La querida Lucy, el ejemplar femenino del primer antiguo eslabón considerado ancestro humano (hace 3,3 millones de años), nuestra antepasada más famosa, no estaba sola: tres especies más de homínidos paralelos coexistieron con ella en el Plioceno medio.

Yohannes Haile-Selassie y Denise Su, de The Cleveland Museum of Natural History, y Stephanie Melillo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Alemania han publicado en la revista Proceedings el resultado de un trabajo de investigación que compila evidencias y hallazgos fósiles acumuladas durante las últimas décadas y creado un relato basado en pruebas contextualizadas que permite dibujar cómo era la era de Lucy: no estaba sola, compartía el nicho ambiental con otras especies de homínidos que guardaban relación biológica con ella; su especie, el Australopithecus afarensis, habitó África hace entre 3,8 y 3,3 millones de años.

La clave de esta actualización de visión está en esa contextualización obligada por los fósiles hallados en Etiopía, Kenia y Chad. A partir de los detalles y dataciones los investigadores crearon un mapa temporal y geográfico de las especies, y el resultado es algo bastante obvio: igual que coexisten distintas subespecies de la misma especia general hoy en día, también lo hacían los homínidos antes de que la evolución las condenara a la extinción frente al homo sapiens, cada vez mejor preparado para dominar el mundo.

El estudio considera obvio que no sólo coexistieron (como lo harían luego en Eurasia los neandertales y sapiens) sino que quizás compartían recursos. Lucy no era la única que deambulaba por Afar (Etiopía) y cuyos restos fueron encontrados en los años 70 para marcar un primer punto de anclaje en la paleontología y la evolución humana: África, hace entre 3 y 3,8 millones de años. Ya entonces era bípeda y tenía los primeros rasgos diferenciadores del resto de primates.

La teoría clásica establecía que el ser humano era producto de una evolución lineal: cada salto evolutivo daba como resultado una especie que a su vez evolucionaba hacia la siguiente, y cada una era más “humana” que la anterior. En ocasiones se generaban más de una línea evolutiva (como el caso de los neandertales), pero esa direccionalidad se mantenía. La idea clásica establecía que hace 3 millones de años Lucy era parte de la única especie posible de ese nivel. Sin embargo en los años 90 todo eso cambió: en Chad descubrieron fósiles de un homínido bautizado como Australopithecus bahrelghazali y en 2001, en Kenia, aparecía otro nombrado Kenyanthropus platyops.

Se pensó en un principio que eran variantes laterales de la especie de Lucy. En 2012 llegaría otro fragmento, una parte del pie de un homínido que vivió hace 3,4 millones de años y entonces ya no hubo más remedio que aceptar que en efecto hubo otras especies paralelas. Las diferencias entre ellas eran escasas: compartían estructura pero los detalles genéticos eran los que marcaban la separación. El yacimiento de Woranso-Mille en Afar (Etiopía) permite contrastar líneas temporales y sacar conclusiones: se movían de forma diferente (algunas más bípedas, otras menos) y tenían distinta dieta. Una de las ventajas de esta investigación es que en paralelo reconstruyeron parcialmente los ecosistemas en los que vivieron para concluir que necesariamente tuvieron que compartir recursos para evitar la aniquilación en la zona.

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Esqueleto de Lucy, que cambió la paleontología para siempre