Nuestro vecino es una diana astronómica gigante: ocho impactos de meteoritos cada hora, algunos de apenas un puñado de centímetros, otros mucho más grandes. El proyecto NELIOTA de la Agencia Espacial Europea (ESA) monitorea la Luna para poder controlar qué pasa en ella a partir de una serie de telescopios terrestres, entre ellos algunos de 1,2 metros para poder determinar los impactos a partir del destello del calor que provocan.
Siempre se ha apuntado desde la astronomía que la Luna ejerce de escudo de la Tierra: su particular órbita dual con el planeta convierte a nuestro satélite en un fiel escudero y un saco de arena para el Universo y su propensión a lanzar fragmentos de materiales en todas direcciones. El telescopio Kryoneri situado en Atenas permitió al proyecto NELIOTA localizar y medir la temperatura de los impactos. Siguiendo la máxima de que por el humo se sabe dónde está el fuego, en este caso sería más bien que por el brillo se sabe dónde está el impacto. Ese brillo es en realidad un pico de temperatura que podría alcanzar los 2.800 grados centígrados.
Problema: los destellos de impacto son débiles, por lo que sólo se pueden observar en los bordes de la cara oculta de la Luna o ya directamente en esa zona durante las fases crecientes y menguantes. Por eso se pusieron en marcha nuevos métodos con telescopios más potentes que pudieran localizarlos y medirlos. Antes del uso de los telescopios de gran tamaño apenas se podían localizar unas decenas de impactos, pero los investigadores sabían que eran muchos más. Otra cosa es que no pudieran verlos. El nuevo método estableció un tiempo de observación de 90 horas, un margen concreto y manejable. Y el resultado fue asombroso: ocho impactos lunares cada hora, un ritmo considerable y una auténtica tortura.
El plan de la ESA es extender hasta 2021 el proyecto NELIOTA y poder conocer mejor las consecuencias y el impacto de los meteoritos en la superficie lunar, un fenómeno astronómico muy frecuente que incluso fue retratado por Hergé en uno de sus volúmenes de Tintín, y registrado incluso por los astronautas del programa Apolo cuando estuvieron en la superficie. La razón fundamental es que la Luna no tiene atmósfera que frene a los cuerpos más pequeños (en la Tierra se convierten en las estrellas fugaces, ya que se carbonizan en las capas altas por rozamiento) y su particular órbita la coloca entre el vacío que dispara y el planeta azul al que acompaña.
Fotogramas del vídeo donde se registran los impactos (arriba); detalle con los puntos donde se produjeron los impactos (abajo) // Fotos: Proyecto NEOLITA – ESA