Malas noticias para los émulos de las ‘Crónicas marcianas’ de Bradbury: la radiación solar y cósmica que recibiría un ser humano es puro veneno.
Que un robot articulado, un rover autónomo o una sonda reciban radiación cósmica (básicamente radiación solar) es algo que entra en lo lógico. Los ingenieros lo saben, los astrónomos también y crean sus ingenios a partir de este tipo de inconvenientes. Pero el cuerpo humano evolucionó, igual que el resto de formas de vida, par adaptarse a unas condiciones concretas: las de la Tierra, protegida por un campo magnético envidiable y por una atmósfera lo suficientemente gruesa y fuerte como para repeler gran parte de las radiaciones. Sin ella sería imposible la vida en la Tierra. Otra cosa es “ahí fuera”.
Y por “ahí fuera” queremos decir esa segunda casa que parecemos ansiar todos: Marte. O la Luna, que es todavía peor porque ni siquiera tiene nada que realmente podamos llamar atmósfera. La NASA ha sacado sus conclusiones a partir de sus propias máquinas en Marte: como el rover Curiosity, que sólo en el viaje de ida al planeta rojo acumuló 15 veces la radiación que sufre un trabajador de una central nuclear y que es la vara de medir de lo soportable antes de enfermar seriamente. En 180 días de viaje el robot estuvo expuesto a 300 msv, medida que suponen 24 tomografías. Y eso, como indican en la NASA, “sólo para llegar al planeta”.
Curiosity y medidor de radiación del rover que ha proporcionado los datos del estudio
La publicación en la revista Science de estos datos son un mazazo considerable para los que ilusionan ver a un ser humano caminar por Marte. Pero sobre todo alterará por completo todos los planes habidos y por haber de viajar a ese planeta. Los estudios sobre radiación y sus efectos fueron durante mucho tiempo algo propio de los rusos, que mantenían a sus cosmonautas durante meses orbitando fuera de la Tierra. Pero nunca antes se había producido una medición tan prolongada y con unas conclusiones tan terribles. Literalmente los astronautas podrían cocerse a radiación. Un viaje sólo de ida, como más de uno apunta ya. Hace poco la BBC publicaba una pequeño texto en el que indicaban que el primero que pise Marte sabrá que no va a volver. La tecnología humana tiene limitaciones que todavía hoy son vitales para evitar el salto adelante.
Es la primera vez que se hacen estas mediciones in situ, algo imposible de hacer desde nuestra cómoda bola azul. Las consecuencias de este estudio deberán ser tenidas en cuenta y apuntan cada vez más a que serán las IA (Inteligencia Artificial) las que jueguen a ser nuestros Hermes mientras nosotros vivimos plácidamente en el Olimpo azulado de oxígeno y agua. Pero eso no les va a detener. Como aseguran desde la NASA, habrá que repensar bien los trajes de los astronautas y las propias naves espaciales para evitar la radiación. Conclusión: más tecnología.
Se refuerza entonces la vía mecánica de la exploración espacial, esa que intuyen muchos científicos que aseguran que el ser humano no podrá llegar nunca a mundos lejanos, sino que serán sus máquinas, cada vez más autónomas y conscientes de sí mismas, las que vayan por él. Esta teoría ya es una realidad: la última misión tripulada que realmente cruzó el vacío fue en los años 70 y fue a la Luna. Desde entonces la estación espacial ISS es lo más lejos que hemos llegado. Y con razón: los efectos de la radiación cósmica pueden ser terribles para el organismo humano. Puro veneno.
Marte tiene un grave problema: su atmósfera es muy delgada y débil. Se creyó durante mucho tiempo que una vez allí protegería a los astronautas, pero no es cierto: el viaje puede ser lo que los mate, pero es que una vez allí tampoco tendrán una gran protección. Según el estudio de la NASA “el aterrizaje en el planeta resuelve el problema sólo parcialmente, ya que la radiación cósmica que llega en la distancia está bloqueada, pero sólo se reduce a la mitad”. Es decir, que Marte no tiene una protección consistente contra la radiación solar a pesar de estar más lejos que la Tierra. La atmósfera marciana es muy frágil, está dominada por esa misma radiación y los vientos solares la hacen fluctuar peligrosamente. En realidad los picos de radiación son inmensamente grandes y varían según las estaciones marcianas.
Es más, el estudio refuerza todavía más los incipientes trabajos sobre cómo cambió Marte de prometedora segunda Tierra a la bola ventosa, rocosa y virulenta que es hoy en día, con tormentas de polvo irradiado que pueden llegar a cubrir el planeta entero. La radiación, además, habría tenido una influencia determinante en la potencial vida orgánica marciana: al chocar con la superficie las partículas solares y los rayos cósmicos producen rayos gamma y neutrones que rompen las uniones moleculares que conforman las células de vida, con lo que es más que probable que no se halle vida biológica, ni siquiera fósil, en la superficie de Marte. Es decir, que si hay marcianos (sean lo que sean) habrá que buscar en lo profundo.