Desde el pasado 3 de febrero el Museo Guggenheim de Bilbao expone nueva muestra centrada en un movimiento fusionador: por un lado el expresionismo de origen alemán, y por otro el arte abstracto continental, dos corrientes vanguardistas contemporáneas que se fundieron en los años 40 en EEUU para crear el primer movimiento original del país.

Imagen de portada: ‘One number’, de Jackson Pollock

La etiqueta colectiva fue creada por Robert Coates en 1946, un crítico de arte que supo unir las dos facetas concretas de un movimiento artístico que asumió la vertiente abstracta dentro del expresionismo, movimiento vanguardista de gran calado en el arte (pintura, cine, artes plásticas) que había tenido su epicentro en la Alemania de Entreguerras. En realidad el expresionismo abstracto fue un estilo acunado en los años 40 en Estados Unidos, a donde llegaron en masa muchos artistas europeos que huían del fascismo, el comunismo y la guerra. La exposición del Guggenheim, del 3 de febrero al 4 de junio, intentará sintetizar para el público este movimiento.

Acunado en plena Segunda Guerra Mundial en los años 40 en EEUU, y difundido luego por el resto del mundo en la posguerra. Fue, por así decirlo, el primer estilo pictórico genuinamente norteamericano antes de que el país se apropiara del pop art y lo refundiera con su propia cultura popular. Por así decirlo fue el resultado de la emigración y el exilio, pero también de un país con una sociedad dinámica, mercantil, industrializada y democrática en la que se fundieron muchos elementos europeos. Era el lugar perfecto para que apareciera un movimiento centrado en llevar a los límites la expresividad no formal. Si les decimos un solo nombre lo entenderán: Jackson Pollock.

No hay que olvidar que entre los artistas adscritos a este movimiento había desde neoyorquinos auténticos a artistas centroeuropeos que apenas habían salido más allá de Alemania y Francia, o gente de la Costa Oeste, el nuevo horizonte de progreso del país. Todos tenían sin embargo un hilo conductor: habían sufrido, experimentado u observado en primera línea la terrible primera mitad del siglo XX, una demencia de industrialización, guerra total y sociedad de masas que había enterrado siglos de historia de Occidente en un parpadeo sangriento. Y también lo que se les avecinaba, ese mundo de posguerra dominado por la amenaza atómica, la colisión de ideologías y el consumismo como modo de vida.

‘Untitled’ (1950) – William de Kooenig

Muchos de ellos eran veteranos del “Action Paiting”, es decir, la pintura en movimiento, vitalista, instintiva, pura expresión del momento, un tipo de arte que buscaba sobre todo liberar al creador de toda atadura formal de preparación y dejarle campo libre para experimentar el impulso. Obras nacidas de un intensa expresividad que en realidad no tiene forma, es pura abstracción de una idea o un sentimiento. La clave en la pintura expresiva abstracta no es tanto lo que quiere decir el artista, sino lo que percibe luego el espectador: el artista está presente en la obra porque es producto de su psique y su momento personal, tanto intelectual como emocional, pero el elemento definitorio final está en lo que la obra transmite al espectador, que interacciona con la obra.

Fue un momento fundamental: terminada la primera mitad del siglo, con el mundo devastado por una guerra de seis años que había dejado más de 65 millones de muertos, varios genocidios, hundido definitivamente a Europa y puesto a las dos sociedades de masas más importantes del mundo, EEUU y la URSS, en posición de salida para repartirse y dominar el mundo. Fue el instante en el que la vieja sociedad europea tradicional surgida de la primera Revolución Industrial le pasaba el testigo, por defunción autoinfligida, a una sociedad mucho más dinámica y veloz, que vivía del consumo, la producción controlada y la estandarización absoluta de la economía.

Pero también en el ideario y concepción del propio arte contemporáneo, en especial respecto al público: el formalismo ya quedaba atrás, entrábamos en una era en la que el artista expresaba y el resto le seguía o entendía lo que quería, podía o pretendía. Pero al ser un movimiento típicamente norteamericano, en Europa siempre hubo cierta distancia, o cuando menos un giro que revelaba poco interés. La exposición temática colectiva que organiza el Museo Guggenheim reúne 130 pinturas, esculturas y fotografías procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo sobre el expresionismo abstracto.

Obra de Franz Kline

La intención es de la muestra es cubrir ese vacío explicativo sobre un movimiento clave y que en Europa no había tenido suficiente desarrollo, pero desde un punto de vista diverso: aunque se vea como un todo artístico, en realidad fue un fenómeno complejo, variable y sin unidad, más pendiente de lo que hiciera cada artista dentro de un marco estilístico más que un movimiento cohesionado. Había variantes individuales en función de sus creadores (Jackson Pollock, Franz Kline, Willem de Kooning), pero también de soportes, formatos, etc. Las características unificadoras era más bien formales, y transmitían cierto grado de angustia ante la nueva sociedad que se conformaba, donde el individuo se diluía.

Para empezar acudían mayoritariamente a grandes formatos, cuadros de grandes dimensiones donde se eliminaba la figuración y se optaba por el camino de la abstracción, si bien algunos, como De Kooning, también usaron la figuración sugerida. Los cuadros tienden hacia disposiciones geométricas que se establecen sobre un lienzo que es visto como tabula rasa, es decir, que son un campo libre y abierto para cualquier tipo de expresión, pero sin ataduras previas. Es decir, que el artista crea sobre el lienzo sin atender a planos previos ni dando más peso a una zona concreta. Todo es un horizonte, un solar de expresión sin límites más allá de los bordes mismos del cuadro. Quizás por eso tendían siempre a lienzos tan grandes.

Por otro lado el color era más bien restringido: usaban sobre todo colores muy primarios, un anticipo del minimalismo artístico que luego otros recogerían en el futuro. Se trataba de expresar lo esencial y más puro, más profundo, con el mínimo de recursos, liberar al arte de todo tipo de artificio (algo que ya venía de antiguo, desde finales del siglo XIX) y poder comunicar y sugerir al espectador múltiples caminos. El expresionista abstracto creaba para sí mismo, no tanto para la gente; sin embargo su arte buscaba sobre todo que el otro, el que mira, reaccionara e interactuara a partir de ese lienzo puro, de colores sencillos y que en muchas ocasiones eran sólo blanco y negro. Los trazos eran violentos, fuertes, sin fronteras.

Jackson Pollock en su estudio, en pleno proceso creativo de action paiting

‘PH-950′ (1950) – Clyfford Still