La sonda Juno de la NASA está ya a punto de empezar el viaje suicida más importante de la astronomía: dejarse devorar por Júpiter, un monstruo gaseoso tan importante para el Sistema Solar como desconocido. Juno solventará parcialmente ese problema.
Foto de portada: Sonda Juno (NASA/Caltech)
La sonda Juno tiene una misión que nadie querría: acercarse a un monstruo insondable tanto como para poder vigilarlo y estudiarlo dos años, con niveles de radiación y gravedad tan altos que es imposible (virtualmente) ningún tipo de penetración que no termine en una destrucción asegurada. Cuando termine su vida útil se “suicidará” lanzándose sobre el planeta para enviar todos los datos posibles de su muerte ya dentro de la atmósfera. El próximo 4 de julio será algo más que la conmemoración del día de la independencia en EEUU, cuando las Trece Colonias se rebelaron contra el yugo inglés; será también el día en el que la NASA alcance el gigante jupiteriano 300 veces más grande que la Tierra, el más antiguo de todos los planetas, el que ejerce una fuerza tan grande que altera las órbitas de todos los planetas entre él y el Sol y convulsiona sus decenas de lunas.
Juno (con tres paneles solares para alimentación y una longitud total de 20 metros) fue lanzada en agosto de 2011 y tiene el objetivo de acercarse todo lo posible para colocarse en orbita polar (primera vez que se consigue) y acumular información suficiente para saber cómo se formó el gigante, cómo lo hizo el Sistema Solar y qué influencia tuvo (y tiene) sobre la Tierra. La razón es que Júpiter fue el primer planeta, el que hace posible que el resto orbite el Sol: literalmente la estrella y su primogénito “bailan” un agarrado en el que los demás planetas son armónicos corifeos. De hecho se sospecha que en los primeros millones de años ejerció de destructor: literalmente no había empezado a bailar y habría engullido, expulsado o destruido los primeros planetas formados. Muy probablemente fue el culpable de que el Cinturón de Asteroides exista como tal y no sea un planeta.
Es tan poderosa su fuerza que gira cada diez horas sobre su eje y crea un campo magnético tan fuerte y cerrado que los electrones quedan atrapados y rebotan como metralla. La nave Juno tendrá que hacer frente a ese campo, entre otras amenazas. El gigante es la piedra angular del sistema, tanto como el Sol. Apenas se sabe nada de lo que hay más allá de las capas superficiales de su atmósfera, y se considera que es un gran gigante gaseoso porque… no se puede saber más. Eso a pesar de que fue de los primeros en ser vistos, nada menos que por Galileo Galilei. Durante su formación original acumuló suficiente materia como en el resto de todo el Sistema Solar (exceptuando el Sol), suficiente como para parecerse a una estrella. De hecho su composición es similar: a la espera de más datos predomina el hidrógeno y el helio. La historia clásica cuenta que Júpiter absorbió casi todos los restos de gas y polvo que quedaron después de que el Sol se formara y “encendiera”; de lo que quedó salieron casi todos los demás planetas.
Imagen real de Júpiter (NASA/Caltech)
La atmósfera se compone de varias capas, y una de las más importantes es una compuesta de hidrógeno en estado líquido que condiciona todo lo demás. Y todo lo demás son teorías: algunos piensan que no hay nada sólido sino un núcleo tan comprimido como el de una estrella, otros creen que éste núcleo se estaría disolviendo dentro del propio planeta por la enorme fuerza gravitacional; otros incluso piensan que sí hay núcleo sólido y que debe tener una presión similar a la que alberga el Sol. Entender Júpiter abriría la puerta para saber también cómo se pudieron formar el resto de planetas exteriores gaseosos (Saturno, Neptuno, Urano…). Una fuerza gravitacional tan grande debe tener alguna explicación. Si tuviera un núcleo sólido o Júpiter fuera un planeta rocoso recubierto de una hiperatmósfera por culpa de la gravedad que genera, bien podría establecerse que primero fueron las rocas y después los planetas, que el gas y el polvo ya estaba compactado.
La misión de la nave Juno
Pero ese relato debería cambiar cuando Juno llegue al planeta el 4 de julio sobre las 20.35 de la tarde (hora de la costa californiana); maniobrará luchando contra la gravedad jupiteriana y su campo magnético y se colocará en órbita para estudiarlo durante dos años. Será la primera vez desde que la sonda Galileo se atreviera a orbitar once veces al monstruo, y lo hará muy cerca: a menos de 5.000 km, decenas de miles más cerca que la sonda Pioneer en 1974. Aparte de información planetaria más concreta que la que tenemos ahora, uno de los objetivos es averiguar si debajo de la espesa y tormentosa atmósfera hay algo sólido como en los planetas rocosos. Juno buscará, además de elementos sólidos, oxígeno en cantidades importantes. A fin de cuentas es uno de los tres elementos más abundantes en el universo y vital para la vida. Igualmente la nave buscará presencia de vapor de agua o agua en estado líquido, ya que podría ser posible que existiera en ambos estados en la atmósfera. Estudiará la atmósfera en profundidad para crear patrones de comportamiento de nubes, vientos y composiciones de todo el enorme movimiento atmosférico, donde los vientos dejan en auténtica brisa los huracanes terrestres.
La razón es que en las capas intermedias de la atmósfera jupiteriana la presión es tan grande que da cabida a esa capa de hidrógeno líquido, pero que se comporta casi como un metal porque la presión lo fuerza a crear un campo magnético propio al planeta que se calcula es 20.000 veces más potentes que el de la Tierra. Dentro de ese campo la nave lo pasará muy mal: literalmente los electrones atrapados en ese campo, acelerados por la presión, se comportan como balas de francotirador, por lo que la vida de la nave correría peligro si no se hubiera diseñado una recubierta de titanio que ejerce de chaleco antibalas. Junto también estudiará en profundidad ese campo magnético.