De Netflix a la gran pantalla: ‘Fe de Etarras’ pasa a ser dominio de cualquier bolsillo. Después del revuelo (y la publicidad gratis) de un amago de proceso judicial contra esta comedia negra sobre el terrorismo etarra y el extremismo nacionalista, que logra desmontar el fanatismo a golpe de humor negro negrísimo.

Pocas cosas golpean tanto a la psique española como el terrorismo, quizás porque España se acostumbró a esta lacra durante más de 40 años, porque todavía Madrid tiene el triste récord del mayor atentado terrorista de los fanáticos islámicos nunca perpetrado en suelo europeo, o porque, digámoslo claramente, muchos han utilizado la tragedia como arma política. En un ambiente donde los muertos ahogan a cualquiera y anulan el raciocinio, es comprensible que el humor tenga hueco. Especialmente en Euskadi, donde se sufrió y se ejerció más directamente. Los vascos, en primera línea de ese mal, estaban mucho más dispuestos a hacer humor inteligente, satírico o no, sobre todo lo que rodeaba ese terrible mal. Primero fue con el éxito de ‘Vaya Semanita’ en ETB, que luego pasaría a cristalizar, ya fuera del territorio original, con ‘Ocho apellidos vascos’, eso sí, en forma de comedia romántica.

La cuestión que plantea ‘Fe de Etarras’ es más una patada al ideario nacionalista vasco que al español, que es usado además como fuente de humor en ambas direcciones. Algo tan banal y frívolo como el fútbol es usado como coartada para construir una historia que desnuda a los puritanos y los fanáticos. En el cálido verano de 2010 en una pequeña capital de provincias española, un peculiar y disfuncional comando de ETA espera órdenes para actuar. Está formado por un veterano que está deseando demostrar que no es un cobarde (Javier Cámara), una pareja cuyo compromiso depende de la continuidad de la banda (Miren Ibarguren y Gorka Otxoa) y un manchego que cree que entrar en el comando le hará sentir como si fuera Chuck Norris (Julián López). Todos se atrincheran en un piso a la espera de recibir una llamada, que parece que nunca llega, para pasar a la acción. Mientras tanto, la selección española de fútbol va avanzando triunfalmente en el Mundial de Sudáfrica y todo el mundo lo celebra a su alrededor…

Detrás están Borja Cobeaga y Diego San José, expertos en tocarle la moral sacrosanta a todo lo que se mueva, ya fuera ETA o el nacionalismo español. El primero como director y guionista, el segundo como coguionista. Cobeaga ya dirigió en su momento comedias más blandas como ‘Pagafantas’ y ‘No controles’, para luego pasar a ser guionista de ‘Ocho apellidos vascos’, su secuela catalana, ‘Amigos’ o ‘Negociador’, sobre el conflicto vasco y la forma de negociar acuerdos de paz. Sin duda alguna Cobeaga se ha beneficiado de los nuevos tiempos en España, donde incluso una rebelión en toda regla de Cataluña es vista con cierto distanciamiento e incredulidad. Su fino sentido del humor ha sido recibido por los críticos con una ovación, la han señalado como una de las mejores comedias de los últimos años. Y gracias al sistema de Netflix puede verse cuando el cliente lo desee.

A partir de ahí ya sólo queda el sentido del humor, que obviamente no es universal. Eso lo aprendió pronto Netflix cuando en una de sus grandes banderolas publicitarias sobre la película, y dándole la vuelta al cántico mundialista deportivo “Yo soy español”, se topó con denuncias ante la Fiscalía y de los propios fiscales por enaltecimiento del terrorismo o incluso agresión a la memoria de las víctimas. En una España que se la coge con papel de fumar, por utilizar la expresión castiza, el sentido del humor depende siempre de las filias, fobias, ideologías y tradicionalismos. Y en España, seas vasco, castellano, catalán o andaluz, los hay por millones. El resultado fue un proceso judicial que fue desestimado por el juez antes de que siquiera empezara. Y  mucha atención mediática, que es justo lo que pretendía Netflix. Habría que sentarse a pensar hasta qué punto una compañía consigue manipular a la sociedad: es el poder de la publicidad, que mete el dedo en el ojo ajeno sabedora de que toda publicidad, incluso la mala, es buena para el negocio. Y que siempre habrá minorías sin sentido del humor dispuestas a picar el anzuelo.

Una película como ‘Fe de Etarras’ sería un éxito apabullante en el mundo anglosajón, incluso en el francófono, acostumbrados ambos a reírse de sí mismos y a diseccionar sus miserias. Especialmente el anglosajón, donde el “humour” alcanza niveles de catarsis social y cultural. Sólo hay que recordar que en EEUU ya hacían chistes sobre el 11-S apenas unos meses después. En España nadie tiene, volvamos a ser castizos, “cojones” de hacer bromas sobre las lápidas. No se trata de desprecio, sino de asimilación del mal para poder seguir viviendo. Es un acto de coraje bromear sobre el diablo cuando todavía huele a azufre. Como toda esa gente que salió a las calles de París, Niza, Berlín, Londres, Manchester o Barcelona cuando el yihadismo golpeó. Por eso demonizar una película antes de verla demuestra lo finísima que tienen la piel algunos sectores sociales españoles. Así que si no pudieron verla en Netflix, vayan a verla ahora a los cines y comprueben por sí mismos su aguante, si grosor, o su capacidad para sonreír en la oscuridad de un cine, que siempre es más anónimo y libre que la calle.

Ficha de ‘Fe de Etarras’:

Título original: Fe de etarras. Año: 2017. Duración: 89 min. País: España. Género: comedia. Dirección: Borja Cobeaga. Guión: Diego San José, Borja Cobeaga. Música: Aránzazu Calleja. Fotografía: Jon D. Domínguez. Reparto: Javier Cámara, Julián López, Miren Ibarguren, Gorka Otxoa, Ramón Barea, Luis Bermejo, Tina Sáinz, Bárbara Santa-Cruz, Josean Bengoetxea. Producción: Netflix España / Mediapro.