y el protagonista, Paco, no deja de ser un bufón que emula a Darío Fo pero con una carga de profundidad muy dura. Nadie maneja mejor el humor negro crítico como los españoles; quizás los británicos, pero pocos más. La risa es, como dice el personaje, el antídoto para evitar volverse loco. Vivir un segundo más era un triunfo.

Uno de los momentos álgidos es algo inspirado en sucesos reales: los españoles negociaron con los nazis para que pudieran hacer una obra de teatro en el campo, igual que los judíos tocaban con la orquesta en Auschwitz, aquí optaron por las tablas. Y el punto culminante es un “chotis del crematorio” que hace reír tanto como llorar el alma. Fue en la Navidad de 1942 cuando lo lograron, convirtiendo la obra en un recochineo donde las pelucas rubias se hacían con serrín y la mitad de los instrumentos estaban inventados. El teatro se convierte así en un esperpento terrible y aleccionador a un tiempo.

El triángulo azul (2014) - teatro