La Universidad de Arkansas se ha sumado a la larga cadena de aliados de la llegada del ser humano a Marte, y lo hace mediante una posibilidad para la futura terraformación o colonización marciana: los metanógenos, organismos que podrían resistir las extremas condiciones tóxicas y ambientales del planeta rojo.

Dos nuevos estudios de investigadores de la Universidad de Arkansas refuerzan el argumento de que algunos tipos de vida pueden sobrevivir a las duras condiciones que se encuentran en Marte. Rebeca Mickol y Tim Kral, especialistas en Ciencias Biológicas, Espaciales y Planetarias, basaron sus estudios en este tipo de microorganismos, cuyo ciclo biológico está ligado a la producción de metano, y muy comunes en la Tierra. Son, por así decirlo, un potencial colono biológico de Marte, donde se han encontrado rastros de metano en la atmósfera marciana. Quizás incluso haya vida en Marte parecida a este modelo vital, ya que todavía hay que esclarecer de dónde sale el metano que se ha detectado en la atmósfera marciana y que no tiene nada que ver con los procesos geológicos o atmosféricos del planeta.

En la Tierra los metanógenos pueden sobrevivir en condiciones extremas, como respiradores geotérmicos (también se supone que los hay en los mares subterráneos de Encélado y Europa, donde es muy posible que existan estas mismas chimeneas termales provocadas por la actividad interna de ambas lunas), pero también en el permafrost o los nichos geológicos de las zonas polares. Condiciones que son casi habituales en Marte, donde la temperatura más alta apenas alcanza los 20 grados centígrados y durante apenas un instante “estival”. No hay que olvidar que Marte está en el borde “frío” de la zona habitable del Sistema Solar, donde en el centro está la Tierra y en el arco contrario Venus.

Imagen de microscopio de un grupo de Archea metanógena

Pero entre el potencial y la realidad hay experimentación. Los investigadores sometieron a cuatro variedades de metanógenos a pruebas térmicas, pasándolas de temperaturas de -80ºC a 22ºC en ciclos diarios de 24 horas. Congelarse y descongelarse apenas las alteró, y sólo un 25% de los especímenes murieron. Y tras el proceso incluso aumentaron la producción de metano como consecuencia de su ciclo vital. Se teoriza con la existencia de vida microbiana en Marte, que funcionaría de igual manera a estos metanógenos, ya que cuando Marte era más cálido (con el Sol en una época más joven) y húmedo podría haber existido este tipo de vida.

Pero las temperaturas no lo son todo. De existir, tendrían que vivir casi seguro bajo tierra, ya que la radiación solar y cósmica son constantes sobre la superficie marciana por la debilidad de su atmósfera y la práctica ausencia de un campo magnético como el que tiene la Tierra. Sometieron a gran presión a los mismos especímenes, la misma que abría en el subsuelo de Marte. De las tres especies supervivientes todas prosperaron en los diferentes rangos de presión. Al ser capaces de superar estas pruebas estos organismos podrían ser claves para una futura terraformación y crear la base biológica de la expansión de la vida en Marte. O algo parecido a lo que nos encontraríamos allí.

El agua en Marte, la clave para la vida

El cálculo es que hubo agua en el planeta hermano al menos durante unos 400 millones de años, hasta que hace unos 3.600 desapareció progresivamente. Esos depósitos además podrían haber sido parte de un hipotético ambiente natural que albergaría, quizás, formas de vida fosilizadas y a salvo de la fuerte radiación solar y cósmica que recibe hoy Marte continuamente, sin apenas magnetosfera y con una endeble atmósfera que no protegería ninguna forma de vida en la superficie. Quizás por eso todas las agencias con la vista puesta en Marte han pensado en esta zona para futuras misiones no tripuladas, o tripuladas. Una de las que llegará a Mawrth Vallis es la ExoMars, prevista para 2020, que dejará un rover europeo más potente que el Opportunity o el Curiosity, más una plataforma de investigación diseñada por la agencia rusa Roscosmos. Uno de los instrumentos de perforación que llevará el rover permitirá tomar muestra de rocas para analizar los depósitos.

La prueba irrefutable de que existió el líquido indispensable son las “firmas de agua”, señales geológicas que sólo se explican por la existencia de un mar y que erosionan de forma muy particular la superficie. Ya en 2015 y 2016 se aventuraron a dar cifras y proporciones gracias al uso del telescopio VLT del Observatorio Europeo del Sur (Chile) y el Telescopio de Infrarrojos de Hawai: 20 millones de metros cúbicos de agua y con una superficie superior a la del Atlántico. Es decir, que Marte tuvo una “Edad Húmeda” pretérita antes de que esa agua se vaporizara al espacio (80%) o se congelara. El “océano marciano” tenía una media de 137 metros de profundidad (con cotas máximas de 1.600 metros en algunas simas) y ocupaba el hemisferio septentrional del planeta.

Las “firmas” químicas dejadas por esta masa de agua, más el estudio de un meteorito marciano que albergaba agua congelada, han permitido calcular cronología, volumen y formato. El estudio implicaba las señales dejadas tanto por el agua común (H2O) como por el deuterio (variación de la molécula que la hace más pesada); al combinarse con el meteorito se pudo determinar la edad de esa agua, 4.500 millones de años. La investigación supuso crear patrones de conducta química durante seis años (el equivalente a tres años marcianos) para calcular cuánta agua escapó al espacio en el proceso de desecación marciano y cómo era el clima de Marte en aquel tiempo. Todo junto permite crear un “mapa virtual” del clima del planeta y así poder determinar el comportamiento del agua.