Un escritor que fue también personaje, capaz de esconderse detrás de esa máscara, o de pasar a la memoria colectiva popular por la furia de una mala noche, Francisco Umbral fue muchas cosas, pero sobre todo uno de los grandes de la literatura española de posguerra. Lorenzo Montatore exprime su vida a partir de sus libros para iluminar a Umbral más allá de lo obvio con el poder visual del cómic.
IMÁGENES: Editorial Astiberri
De vez en cuando el contacto de los autores con la realidad sale mal. O saltan chispazos que, para desgracia de los autores, se instalan en la memoria colectiva. Francisco Umbral, como Fernando Fernán-Gómez con aquel ataque de furia (medido o no) contra un fan especialmente pelmazo, tuvo uno de esos momentos. Fue en un programa con Mercedes Milá, donde protestó airadamente porque se había quedado sin tiempo para hablar de su libro. Aquel “yo he venido a hablar de mi libro” resonó por toda España como un mazo contra cristales. Y eso que todavía no existía internet para eternizarlo (aunque circula ya por Youtube). Fue un roce entre el mundo literario, que por definición siempre es individual y al margen de la sociedad convencional, y la realidad mundana, siempre frívola y reduccionista. Muy injusto para un escritor de talento particular y difícil de imitar.
Porque Umbral daba para muchísimo más, incluyendo esta biografía gráfica de Lorenzo Montatore, donde ilumina al autor en su desconocida intimidad. La persona perfecta para retratar a Umbral, al que leyó profusamente además de interesarse en su vida. Aborda la vida del escritor a través de pasajes de su obra, de sus numerosos artículos de prensa y las entrevistas, que viajan desde su particular infancia (hijo ilegítimo en los años 30) hasta la conversión en el dandy que frecuentaba a la alta sociedad en la ciudad que fue su obsesión y hogar, Madrid. Tan vitalista como apático, tan furibundo como silente, escondido detrás de aquellas eternas gafas de grandes aumentos que le daban una apariencia extraña entre búho y esfinge, con un estilo literario insuperable en muchos aspectos: pocos escritores han explotado tan a fondo, con tanta lírica libertad, la lengua española. Tanto que es muy complicado traducirle por sus particularidades.
El dibujante y guionista madrileño (nacido en 1983), autor revelación en 2016 con su nominación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, es un consumado lector con influencias tan sólidas como Valle-Inclán o Arniches, a los que une la cultura visual pop que le proporcionan unos códigos creativos muy particulares. Originales. Es decir, que se le detecta de lejos. Su estilo es esquemático, minimalista, en ocasiones reducido a trazos sencillos más cercanos al de una tira cómica, donde lo que importa es ese Umbral reducido a icono bidimensional inexpresivo que transmite su verdad a partir de sus textos y palabras. Montatore homenajea a su complicado personaje con apenas tres o cuatro esbozos, tan simples y puros que atraen toda la atención. Los fanáticos del realismo y el detallismo en el cómic, o de la línea clara en general, pueden buscan otros puertos donde recalar.
En las páginas de Montatore aparecen las influencias del escritor, compartidas en muchos casos con el dibujante, como en el caso de Valle-Inclán, a los que se añadiría Gómez de la Serna, o contemporáneos como sus “padrinos” periodísticos y literarios, Miguel Delibes (que luego sería su amigo íntimo) y Camilos José Cela (que le ayudaría a publicar sus primeros libros). Aparece igualmente el Umbral esgrimista de la lengua española que daba estocadas a otros escritores o que retrataba con estilo La Movida desde las páginas de El País. O que sacaba de quicio a la Milá con su ataque de furia televisiva después de asistir a la mundana realidad de la vida, en lugar de hablar de su libro. Casi parece que Umbral buscara ser más personaje que persona, como un escudo y una máscara a la vez frente al resto del mundo. Puede que la utilizara como método de defensa, o como tarjeta de presentación ante una realidad en la que siempre dijo encontrar mentiras e inventos. Por algo dijo que “el mundo no se merece la verdad, hay que salir con la mentira por delante”.
En la biografía aparece su esposa, María España, y su querido hijo único, apodado Pincho y que fue la mayor fuente de cariño y de dolor para Umbral cuando murió con siete años escasos. Es la parte más cariñosa y humana del escritor, también la más dura. Porque con su fallecimiento Umbral perdió la única verdad que dijo haber encontrado en la vida, el amor por ese hijo que no terminó jamás, ni siquiera con el prematuro adiós del niño. Alrededor de esa verdad construye parte de su fuste Umbral, que dedica a su relación con Pincho espacios cada vez más tiernos que encontramos entre los párrafos de sus libros, especialmente ‘Mortal y rosa’ (1975), donde destaca su dolorosa sensibilidad ante la vida y la tragedia que los azota a él y a María España. Porque hubo un antes y un después de Pincho.
Los que le conocieron hablan del punto de no retorno en el cual Umbral dejó de ser el voluntarioso talento para convertirse en un huraño de ánimo amargo que le enfrentaría cíclicamente con mucha gente sin que pudiera encarrilarse más allá de su obsesión absoluta con la literatura, la vía de escape. Es la misma dimensión literaria, artística, sensible, producto tanto de una infancia muy dura (escolarizado tarde y mal, marcado a fuego por su origen ilegítimo, mala salud, aislamiento, distanciado de su madre) como de una vida múltiple y azarosa. Y el resultado es ese arte de escritura repleto de referencias, de sintaxis libre y poética, especialmente para lo más importante que hubo en su vida. Y sobre ella construye Montatore esta pequeña joya.
La biografía en el cómic
Ni es algo pionero ni tampoco extraordinario. Las biografías en el cómic no son nuevas, y en los últimos años se han convertido en un subgénero por sí mismo. Buenos ejemplos son ‘El invierno del dibujante’ (Paco Roca, 2010), que retrató la vida en la editorial Bruguera con varias historias vitales en paralelo, como un homenaje a su gremio creativo, que ya entonces decidió fundar la revista Tío Vivo para escapar del control editorial. Otros ejemplos son ‘La voz que no cesa. Vida de Miguel Hernández’ (Ramón Pereira y Ramón Boldú), sobre el poeta de vida corta pero intensa. O ‘La araña del olvido’ (Enrique Bonet), que a partir del asesinato de Federico García Lorca retrata también al propio autor granadino. Menos costumbrista es ‘Miguel EN Cervantes’ (Miguelanxo Prado y David Rubín). Prado ilustra la biografía del escritor, dividida en capítulos temáticos, mientras Rubín adapta al cómic ‘El retablo de las maravillas’, una de las obras que Cervantes no vio representada en vida, convirtiendo el título en una obra dentro de otra. Este entremés satírico y de gran carga autobiográfica juega con el binomio ficción-realidad y sirve para descubrir las conexiones que existen entre esta obra y la biografía de Cervantes.
Las cuatro mencionadas fueron publicadas con Astiberri. En Editorial Norma destaca, de estos años, ‘Bowie. Polvo de estrellas, pistolas de rayos y fantasías de la era espacial’ (Steve Horton, Michael Allred y Laura Allred), que recorre el ascenso imparable de David Bowie durante su etapa glam rock, con aquel alter ego, Ziggy Stardust, que le hizo célebre. Y más concisa todavía es la biografía de Mies van der Rohe, ‘MIES’ (Agustín Ferrer Casas, 2019), publicada por Grafito Editorial sobre el revolucionario y contradictorio arquitecto alemán que marcó a fuego el siglo XX como pocos en cuanto a diseño urbano. Lo hace además en primera persona, en un viaje a Berlín Occidental para el que sería uno de sus grandes proyectos, la Galería Nacional.