Si no conocen a Katsuhiro Otomo tienen un problema; se puede solventar si siguen adelante con este post, a fin de cuentas ha sido el nuevo gran autor elegido por el Festival de Angulema, el más grande de Europa.
Occidente le debe a Katsuhiro Otomo dos bien grandes: la primera, fue decisivo para introducir el manga y su versión en pantalla, el anime, definitivamente en la cultura popular occidental. La segunda deuda es con su inmenso talento y haber contribuido, junto con Miyazaki, a darle una modernidad definitiva al cómic japonés y convertirlo en, quizás, el más ambicioso junto con el europeo (al menos en cuando a ideas, argumentos y formas de desarrollo, mezclando filosofía, religión y ciencia). Además, la guinda: es el creador de ‘Akira’, que rompió las barreras culturales en los años 80 con su celebérrima versión en cine de animación.
Son un par de razones para que la 42ª edición del Festival Internacional del Cómic de Angulema (Francia) le haya otorgado el Gran Premio. La Europa del cómic rendida a los pies del creador de ‘Akira’. El premio, además, se concede al inicio de este festival, el más grande del continente, el más tradicional (no el más longevo, ojo) y que marca el año en cuanto a novedades y autores. La entrega se hizo al mismo tiempo que el homenaje a las víctimas asesinadas por terroristas islámicos en la sede de la revista Charlie Hebdo. Otomo ya recibió la Orden de Caballero de Las Letras de Francia en 2005.
Otomo es también pionero en esto: es el primer japonés que recibe el Gran Premio, una victoria para los críticos con el mundo del cómic francés, resistente siempre a abrir su mundo al manga (en Angulema todavía recuerdan el criticismo de la elección de Akira Toriyama, creador de Dragon Ball, como Premio Especial del 40 aniversario del certamen en 2012). Y no lo hizo porque sí: el jurado le eligió a él por delante de esa especie de monstruo sagrado huraño y oscilante que es Alan Moore, guionista de dos tótem del cómic mundial como ‘Watchmen’ o ‘V de Vendetta’. Todo un mérito para este hijo de la posguerra japonesa, nacido en 1954 y cuyo momento cumbre fue crear la serie ‘Akira’ entre 1982 y 1989 y que tuvo una versión en película de animación en 1988.
Esta saga es una distopía en toda regla que bebe del trauma atómico japonés, de la religión budista y del ambiente noir del cómic y la literatura occidental. Se desarrolla en un Neo-Tokio en el año 2030, de posguerra nuclear, empobrecido, ultraviolento y donde la corrupción campa a sus anchas. En medio de ese ambiente surge Akira, el mito de un niño cobaya que recuerda a un Buda artificial y depositario de una energía divina que lee cómo funciona el universo y lo maneja. Las sectas religiosas que crecen al calor de la pobreza y la violencia lo usan como un fantasma contra el orden establecido, como un icono para la resurrección de Japón tras el desastre.