Ayer se cumplían tresce años desde que los astrónomos dieran con el que, por ahora, está catalogado como el décimo cuerpo más grande del Sistema Solar (hasta que encuentren el escurridizo y oscuro Planet X que supuestamente deambula en los cofines del sistema, casi invisible). Eris cumple diez años en la cultura astronómica y en los catálogos humanos de su propio vecindario, todavía casi desconocido.
Imagen de portada: ilustración de cómo sería Eris
Fue en 2005 cuando se cumplió la efeméride, que en realidad debían ser quince, ya que fue en 2003 cuando se observó por primera vez la fantasmagórica silueta de Eris, más allá de Plutón y considerado hoy un Objeto Transneptuniano. Se sabía tan poco que pensaron que era el décimo planeta, que dejaría al entonces también Plutón (luego relegado a planeta enano) como el noveno. La confusión era tal que la Unión Astronómica Internacional decidió en 2006 reformular sus propias definiciones y catálogos para no cometer errores: no era un planeta en el sentido que todos tenemos en mente, sino un “planeta enano”, igual que Ceres o el propio Plutón.
Trece años después hoy sabemos que en realidad Eris es muy probablemente más pequeño que Plutón (y ambos más pequeños que la Luna), y que al igual que éste tiene una órbita disfuncional respecto al plano regular de los “planetas reconocidos”, que se sitúan en órbitas elípticas orquestadas alrededor del Sol en dos circuitos (interior: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, todos rocosos; y exterior: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, de coraza gaseosa y con sus propios sistemas secundarios). Los primeros en verlo en aquel lejano 2003 fueron los astrónomos del Observatorio Palomar: Mike Brown, del Caltech, Chad Trujillo del Observatorio Gemini y David Rabinowitz de la Universidad de Yale.
Escala comparativa de Eris con el resto de objetos transneptunianos
Eris es en realidad un simulacro planetario por sus especiales condiciones, casi traumáticas. Para empezar está tan lejos del Sol que tarda medio milenio en dar una vuelta completa, nada menos que 557 años terrestres. Se supone que es un planeta rocoso compacto muy similar a Plutón, sometida a los vaivenes térmicos de tener semejante ciclo de traslación y que deja al resto de planetas conocidos como balas en movimiento. Recibió su nombre de la dios griega de la discordia, un bautizo que se explica porque por su culpa hubo que modificar toda la nomenclatura astronómica, con debates muy serios y otros más irónicos que terminaron con Plutón fuera de la lista. De hecho es tan pequeño y recóndito que los astrónomos utilizan a su diminuta luna Dysnomia para poder medirle.
Su órbita, como hemos comentado, es atípica, ya que no sólo se sitúa fuera de plano del resto sino que abarca su entrada y salida del Cinturón de Kuiper y lo lleva hacia una zona gélida de las zonas exteriores del Sistema Solar, donde su temperatura roza el Cero Absoluto. Más allá la materia no se enfría más, es el límite de la realidad física a nivel subatómico. Sin embargo no lo alcanza: la superficie de Eris ronda los -243 grados centígrados en su fase más lejana. Hace tanto frío que su finísima atmósfera (ya saben, planeta pequeño, poca gravedad, escuálida atmósfera) literalmente se derrumba sobre la superficie dándole un aspecto esmaltado que hace brillar a Eris ante la poquísima luz que recibe. Cuando regresa a la zona más cecana al Sol esta capa se evapora y envuelve Eris.
Más allá de Neptuno
El Sistema Solar es un gran baile con orquesta gobernado por un director, el Sol, cuyo poder e influencia se extiende miles de millos de km más allá de donde estamos nosotros. Y está mucho más poblado de lo que pensábamos. A los ocho planetas conocidos hay que añadir uno que lo fue y perdió su condición, Plutón, otro que podría estar presente y sólo intuimos (el Planeta X), con otros cuatro planetas enanos aceptados como tales y otras varias docenas de ellos en la sala de espera de que los astrónomos lleguen a un acuerdo en nomenclatura, con casi 400 lunas o satélites naturales registrados, 3.153 cometas catalogados y casi 587.479 cuerpos estelares que forman parte de esa nebulosa que está entre la consideración de planeta menor o simple cuerpo celeste indeterminado. Y se divide en dos a partir de una frontera por convención humana: Neptuno, el último gigante planetario. Más allá está el “otro Sistema Solar”, infinitamente más grande que el casero en el que nos manejamos nosotros, al calor de la estrella. Al otro lado está el mundo de Plutón y Caronte, el Cinturón de Kuiper, la inabarcable Nube de Oort y la gran frontera de la Heliosfera, donde el “barrio” se diluye en un gran muro invisible donde chocan la radiación del espacio interestelar con el viento solar.
Para hacer una idea esquemática: el Cinturón de Kuiper es un disco circunestelar (es decir, que gira alrededor del Sol en un plano diferente) situado entre 30 y 55 unidades astronómicas (ua) de la estrella, y que alberga parte de los objetos transneptunianos (TNO); y la Nube de Oort es una gran acumulación con forma esférica de material helado y gases (amoníaco y metano principalmente) situada a casi un año luz del Sol y que alberga al resto de cuerpos transneptunianos y a los cometas en su órbita larga antes de ser atraídos por el Sol de manera cíclica. Es decir, el Cinturón de Kuiper rodea a los planetas conocidas del Sistema Solar, y la Nube de Oort engloba a ambos, como un caparazón de restos, polvo, y cuerpos estelares que bordea la propia frontera del Sistema Solar en su parte final. Esta nube está tan lejos y es tan inconmensurablemente grande (más de cien veces el espacio planetario que hay entre el Sol y Plutón) que se encuentra ya a un cuarto de distancia de la estrella más cercana, Próxima Centauri. Y es todo menos vacío: acumula ella sola casi cien billones (en escala europea, es decir, cien millones de millones) de objetos físicos, que si se juntaran serían cinco veces la masa de la Tierra. Así pues, primera misión del lector: desterrar para siempre la idea de que el Sistema Solar son un puñado de planetas y lunas a la luz del Sol. Porque estos mundos de frontera son sobre todo espectros helados en la oscuridad.
Plutón (en primer plano) y su luna Caronte, captadas por la misión New Horizons
En realidad el Sistema Solar es como una cebolla de capas superpuestas organizadas por fuerzas gravitatorias múltiples. Los planetas y el Cinturón de Kuiper existen en función de la gravedad entrecruzada del Sol (como fuerza primigenia) y de los planetas gigantes exteriores, cuyo poder es tal que alteran las órbitas y la propia configuración de los objetos transneptunianos. La gravedad combinada de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno es tal que influyen tanto o más que el propio Sol; podemos compararlo con una escala de centros gravitatorios donde los gigantes se organizan entre sí y con el Sol, mientras que el Cinturón de Kuiper lo hacen con los gigantes y en menor medida con la estrella. Es más, la propia Nube de Oort, por su tamaño y estructura, está sujeta tanto a poder gravitatorio del resto de la galaxia como de Próxima Centauri, de tal forma que es la interacción con estas fuerzas externas las que muchas veces alteran su dinámica y empuja a cometas y objetos hacia el interior del Sistema Solar. Así pues, segunda misión: eliminar la idea de que el Sol es el motor que lo gobierna todo; es más un director de orquesta que tiene bien amarradas a las secciones principales, pero el resto de la formación es enorme y se estructura de manera más flexible.
La misión New Horizons dejó atrás hace ya tiempo a Plutón, a más de 500 millones de km de él, y a 5.500 millones de km de la Tierra. Su trabajo ha sido encomiable, tanto para discernir cómo es Plutón y su luna, Caronte, como para lanzarse hacia esas “zonas de frontera” poblada de mundos oscuros, perdidos y congelados, donde la luz del Sol es un brillo tenue y escaso. Son los llamados “objetos transneptunianos” (KBO en argot astronómico), y que varían entre los 100 y los 1000 km de diámetro, en su mayoría cometas inertes (que luego dan paso, cada determinado tiempo, a cometas de “periodo corto” que pasan cerca del Sol), asteroides de hielo puro (o congelados) y planetas enanos. De los cerca de 800 objetos determinados el más grande de todos es Plutón, seguido del reciente Sedna, Quaoar y la luna plutoniana, Caronte. Sin embargo no es el único cuerpo masivo que existe en esa zona: más allá, en el borde final, está el planeta enano Eris, casi un hermano gemelo en tamaño de Plutón. Supuestamente, entre medias, está el otro invitado desconocido, “el Décimo Planeta” o Planeta X, una de las particulares obsesiones de los astrónomos, que ahora vuelve a tener nuevo posible dueño, ese mundo descubierto este mismo año por una alteración gravitatoria tan grande que afecta incluso al Sol.
Ilustración de cómo podría ser Quoar, otro de los grandes objetos más allá de Neptuno
New Horizons sigue su viaje y ya tiene nuevo objetivo, un pequeño objeto denominado MU69 y observado por el telescopio espacial Hubble. Llegará hasta él para principios de enero de 2019. Su mayor peculiaridad es que es rojo, un color extraño para este tipo de cuerpos y que podría ser una piedra de toque para la astronomía: ese tono deriva de su composición, por lo que hace que sea muy interesante para estudiar en el viaje sin fin que realiza New Horizons hacia los confines del sistema. New Horizons ya lleva dos años preparada para enfocarse hacia los KBO, algunos de los cuales ya ha visto a distancia. MU69 es muy pequeño incluso para ser un KBO, pero sus particularidades y el hecho de que esté en la trayectoria elegida para la nave hace que sea una oportunidad única. New Horizons comprobará tamaño, forma, composición y tomará más datos visuales importantes. Porque estudiar los KBO es vital para comprender mejor cómo se formó el Sistema Solar ya que estos cuerpos son parte del material utilizado en las primeras fases de formación y que por alguna razón fueron expelidos desde las zonas centrales hacia el exterior del sistema. O bien eran parte de un disco de formación más alejado y que por falta de fuerza gravitatoria, colapso del protoplaneta o alguna alteración no terminaron de formar nada. MU69 es uno de esos elementos con los que se conformaron muchos de los planetas.
Pero estos KBO no son los únicos transneptunianos interesantes. Recientemente un grupo de astrónomos del Observatorio Gemini en Hawaii descubrió uno de esos cuerpos errantes que “vagabundean” entre zonas, con una órbita mucho más lejana aún que Plutón y otros KBO. Es L91 que, sin embargo, no está quieto: se mueve hacia órbitas más cercanas al Sol desde la Nube de Oort hacia Cinturón de Kuiper, en un viaje inverso al que hace New Horizons. Su importancia radica en que es la primera vez que se observa a uno de estos cuerpos helados trazar ese rumbo. Es un desafío para el entendimiento de por qué mantienen esas órbitas a veces tan excéntricas. El grupo de investigación localizó a L91 en 2013 y lo ha observado desde entonces. Pero está lejos, 1.450 ua, tanto que probablemente New Horizons no lo alcance o pase de largo. Por eso es tan interesante que se esté acercando. Las razones pueden ser muchas: quizás la influencia de Neptuno, el gigante exterior del sistema, o bien una colisión entre varios cuerpos de la región de Oort. Otra opción es que L91 esté dominado por un “efecto elástico” con el Sol, y que quizás haya sido enviado incluso más lejos, a los límites mismos de la gran nube, y que ahora esté volviendo atraído por la gravedad neptuniana o del Sol, o de ambas combinadas. O incluso que sea el citado Planeta X el que lo empuje.