Imaginen un creador capaz de pasar del ala de Salvador Dalí y Jodorowsky a las de Moebius y Ridley Scott: ese era H.R. Giger, padre de un estilo inimitable (pero mil veces imitado) que acunó buena parte de las pesadillas de los años 80 y 90.

H.R. Giger, artista y diseñador gráfico creador (entre otras obras) de Alien para la saga cinematográfica del mismo nombre que se inició con ‘El octavo pasajero’, ha fallecido a los 74 años de edad por las heridas provocadas por una caída. Fue ayer cuando se produjo el deceso y hoy se ha conocido en varios medios internacionales. Entre sus grandes aportaciones a la imaginería contemporánea están los xenomorfos de Alien y toda una línea estética tan original como complicada basada en la fusión de lo biológico con lo mecánico, que rondaba entre el terror y la ciencia-ficción y que le valió ser el padre de criaturas inolvidables.

Tan bueno fue que le valió ganar el Oscar en 1980 a los mejores efectos visuales; él fue el encargado de diseñar todo lo relacionado con Alien, desde la criatura a los huevos y buena parte de la estética posterior que se expandiría en varias películas más. Si bien Alien no es producto ex profeso de esa estética biomecánica, sí que es un buen ancla en el que se basaría casi todo su trabajo anterior y posterior. Tenía una imagen de marca única en el mundo y el “estilo Giger” se convirtió en un clásico moderno, recogido en un museo propio en su Suiza natal. Fue también colaborador y creador a la hora de diseñar la producción de otras sagas como ‘Species’ o ‘Poltergeist’ (participó en la segunda de las películas).

Hans Ruidi Giger fue de todo en la vida, marcado por su timidez y por una pereza constante que luego se disiparía por la enorme producción que ha dejado, y por los muchos palos que tocó en el arte: dibujante, escultor, diseñador gráfico y escenógrafo, pintor e incluso arquitecto de interiores. Macabro e inquietante pero peculiar en el trato cercano, creo un mundo muy personal donde la obra de su amigo y mentor Salvador Dalí se mezcló con el surrealismo y las “pesadillas biomecánicas”. Nació en 1940 en el corazón de Suiza en una familia muy estricta donde de forma temprana destacó su pasión monotemática por la fantasía, los castillos en el aire y el dibujo. 

Giger fue siempre un mal estudiante, perezoso y denostado por su introversión que se expandía a través del arte y el diseño. A principios de los años 60 estudió arquitectura y diseño industrial; en la misma época debutó en el dibujo y la pintura, la época de formación en la que creó los ‘Niños atómicos’ que ya anticipaban por dónde iban sus pasiones y visiones. Su primer contacto con el cine se produjo de la mano de Jodorowsky, quien le propuso, por mediación de Dalí, participar en la película ‘Dune’ junto con Moebius. Este filme nunca terminó, pero le valió entrar en contacto con tres monstruos totales de la cultura contemporánea, a cada cual más particular.

Sin embargo aquel fracaso (la película nunca llegó a hacerse y el trabajo de Giger quedó como un bonito simulacro) no fue en vano; entre los que se fijaron en él estaba Dan O’Bannon, el guionista original de Alien. Éste se fijó en él y en su trabajo artístico en otros campos además de los bocetos para el ‘Dune’ de Jodorowsky. Concretamente en la versión de Giger del mítico ‘Necronomicón’. Una vez más Giger confluyó con gente que adoraba a los mismos autores que él, desde Dalí a Lovecraft, con lo que se encontró como pez en el agua cuando le encargaron (a pesar de las dudas iniciales de Ridley Scott) que fuera el autor artístico de la película.

Giger en su taller durante los años 80

Fue un éxito y el estilo Giger comenzó su expansión mundial: ganó un Oscar, vendió sus obras por medio planeta y reclutó (sin quererlo) a toda una legión de admiradores e imitadores que incluye, por ejemplo, de lejos, al dibujante español Luis Royo. Sin embargo no todo el mundo le quería: muchas veces sus obras, grotescas y cargadas de connotaciones sexuales, fueron censuradas en galerías, exposiciones y otras creaciones audiovisuales. Era visto como un “bicho raro” al que en Suiza (un país mucho más conservador de lo que parece) llegaron incluso a ligar con sectas y misas negras. Ayudó a este rumor muchos de sus cuadros, donde se advertía simbología satánica que, sin embargo, no eran más que añadidos a la mitología extrema creada por Giger.

Al éxito comercial también le llegó otro más mundano, el hostelero, ya que creó el Bar Giger justo frente al museo de su obra en Gruyères (Suiza); en vista de lo bien que funcionó decidió abrir más en el mismo país y también en Nueva York y Tokio. Precisamente EEUU y Japón fueron los dos países donde más fans consiguió, en el primero por su particular estética y trabajo en Hollywood (con un merecido Oscar como colofón) y en el segundo porque su estilo biomecánico tuvo un amplio recorrido en el manga, el anime y la ciencia-ficción nipona, donde también se cargó de sexualidad su arte.

Imagen del interior de uno de los Giger Bar