El gigante de nuestro vecindario es un planeta tan extraño como dominante y fascinante. A medio camino entre una probable estrella que no eclosionó y un monstruo gaseoso con hipergravedad, también tiene una atmósfera tan viva y dinámica como la de la Tierra. Probablemente mucho más, y a una escala que nos supera. La sonda Juno que orbita el planeta ha conseguido “fichar” la “Barcaza Marrón”.
Los astrónomos bautizaron así a una larga mancha parda, escurridiza y veloz, que se mueve por la atmósfera joviana. Su forma es ovalada y su zona de migración es el Cinturón Ecuatorial sur del planeta. En realidad no es única, sino que hay varias en diferentes latitudes, pero esta ha sido de las más importantes que ha conseguido capturar Juno en una de sus pasadas sobre el planeta. Estas “barcazas” son en realidad ciclones de un tamaño inmenso que se desplazan por las zonas ecuatoriales del planeta, muy activas y violentas. Principalmente en el cinturón norte, por eso la que ha fotografiado Juno es tan importante: está en el cinturón sur, algo poco habitual.
La imagen fue tomada el 6 de septiembre cuando la nave hizo su decimoquinto acercamiento de Júpiter en una de las pasadas programadas, a una distancia de 11.950 kilómetros de las cimas de las nubes del planeta, sobre una latitud sur 22 grados. Puede parecer mucho, pero basta pensar que la gravedad de Júpiter es tan poderosa que altera todo el Sistema Solar y es capaz de romper por dentro muchas de sus lunas (algunas están deformadas y no tienen forma esférica por ello), y que su campo magnético puede malograr la tecnología con facilidad. De ahí el enorme potencial que tiene la sonda Juno. La imagen fue tratada luego por el investigador Kevin M. Gill con la JunoCam de la sonda.
Barcaza marrón de Júpiter (NASA JPL-Caltech SWRI MSSS Kevin M.Gill)
La importancia de la foto radica en las elusivas “barcazas”. La razón de que sea difícil verlas es porque su color las hace mimetizarse con los estratos cíclicos de color oscuro de las latitudes ecuatoriales, donde la composición y dinámica de la atmósfera es diferente al resto. Estos cinturones cambian de tamaño y permiten una localización mejor; en una de esas “ventanas de retirada” Juna logró localizarla. Y no son longevas como la Tormenta Roja, sino que se disipan con cada quiebro y retirada de los cinturones. Éstos tienen fases de baja intensidad en las que reducen su tamaño; entonces las “barcazas” se diluyen y vuelven a aparecer cuando esa zona crece de nuevo.
Misión Juno: a la caza del gigante
La sonda Juno tiene una misión que nadie querría: acercarse a un monstruo insondable tanto como para poder vigilarlo y estudiarlo dos años, con niveles de radiación y gravedad tan altos que es imposible (virtualmente) ningún tipo de penetración que no termine en una destrucción asegurada. Cuando termine su vida útil se “suicidará” lanzándose sobre el planeta para enviar todos los datos posibles de su muerte ya dentro de la atmósfera de un gigante 300 veces más grande que la Tierra, el más antiguo de todos los planetas, el que ejerce una fuerza tan grande que altera las órbitas de todos los planetas entre él y el Sol y convulsiona sus decenas de lunas.
Juno (con tres paneles solares para alimentación y una longitud total de 20 metros) fue lanzada en agosto de 2011 y se ha acercado todo lo posible para colocarse en orbita polar (primera vez que se consigue) y acumular información suficiente para saber cómo se formó el gigante, cómo lo hizo el Sistema Solar y qué influencia tuvo (y tiene) sobre la Tierra. La razón es que Júpiter fue el primer planeta, el que hace posible que el resto orbite el Sol: literalmente la estrella y su primogénito “bailan” un agarrado en el que los demás planetas son armónicos corifeos. De hecho se sospecha que en los primeros millones de años ejerció de destructor: literalmente no había empezado a bailar y habría engullido, expulsado o destruido los primeros planetas formados. Muy probablemente fue el culpable de que el Cinturón de Asteroides exista como tal y no sea un planeta.
Es tan poderosa su fuerza que gira cada diez horas sobre su eje y crea un campo magnético cerrado en el que los electrones quedan atrapados y rebotan como metralla. El gigante es la piedra angular del sistema, tanto como el Sol. Apenas se sabe nada de lo que hay más allá de las capas superficiales de su atmósfera, y se considera que es un gran gigante gaseoso porque… no se puede saber más. Eso a pesar de que fue de los primeros en ser vistos con los nuevos telescopios. El primer estudioso del gigante fue Galileo Galilei. Durante su formación original acumuló materia como en el resto de todo el Sistema Solar (exceptuando el Sol), suficiente como para parecerse a una estrella. De hecho su composición es similar: a la espera de más datos predomina el hidrógeno y el helio. La historia clásica cuenta que Júpiter absorbió casi todos los restos de gas y polvo que quedaron después de que el Sol se formara y “encendiera”; de lo que quedó salieron casi todos los demás planetas.
La atmósfera se compone de varias capas, y una de las más importantes es una compuesta de hidrógeno en estado líquido que condiciona todo lo demás. Y todo lo demás son teorías: algunos piensan que no hay nada sólido sino un núcleo tan comprimido como el de una estrella, otros creen que éste núcleo se estaría disolviendo dentro del propio planeta por la enorme fuerza gravitacional; otros incluso piensan que sí hay núcleo sólido y que debe tener una presión similar a la que alberga el Sol. Entender Júpiter abriría la puerta para saber también cómo se pudieron formar el resto de planetas exteriores gaseosos (Saturno, Neptuno, Urano…). Una fuerza gravitacional tan grande debe tener alguna explicación. Si tuviera un núcleo sólido o Júpiter fuera un planeta rocoso recubierto de una hiperatmósfera por culpa de la gravedad que genera, bien podría establecerse que primero fueron las rocas y después los planetas, que el gas y el polvo ya estaba compactado.