Empezamos la pequeña serie orientativa sobre lo que nos traerá 2019 a los visitantes de los principales museos, y que desgranaremos poco a poco. Empezamos con el Museo Thyseen-Bornemisza en Madrid, que viajará de Balthus a Balenciaga pasando por Manet, Degas, la fotografía ligada a la pintura; al mismo tiempo siguen abiertas otras cuatro exposiciones, con especial atención a Caravaggio y Dalí.

Imagen de portada: ‘Partida de naipes’ (1948-1950, Balthus)

Especial atención a la retrospectiva sobre Balthus (19 de febrero – 26 de mayo), quizás una de las citas más importantes en cuanto a exhibición de arte en los próximos doce meses, organizada por el Thyssen junto a la Fondation Beyeler en Riehen / Basilea con el fin de traer al público español las claves del artista de nombre real Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), reducido a un apodo derivado y que fue uno de los grandes maestros del siglo XX. La muestra reúne obras clave de todas las etapas de su carrera desde la década de 1920. Tan particular en su estilo que es difícil etiquetarlo correctamente, porque como todo gran creador que se precie, hizo varios saltos estéticos pero mantuvo siempre una firma inconfundible.

Vanguardista de primera línea, tan adorado como denostado en muchos círculos, bebió del pasado (Caravaggio, Courbet, Poussin, Piero della Francesca) y de su propio tiempo de ruptura y revolución artística. Porque lo primero que hay que aprender de Balthus es que mientras el resto avanzaba en un sentido, él iba por otro. Único e individual en su creación. Pocas épocas son tan inestables y creativas como esa primera mitad del siglo XX en la que Balthus se definió como artista, una libertad total creativa que le definió toda su vida. No se dejó atrapar nunca por nada ni por nadie.

The Mountain (1936-37, Balthus)

Dos ejemplos: en su obra hubo siempre una mezcla muy personal, una imagen a veces incluso naïf que no era tal, sino producto de su necesidad de expresarse de otras formas, que le entroncó con movimientos como la Neue Sachlichketi o incluso la tradición de la ilustración literaria. Por definirle de una manera “popular”, Balthus fue el primer posmoderno cuando la propia modernidad todavía estaba fraguándose. Una aparente contradicción que no es tal: simplemente fue más allá que el resto. Todo esto tiene mucho que ver con lo que es su verdadero corpus artístico, llevándole la contraria a todos, desde la expresión a la temática (mezclando inocencia y erotismo, un tema cada vez más tabú en este siglo y que le ha dado problemas con la corrección política a muchos museos).

Balthus creó una vía personal de arte figurativo (no abstracto o deconstructivo, como muchos otros en su tiempo) totalmente diferente al resto; si el lugar común dice que todo artista que triunfa es aquel que consigue hacer de su estilo un sello inconfundible, con él llegó el mejor ejemplo de esta idea. Las etiquetas no le cabían a Balthus: su estética pictórica era de formas perfectas y delimitadas, una figuración directa que recuerda a los antiguos pintores pero que se aleja por completo de ellos al mismo tiempo, porque fue capaz de calzar el surrealismo dentro de ese lenguaje. Era la contradicción deliberada hecha arte: imágenes simples cargadas de elementos oníricos y eróticos.

Detalle de ‘Santa Casilda’ de Zurbarán, una de las obras que inspiraron a Balenciaga

La especial relación entre el diseño de alta costura y la pintura también tendrá cabida con ‘Balenciaga y la pintura española’ (18 de junio – 22 de septiembre), que orbita sobre la carrera de Cristóbal Balenciaga, quizás el más admirado, imitado y reconstruido de todos los diseñadores de moda del siglo XX. Su carrera estuvo ligada siempre con la pintura, de un modo indirecto, claro, en especial con la tradición española entre el siglo XVI y el XX. Era un fervoroso lector y espectador del arte, y aplicó lo que intuyó y experimentó a su propia carrera profesional. Por decirlo de una manera muy coloquial: vampirizó el arte antiguo para crear algo nuevo.

Un ejemplo: los ropajes de la pintura religiosa, en general minimalistas y sencillas, tuvieron eco en muchos de sus diseños, incluso la aplicación de la geometría arquitectónica a la propia ropa, una de las constantes de muchos cuadros barrocos, donde la capacidad de visualización dependía de la manera de representar la propia ropa vinculándola con la escena y el personaje del cuadro. Otro: la estética de la corte de los Austrias españoles, telas negras aterciopeladas con adornos mínimos de azabache.

Para construir la exposición el museo ha recurrido a Eloy Martínez de la Pera como comisario, reuniendo cuadros de colecciones nacionales y privadas de toda España, que casan perfectamente con lo que hizo Balenciaga en su taller, una fusión de pintura y moda que chocará a muchos visitantes pero que es una de las vías de apertura del Thyssen-Bornemisza para este año. El proyecto cuenta con el apoyo y colaboración del Museo del Traje de Madrid y el Museo Balenciaga de Guetaria.

Bailarina basculando (Bailarina verde) (1877-1879, Degas)

Y de los talleres textiles a los estudios del impresionismo: ‘Manet, Degas, los impresionistas y la fotografía’ (15 de octubre – 26 de enero de 2020), que investiga las profundas relaciones entre la pintura de este movimiento y la irrupción de la fotografía moderna a finales del siglo XIX. Dos fuerzas artísticas que se retroalimentaron una y otra vez, afinidades e influencias cíclicas que con un siglo de perspectiva son más que evidentes. Las creaciones de fotógrafos como Le Gray, Cuvelier, Nadar o Disderi estimuló en Manet, Degas y en los jóvenes impresionistas el desarrollo de un nuevo modo de mirar el mundo.

La fotografía sirvió de base para la creación estética del impresionismo, obsesionado con la representación del paisaje y las escenas puntuales donde más que el tema importaba la forma de representación, la experimentación técnica, la luz y los objetos. Era mucho más que arte representativo, era arte por el arte, la primera gran revolución no académica de la Historia del Arte. Y ahí la fotografía tuvo mucho que ver. Técnicamente la luz era la reina, y en el impresionismo se repitió esa vertiente pero en la pintura. Aportó a la pintura un nuevo punto de vista basado en la frialdad tecnológica; no tenían alma o capacidad artística, dijeron de la fotografía, pero fue un cambio total que los impresionistas sí supieron absorber: espontaneidad y juegos de luz.

Y la influencia fue recíproca: fue el contacto con la pintura y con estos artistas que tanta atención les prestaban lo que hizo que muchos fotógrafos se atrevieran a experimentar con lo que captaban al otro lado de la cámara. La pintura empujó a la fotografía a ser algo más que lo técnico, a ser una forma de arte contemporáneo. La muestra, comisariada por Paloma Alarcó, se articulará en ocho capítulos temáticos (‘El bosque’, ‘El agua’, ‘El campo’, ‘Monumentos’, ‘La ciudad’, ‘El retrato’, ‘El desnudo’ y ‘El movimiento’) en los que convergieron los intereses de pintores y fotógrafos.