Nos adelantamos un par de meses e incluso más para elegir tres exposiciones para terminar el año e iniciar la temporada 2016/2017, muy diferentes entre sí. Abarcan más de 150 años de arte y van desde el impresionismo (Caillebotte) a clásicos revisitados como Renoir, y modernos como Txomin Badiola. Tres oportunidades elegidas para culminar 2016 y poder reencontrarse con los maestros que marcaron dos siglos y el tiempo actual en el arte contemporáneo. Y mañana os presentaremos otras tres más elegidas.
‘Caillebotte, pintor y jardinero’ – Museo Thyssen-Bornemisza (19 de julio – 30 de octubre)
Gustave Caillebotte (1848-1894) es la personificación de una injusticia artística corregida parcialmente de forma póstuma. Muy póstuma, porque ha pasado más de un siglo desde su muerte. Considerado durante mucho tiempo como pintor aficionado, coleccionista y mecenas de sus amigos impresionistas, Caillebotte fue sin embargo uno de los más importantes de aquella generación de nuevos artistas que lo cambiarían todo. Aportó sobre todo una dimensión de amor por las formas naturales y la vida doméstica. La muestra se compondrá de cuatro capítulos centrados en los lugares donde Caillebotte vivió y trabajó: ‘El París de Haussmann: un universo mineral’; ‘Veranos en Yerres: 1861-1879’; ‘El Sena y los viajes a Normandía: 1880-1888’ y ‘Le Petit‐Gennevilliers: 1888-1894’.
Pintó sus primeros estudios sobre jardines y naturaleza en la propiedad familiar de Yerres, a las afueras de París, donde descubrió su amor por ese mundo natural. En 1872 comenzó a recibir clases en el estudio Bonnat y luego en la École des Beaux-Arts; cuatro años más tarde jugó un papel principal en el despegue impresionista: organizó exposiciones, contactó con galeristas para sus amigos Monet y Renoir y también fue el primer comprador de muchas de sus obras. Fue invitado, quizás para ejercer de dinamizador económico, a la segunda exposición impresionista de 1876, donde presentó entre otras su célebre ‘Los acuchilladores de parqué’ (1875). Podía permitírselo por la fortuna heredada de sus padres, lo que le permitiría dedicarse a su arte y al de sus amigos ejerciendo de mecenas. Para entonces también era amigo de Degas (al que siguió en muchos aspectos estéticos) y conocía perfectamente el mundo artístico parisino de la época.
Murió en 1894 con apenas 45 años; su fallecimiento cortó la evolución de un artista que partió del realismo pictórico para abrazar lentamente el impresionismo desde su punto de vista personal. El estilo implicaba ceñirse a una realidad que quería lo más cercana posible, sin imposturas, ni estructuras típicas del academicismo, un arte libre que reflejara el mundo real de la vida diaria. Uno de sus rasgos eran las perspectivas urbanas, que a veces eran exageradas a propósito para crear cierto efecto. Un buen ejemplo es ‘Hombre en el balcón, boulevard Haussmann’ (1880), que invita al espectador a compartir el balcón con el protagonista principal, a un lado, y ver la ciudad desde un punto de vista original. Murió justo cuando empezaba a ampliar su visión hacia otras ópticas no tan realistas, con tonos de color cada vez más complejos y jugando con más libertad en el trazo del pincel.
‘Un balcón’ (1880, Caillebotte)
Txomin Badiola – Museo Reina Sofía (22 de septiembre – 26 de febrero 2017)
El Reina Sofía dedica a Txomin Badiola (Bilbao, 1957) una exposición antológica en el Palacio de Velázquez que reunirá fotografía, dibujo, escultura e instalación multimedia de este artista vasco contemporáneo desde los años 80 a la actualidad. Además de rendir homenaje a un gran artista en su producción toda la muestra se hilvana alrededor de la forma de entender la creación artística de Badiola: un proceso que se transgrede a sí mismo. En su visión toda forma de arte es siempre, a priori, “mala”, en el sentido de que es una imposición que limita la creatividad. Al crear algo anula todo lo demás. Badiola trabaja siempre como un gran desmontador de formas y valores. Para poder organizar su trabajo se ha creado una exposición que se hilvana como un relato que permite visitarla de forma lineal como cruzándose con las obras de otros artistas.
Licenciado en la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, Txomin Badiola ejerce como profesor en la misma entre 1982 y 1988. Es autor de la catalogación de la obra de Jorge Oteiza y fue comisario de varias exposiciones sobre este artista en Madrid, Barcelona, Bilbao y Nueva York. Ganó el premio Gure Artea en 1986 y el ICARO en 1987. No obstante no es la primera antológica que se hace de él: en 2010 el Musac de León organizó ‘Primer Proforma 2010 Badiola Euba Prego 30 ejercicios 40 días 8 horas al día’, ‘La Forme Qui Pense’ en el Museé d’Art Moderne de Saint-Étienne (Francia, 2007), y ‘Malas Formas 1990-2002’ en el MACBA barcelonés, así como una muestra en 2002 en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
‘Bañiland 6’ (1990-1992, Badiola)
‘Renoir y la intimidad’ – Museo Thyssen-Bornemisza (18 de octubre – 22 de enero 2017)
Llegamos a una de las mejores retrospectivas que tendrá Madrid este año, la de este francés clave en la evolución del arte occidental y en el salto que lo desligó de los márgenes del academicísimo definitivamente, y que incluirá obras nunca antes vistas en España. Será la segunda vez que Renoir reciba tanta atención en solitario en España: la anterior fue del Museo del Prado y contó con varias decenas de pinturas de uno de los grandes maestros del impresionismo. Uno de sus rasgos definitorios era la especial atención de Renoir (1841-1919) por incluir al espectador en la historia, desarrollando escenarios íntimos para crear empatía en el que observa, lo que incluía muchas escenas sobre vida familiar o de relaciones. La exposición tendrá como aliciente varias obras inéditas en exposición en España además de ejemplos de todos los estilos en los que Renoir trabajó, desde los paisajes (uno de los temas recurrentes del impresionismo) a los retratos.
Pierre-Auguste Renoir, que entre sus muchos talentos y obras hay que incluir a su segundo hijo, Jean Renoir, uno de los grandes del cine del siglo XX, fue un pintor determinado por una corriente en la que ha quedado encajonado y donde destacó por su particular punto de vista, el impresionismo. Entre sus características más acusadas estuvo la sensualidad entendida como técnica, desde la forma de los cuerpos a las temáticas, inspirándose en el Renacimiento y en la figura de la mujer, a la que representó una y otra vez. Todos los impresionistas tuvieron un toque de obsesión repetitiva con los temas, sólo hay que pensar en Monet. Renoir la tuvo también, pero aquí no había nenúfares sino la exaltación del cuerpo y el paisaje.
Apenas hay rastros de la civilización industrial en la obra de Renoir: en el fondo era un costumbrista con otros medios estilísticos, lo que le valió tener cierto éxito personal a la hora de colocar sus obras. Hay un fondo de optimismo y alegría en su producción, incluso en los momentos de supuesto estrés, como en sus pinturas sobre obreros y campesinos. Y de la alegría de la vida a la de la carne hay un paso: abunda el desnudo femenino con los patrones pre-industriales, es decir, mujeres contundentes de formas rubensianas, si bien los cambios de parámetros de la belleza femenina ya se atisban en varios de sus cuadros.
‘Almuerzo de remeros’ (Renoir)