Luna lunera, cascabelera, superviviente de un impacto estelar de proporciones inimaginables que casi pulverizó la Tierra y responsable parcialmente de que haya grandes terremotos por su influencia gravitacional sobre el manto y la corteza terrestres. Nuestra bola de polvo y roca preferida tiene nueva teoría de su nacimiento mientras otros científicos aclaran su vinculación con la sismología.

Ha sido una semana movida para nuestra infatigable compañera de tango cósmico, ese cuerpo aparentemente inservible pero que permite a la Tierra mantener su eje en un ángulo estable y evitar que literalmente se vuelva loca por girar tan deprisa y pase de peonza a balón de playa sin control. Pero también tiene una influencia decisiva sobre las mareas oceánicas, los ciclos naturales e incluso la sismología. Ahora bien, ¿cómo nació? A la vieja teoría de que se formó en paralelo a la Tierra hubo que añadirle en los años 70 y 80 del pasado siglo la del impacto: un pequeño planeta o un gran meteorito arrancó de cuajo material terrestre suficiente como para formarla y que quedara atrapada en la gravedad terrestre.

Hasta ahora se consideraba que la Luna se había conformado con una mayoría de material de ese planeta errante que salió perdiendo de su encontronazo con la joven Tierra, aún muy caliente y en formación, más grande incluso que la actual. Sin embargo un nuevo estudio de las universidades de Harvard y Washington St. Louis a partir del análisis geoquímico de los isótopos en rocas lunares y terrestres ha dado una nueva versión de la teoría del impacto: en realidad el planeta errante se volatilizó porque el choque fue en cotas de alta energía, es decir, en caliente, hasta el punto de que se creó una gigantesca nube de silicatos vaporizados que luego conformó un disco atrapado en los restos de la gravedad de la Tierra. Está por ver también qué cantidad (pequeña probablemente) de ese otro planeta quedó en nuestro mundo, pero lo cierto es que ese disco incandescente daría paso a la Luna.

Ilustración que recrea el posible choque entre la Tierra y otro planeta, más pequeño, que produjo la Luna

Es decir, que en realidad nuestro satélite es una hermana pequeña con una gran mayoría de material terrestre con la presencia de los mismos isótopos de potasio, lo que descartaría que fuera un “engendro” mixto de ambos mundos. La investigación, publicada en Nature, teoría sobre un choque “en caliente” con una liberación de energía tan grande que probablemente afectó a otros planetas y con una onda expansiva que debió barrer gran parte del Sistema Solar. No hay que olvidar que los isótopos de materiales son la firma geológica de cada planeta: cada uno tiene un esquema diferente conformado durante su formación, por lo que si esa firma se repite en otros lugares se entiende que es material del planeta A en otro lugar. Es lo que se realiza con los meteoritos, para determinar su firma y calcular de dónde pueden proceder.

La gran diferencia con la teoría clásica es evidente: frente a un impacto “frío y lento” que convirtió el planeta extraño en la base de la Luna aparece el impacto “caliente” capaz de volatilizarlo y que el material de la proto Tierra anterior se bifurcara en dos cuerpos. Esta variante de la teoría principal no se podría confirmar hasta que no haya nuevas misiones a la Luna en el futuro y así se pueda extraer más material.

La Luna llena y los terremotos

Pero no ha sido lo único nuevo que hemos sabido de nuestro satélite. Si no tenía suficientes mitos asociados en su fase de Luna Llena (Plenilunio), aquí llega la astronomía aliada con la geología para uno más: un equipo de investigación japonés (Instituto de Investigación Sísmica de la Universidad de Tokio) ha demostrado que en la fase de plenilunio la gravedad lunar aumenta las posibilidades de que haya grandes terremotos. Todo se basa en el juego de gravedad entre la Tierra y la Luna. Ésta ejerce una poderosa influencia sobre los océanos de forma cíclica, literalmente “tirando” hacia arriba de las masas de agua, más fáciles de deformar que las terrestres sólidas. El equipo japonés midió y comparó los datos entre las fases lunares y el origen de terremotos (que son continuos en Japón, zona de choque entre tres placas tectónicas).

El resultado del estudio es que sí existe una correlación entre las fases lunares y la frecuencia de seísmos por encima de los 5,5 grados en la escala. Las mareas son mucho más amplias antes de que se produzcan esos terremotos. Los que están por debajo de esa escala no guardan correlación. Para entenderlo mejor hay que entender que las fases lunares son algo más que un bonito juego de crecientes y menguantes con forma de media luna producida por el baile entre el Sol, la Tierra y la Luna. El plenilunio o Luna Llena se produce cuando la Tierra está cerca de interponerse entre el Sol y el satélite, por lo que recibe de lleno toda la luz solar, y la Luna Nueva se produce por el efecto inverso, cuando nuestro satélite está entre el Sol y la Tierra por su ciclo orbital, por lo que no vemos la mitad que si está iluminada por el Sol. Si se alinean los tres en armonía se produce un eclipse.

Cada vez que ese juego se produce las mareas son más altas o bajas: la gravedad del Sol se suma a la de la Luna durante la fase de Luna Nueva y ambas tiran de los océanos por encima de su nivel natural. Y al contrario, durante el plenilunio la Luna y el Sol tiran desde puntos opuestos. Este efecto gravitatorio afectaría a las fallas (fronteras entre cortezas) en estado precario, no las más asentadas, por lo que podrían desestabilizarlas de alguna forma, lo suficiente como para que se produzca un aumento de tensión física entre ambas placas y provoque la liberación de energía en forma sísmica.

Si bien hay que tomar estas conclusiones son cuidado y dentro de un orden (que haya Luna Llena no implica que vaya a temblar todo), sí que explicarían por qué los ciclos sísmicos presentan un comportamiento como el que tienen, en el que una fractura inicial no genera terremotos graves pero sí la evolución de esa misma fractura: las mareas harían el papel de un acelerador del proceso.