Dos veces subió Sam Mendes y las dos puso la misma cara: “¿Yo, en serio? Pues venga, vamos”. Un cruce entre el deber, la molestia de tener que recorrer la larga platea rumbo al escenario sorteando mesas y la lista de la compra que es cada discurso dedicatorio. El éxito de ‘1917’, con el Globo de Oro a Mejor Drama y Mejor Director fue la sorpresa de la noche en la que el clan Scorsese alrededor de ‘El irlandés’ se fue con las manos vacías y ‘Chernobyl’ ganó sin brillo.
Los Globos de Oro son muy caprichosos, son capaces de darle el premio a Mejor Actor de Comedia y Musical a Taron Egerton por su encarnación de Elton John en ‘Rocketman’ frente a Di Caprio y Eddie Murphy, o reventarle el monopolio a Disney al darle el premio en animación a ‘Mr Link. El origen perdido’ frente a ‘Toy Story 4’, ‘El Rey León’ o ‘Frozen II’. Vamos, que van por libre y con tanta anarquía muchas veces hacen cosas inexplicables, como que la mencionada ‘1917’ arrolle a ‘El irlandés’, ‘Joker’ o ‘Historia de un matrimonio’, que también contarán para los Oscar. Pero los premios fundamentales ya son otra historia y no habrá veleidades.
Dos detalles antes de empezar: la Mejor Banda Sonora fue para Hildur Gudnadottir por ‘Joker’, un premio merecidísimo, y la Mejor Película Extranjera se fue a ‘Parasite’, el tsunami coreano que muy probablemente le va a boicotear a Almodóvar su ‘Dolor y gloria’. Y la Mejor Canción fue para Elton John y su inseparable Bernie Taupin por ‘I’m gonna love me again’, que subieron como lo que son (divinos de enorme talento musical) y pusieron en pie a la platea, deseosa de aplaudir a quien ha compuesto muchas de las canciones que escuchan en casa, haciendo footing o en el gimnasio.
Sam Mendes y el equipo de ‘1917’, que ganó el premio a mejor drama
Al menos Tarantino y los suyos lograron el premio de Mejor Película de comedia con ‘Erase una vez en… Hollywood’, con el premio a Mejor Actor de reparto para Brad Pitt y por supuesto el de Mejor Guión para Quentin, que es, de largo, uno de los mejores autores de cine en décadas. Tarantino tiene ya más premios por sus escritos que por todo lo demás junto, se nota que es su mundo, su nicho. Con ‘Érase una vez…’ ha creado su película menos provocadora y más sentimental, un homenaje a los perdedores y eternos segundones de la industria que ha debido tocar la fibra sensible de muchos académicos. Más cuando están Di Caprio y Pitt en pantalla. Ojo a los Oscar.
Con nombres propios, además de Sam Mendes y sus caras de “venga, voy porque me están enfocando”, gafas volando por encima de la mesa incluidas, figuran Laura Dern en ‘Historia de un matrimonio’ (Mejor actriz de reparto), que dejó con un “oh, mierda, otra vez…” a Jennifer López, Annette Bening, Kathy Bates y Margot Robbie. La misma cara que se le quedó a muchas más cuando Awkwafina ganó como Mejor Actriz de comedia con ‘The Farewell’ por encima de Ana de Armas y Cate Blanchett. Y siguiendo con ellas, una comprimida y extrañamente frágil (parecía que estaba a punto de romperse con cada paso) Renée Zellweger ganó como Mejor Actriz de drama por su encarnación de Judy Garland en ‘Judy’; dejó de un plumazo fuera a Scarlett Johansson y Charlize Theron.
Entre ellos, además de los mencionados Egerton y Pitt, sobresalió con naturalidad Joaquin Phoenix por su anarco-psico-revolucionario ‘Joker’; en la cuneta dejó a Antonio Banderas, Adam Driver, Christian Bale o el veterano Jonathan Pryce. Es un gran candidato para los Oscar y es muy posible que le hagan la autopista, aunque a tenor por su alocado discurso de aceptación (con gestos propios del Joker incluidos) más de uno se lo pensará. Es su año, desde luego, pero nunca se sabe porque los Oscar son como una reunión de comunidad de vecinos: siempre hay cuentas pendientes y se tiende más a ajustarlas que a ser ajustados a los méritos.
En TV: ‘Chernobyl’, ‘Sucession’ y ‘Fleabag’
Más o menos los premios de TV se ajustaron a lo normal. Ahí fue más obvio todo. Para empezar ‘Chernobyl’ (el equipo entero posa con el premio en la fotografía superior) ganó como mejor miniserie, ‘Sucession’ como mejor drama y ‘Fleabag’ como mejor comedia. Todo OK. Comprensible. Premios lógicos, naturales, sin estridencias, aunque Jared Harris se quedó sin su premio como actor de miniserie, que se llevó Russell Crowe por ‘La voz más alta’. Más suerte tuvo Stellan Skarsgard, que sí se llevó el segundo premio de los tres que tuvo ‘Chernobyl’. Ramy Youssef ganó el premio de Mejor actor de comedia por ‘Ramy’, en la plataforma Hulu, y Brian Cox el de Mejor actor de drama por su personaje de pater familias capitalista retorcido en ‘Succession’.
Olivia Colman volvió a ganar como reina (ahora Isabel II) como Mejor actriz de drama en la nueva temporada de ‘The Crown’; Phoebe Waller-Bridge repitió como Mejor actriz de comedia con ‘Fleabag’; y una reivindicativa Michelle Williams como Mejor actriz de miniserie por ‘Fosse/Verdon’. Como mejor actriz de serie se llevó el premio Patricia Arquette por ‘The Act’ (que le levantó el galardón a Meryl Streep). En general en esta sección hubo mucho de compromiso ya firmado y también de justicia. Echamos de menos el completo de ‘Chernobyl’, pero por lo menos no se hicieron un Scorsese en primera línea, que tenía cara de recaudador de impuestos al final de la noche.
Ellen DeGeneres, Tom Hanks y lágrimas
Los premios honoríficos dan para lo que son: lloros. Casi llora DeGeneres, que tiene un control inmenso sobre sí misma en el escenario gracias a llevar décadas con ese noble arte del monólogo cómico, que proporciona una solidez que ya querrían los actores dramáticos. Ella se llevó el Premio Carol Burnett, y Hanks el Cecil B. DeMille, lágrimas incluidas. La primera sólo quiso remarcar que su obsesión estos años ha sido “hacer sentir bien a la gente y hacerla reír”. Por el camino Ellen ha logrado emular al ave fénix, que pasó de ser lapidada públicamente por su outing en su propia serie de TV a convertirse en reina televisiva y mecenas de medio planeta. Y Hanks, comiéndose minutos de retransmisión a lágrima viva dedicándoselo todo a su familia, amigos y a la industria en la que ha llegado más lejos que nadie.
Y luego estuvo Ricky Gervais. El británico no defraudó: pose de pasivo-agresivo de humor sulfuroso, una caña en la mano, una tarjeta en la otra y mucha, mucha mala leche, tanta como para clavarse con el suicidio de Jeffrey Epstein, con el desastre del filme ‘Cats’ o contra cualquiera que se moviera. En la platea. Porque no hubo mucho de política, sólo puyas y su consabido “es la última vez, en serio, de verdad…”. Y ya van cinco galas. Desde que dejara frío a Hollywood años atrás y se ganara los odios y recelos de media industria cuando se salió de lo correcto años atrás, no ha dejado de triunfar. Un buen ejemplo de que el espectáculo es eso, un show donde da igual si te ríes de la madre agonizante del que tienes delante si generas dinero y atención.