Luc Besson estrena este agosto ‘Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas’, adaptación del cómic fundacional de la ciencia-ficción francesa y europea, la mina de fantasía que inspiró a George Lucas la creación de Star Wars y que sentó las bases del género en las décadas siguientes. Vapuelada en taquilla en EEUU, con críticos que la apoyan y otros que la linchan, depende del espectador europeo y español saber si Besson ha hecho un buen trabajo.

IMÁGENES: EuropaCorp / Fundamental Films / Grive Productions

Hubo un tiempo en el que Hollywood no era una máquina de pagar cantidades exorbitantes de dinero por vampirizar el trabajo de otros, cuando todavía era una gran dinamo de ideas nuevas. Eran los años 60. Por aquel entonces la ciencia-ficción tenía dos caras: la seria, que manaba con fuerza de la literatura, marginada por la intelectualidad oficial a pesar de que Bradbury, Asimov, Philip K. Dick, Arthur C. Clarke o Frank Herbert forjaban universos propios que hoy ya forman parte de la cultura popular y académica. Eran otros tiempos. En los que el cómic era un asunto de niños y adolescentes, un negocio dirigido por adultos por y para embelesar el bolsillo de los menores y quedarse con su dinero. Por una buena causa: soñar. Y luego estaba la cara frívola, la de la serie B de ciencia-ficción que veían los jóvenes Spielberg, Lucas y demás hijos de la posguerra mundial y que sólo tuvo un acercamiento de calidad con Stanley Kubrick y la ya mítica ‘2001 Odisea del Espacio’.

EEUU dominaba aquel mundo del cómic a su manera, con un mercado cerrado previo a la gran expansión de los 70 y 80, cuando vivía de sus propios arquetipos de superhéroes y thriller policíaco, cuando sólo el gran Eisner se atrevía a hacer algo diferente. Pero en Europa también se creaba, y con una libertad y caminos muy distintos. Las diferencias sociológicas y culturales eran mucho mayores de lo que creemos. Y fue el mundo francófono el que más y mejor supo usar su talento: no sólo se trataba de Hergé, Goscinny, Uderzo, Edgar P. Jacobs (‘Blake y Mortimer’), Rob-Vel y Franquin (‘Spirou’) y muchos otros, eran sobre todo Pierre Christin y Jean-Claude Mézières, creadores de la saga ‘Valerian y Laureline’ en 1967. Este tándem franco-belga de posguerra se encargó, casi en solitario, de inventar la ciencia-ficción pop (por popular pero también por su conexión con el pop art) y consumo esteticista que luego se ha convertido en la norma. La conexión entre ellos y Star Wars es ya conocida: el propio Lucas dijo que bebió de muchas fuentes, del western, del cine de samuráis, del cine de serie B, pero sobre todo de Valerian.

Lo que Besson ha convertido en película es la plasmación de ese mundo inicial que primero fascinó a Francia y luego al resto del mundo. El antiguo niño prodigio “industrial” del cine francés, hoy ya un hombre maduro con canas, muchas cicatrices y dominio del negocio, ha tirado de globalización para poder llevar adelante el proyecto: productoras europeas con distribución norteamericana y máquina de promoción también “made in Hollywood” que ha tenido ya impacto en internet. Para encarnar a los dos personajes principales, dos agentes de seguridad en un mundo futuro en el que conviven cientos de especies junto con los humanos, eligió a un relativo desconocido como Dane DeHaan y a un rostro universal pero todavía novata en el cine, la modelo Cara Delevingne. Son los personajes centrales de la saga de cómic y que son también los pilares sobre los que construye Besson esta historia donde la mujer tiene un papel importante: Laureline, modelo de heroína sci-fi durante muchos años, una pelirroja que no se deja amilanar y que se coloca a la altura de los héroes masculinos.

En el filme aparecen también Clive Owen, que dará vida a otro personaje, el comandante Arün Filitt, Rihanna, que volverá a intentar saltar al cine como actriz de reparto, más Ethan Hawke, Herbie Hancock, Kris Wu, John Goodman y Rutger Hauer. Además Besson contará con Jean-Claude Mézières, uno de los padres del cómic y que en el pasado ayudó al director en la creación de ‘El quinto elemento’. Porque esta adaptación con trasfondo francés será vital para saber los próximos derroteros del sci-fi, al menos en lo que se refiere a vías clásicas. Van a mirar con lupa la película por varias razones: porque si fracasa supondrá que la vía de desarrollo basada en ese tipo de historias ya no tiene más recorrido con el público, saturado de adaptaciones y de saltos al vacío con CGI; pero si triunfa supondrá que habrá que seguir con el modelo y sofisticarlo cada vez más, ser aún más arriesgados y volver a las raíces. Quizás el camino para que Asimov y Bradbury sean redescubiertos. Otra vez. Porque a Philip K. Dick ya lo tienen exprimido como un limón.

El argumento sigue el rastro del cómic y de la ciencia-ficción con mensaje de tolerancia y cooperación universal, que seguro que les suena de muchas otras creaciones, algo surgido también en los años 60. El comandante interpretado por Clive Owen envía a Valerian y Laureline a una misión en Alfa, una metrópoli espacial en constante expansión en la que viven miles de especies diferentes de todos los rincones del Universo para impulsar el progreso general, aunque esa armonía tiene enemigos a los que tendrán que enfrentarse ambos. Besson ya avisó de que el filme ha usado los pilares del cómic, pero que no es literal. El mismo problema de siempre de los lenguajes paralelos: no se puede llevar literalmente nada de un formato a otro, siempre serán lecturas personales, subjetivas, habrá sacrificios y excesos de un lado o el otro. Es imposible la mímesis absoluta, es utópico. Y mandó un mensaje claro: “Cuando lees un cómic, tardas 20 minutos. La película son dos horas. Así que he cogido lo esencial, pero también he tenido que ir a otros mundos. Pero cuando veas la películas, recordarás los cómics”.

La historia de Valerian y Laureline

Cuando nació la revista Pilote en 1959 en Francia, había una misión: hacer creaciones de cómic de todos los géneros para el público francófono. Querían competir con el resto de revistas de cómic que ya triunfaban en Europa. Pilote arrancó con fuerza para crear, casi por sí sola, gran parte de la historia del cómic francés, porque fue el nido en el que nacieron Astérix, El pequeño Nicolás, el Teniente Blueberry… y Valerian. Jean-Claude Mézières y Pierre Christin, buscaban rellenar el hueco de la ciencia-ficción. A pesar de que no era su preferencia inicial, pero sí eran amantes de la ciencia-ficción, llevaron a cabo un proyecto conjunto que vio la luz el 9 de noviembre de 1967 en el número 420 de la revista, casi una década después de nacer, ‘Valerian: agente espacio-temporal’. El resto es Historia del Cómic con mayúsculas: casi cuarenta años de vida, decenas de álbumes en Dargaud, una de las series más leídas y reeditadas en Europa, obra de culto en EEUU y casi consustancial a la formación de los jóvenes del continente europeo.

Pierre Christin y Jean-Claude Mézières

El leitmotiv de la serie es un futuro ultradesarrollado basado en la tolerancia, el orden de la convivencia, el conocimiento, pero también el miedo al caos en el siglo XXVIII, cuando la Humanidad ya viaja en el espacio-tiempo y ha construido un imperio galáctico inmenso gracias a su tecnología. Valerian y Laureline son un tándem poco ortodoxo pero efectivo del sistema de seguridad que vigila esa tecnología y su uso, el Servicio Espacio-Temporal. Su misión es evitar que la Tierra y el imperio humano y no humano sea amenazado y que no se produzcan paradojas temporales que quiebren el continuo. Pero su origen es muy diferente: Valerian es originario de Galaxity, el centro del imperio del futuro, mientras que Laureline es una salvaje de los bosques en plena Edad Media que Valerian decide llevar al siglo XXVIII. Eso fue el principio, porque ese mismo imperio se deshace a lo largo de la vida de la saga, que duró muchos años. En una segunda etapa se reconvierten en aventureros mercenarios en busca de un nuevo horizonte en el que viajan por todo el universo y en el tiempo hacia delante.