Ginger Ape Books presenta una de las auténticas joyas de la ilustración europea, ‘Historias en viñetas de la Gran Guerra’, de Louis Raemaekers.

Se trata sin duda de una de las más grandes obras de ilustración de la Primera Guerra Mundial, una reedición perfectamente seleccionada y mimada con más de 250 viñetas e ilustraciones del holandés Louis Raemaekers, que reflejó en ellas lo que vio y experimento durante la “Gran Guerra”. La edición está prologada por Rubén L. Conde y traducida por José María Matás, y saldrá a la luz este mes de junio. Forma parte de la oferta que esta pequeña editorial en internet y de edición convencional ha desarrollado en los últimos años. El funcionamiento de la iniciativa es sencilla: cada cliente puede, si lo desea y ordena su conciencia y ética, hacer una pequeña donación para sostener el proyecto empresarial y sus iniciativas. Además, para quienes amen el papel en libros, Ginger Ape permite acceder a una versión impresa en exclusiva que únicamente “satisface los costes de impresión y los gastos de envío” como gasto.

Las viñetas aparecen confrontadas con textos de época de la más diversa naturaleza (comunicados oficiales, notas de prensa, artículos de opinión, memorias de guerra, extractos de diarios y cartas desde el frente, poemas y discursos) y permiten trazar, con el valor inmediato del testimonio de sus protagonistas (grandes, pequeños, vencedores, neutrales y vencidos), una crónica completa, profundamente humana y distendida de aquellos terribles días que conmocionaron al mundo.

Louis Raemaekers (1869-1956), fue un ilustrador y pintor holandés que trabajó como corresponsal para el Amsterdam Telegraaf durante la Primera Guerra Mundial y que desarrolló una germanofobia evidente al ver los efectos de la guerra, retratados en sus obras. Y eso que era hijo de una familia holandesa de ascendencia germánica. Trabajó en el Algemeen Handelsblad entre 1906 y 1909, creando toda una carrera de caricaturista que le valdría oficio y sistema de vida. No dudó en retratar a los militares alemanes como bárbaros e incluso llegó a hacer humor político donde los jefes alemanes (como el káiser Guillermo II) como “aliados de Satán”. Tal era su escoramiento y su tesón a la hora de dibujar.

Los alemanes llegaron incluso a ponerle precio a su cabeza, vivo o muerto, tal cual, como en el salvaje Oeste pero en la Europa imperial que se iba por el agujero de la guerra. El gobierno alemán forzó la mano al pequeño reino de Países Bajos para que fuera detenido, pero se libró. Posteriormente emigró a Inglaterra por el precio que alcanzó su cabeza, y allí pasó a trabajar para el prestigioso The Times, con quien pudo reunir y editar su colección de dibujos (‘Raemaekers Cartoon History of the War’, en 1919).

Su trabajo no pasó desapercibido para nadie, entre ellos a los ojos del presidente Theodore Roosevelt, que confesó que sus trabajos eran “la más poderosa contribución de un neutral a la causa de la civilización durante la Guerra Mundial […] Raemaekers deja un repertorio de imágenes que se recordará por muchos siglos; un repertorio que quizá perdure tanto como el testimonio escrito de los hechos que ilustra. Dibuja el mal con la fuerza desabrida de Hogarth, con su mismo espíritu iracundo, de vehemente protesta […] Todo el mundo debería estudiar su obra”.

Otros medios, como la revista Vanity Fair lo presentan como una cumbre de la ilustración occidental, del pacifismo y de la comunicación, ya que “cada viñeta es un retrato sombrío, despiadado de la verdad, obvio incluso para las inteligencias más pobres. Solo una sofisticada minoría reconocerá que han sido concebidas por un cerebro privilegiado y una mano experta. Solo aquellos capaces de inquirir con mayor hondura comprobarán que cada dibujo es, en sí mismo, un drama elemental de convincente poder y significado, acentuado en no pocos casos por la profecía y la sugestión”.