Cada autor tiene varias caras, tantas como géneros, formatos o variables pueden albergar las Letras. En el caso de Stevenson la editorial Página de Espuma ha publicado en español todos sus ensayos sobre literaturas, viajes y su propia vida, convertida en sí misma en otra novela.
En 2013 empezó la lenta publicación de los ensayos personales de Robert Louis Stevenson en Páginas de Espuma, ahora reunidos en tres volúmenes (‘Vivir’, ‘Viajar’ y ‘Escribir’, títulos que resumen bastante bien la vida real y literaria de Stevenson) de coleccionista (entre 72 y 75 euros) que muestran la otra cara del novelista favorito del mundo anglosajón durante décadas. Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad formaban un triunvirato que llenó horas y horas de ocio y sueño de varias generaciones. Pero como todos, tenían varias caras. Stevenson era algo más que el autor de ‘La flecha negra’ y ‘La isla del tesoro’, material para infantil y juvenil (aunque algunos pasajes de ambos tengan poco de infantil o juvenil), o de ‘El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hide’. También era un ensayista por piezas de gran vigor.
En muchos casos se trata de primeras traducciones de textos desconocidos por el lector español, incluso anglosajón, porque Stevenson fue víctima de su propia vida y de sus obras, sepultados sus talentos bajo el peso de cofres enterrados, científicos de doble personalidad o recreaciones históricas con sabor a aventura en papel y tinta. Todos llevan la traducción de Amelia Pérez de Villar y destripan gran parte del proceso creativo de Stevenson, su vida y sus opiniones personales sobre contemporáneos, filias y fobias. Una dimensión mucho más humana e intelectual.
Por partes, arranca la trilogía con ‘Vivir’, que reúne sus textos más personales y biográficos, recuerdos familiares, la infancia, su etapa universitaria, y también perfiles de muchos de los que conoció y que, como al resto de humanos, nos modela. Son un lúcido análisis del comportamiento humano a lo largo de las diferentes edades del hombre. El aspecto más personal de Stevenson, una sorpresa literaria que no se debe pasar por alto. El segundo, ‘Viajar’, unifica los manuscritos en los que volcó sus imágenes y recuerdos de los viajes fuera de la mortecina Gran Bretaña. Stevenson formó parte de la pulsión que empuja al anglosajón fuera de su cerrado mundo en el que todo parece inalterable desde hace siglos, donde siempre llueve y hay un aire taciturno y oscuro que lo niebla todo.
En este segundo volumen converge su gran pasión y las muchas muescas que le dejó. Una mirada gradual (donde los viajes cada vez son más lejos) y un estilo insuperable para dar cuenta de su Edimburgo natal, de sus largas excursiones por la campiña inglesa, de los viajes al continente europeo cuando por fin cruzó el Canal y, por fin, surcando el océano, América. Si los viajes y los lugares exóticos marcaron la conciencia colectiva que tenemos de Stevenson, este volumen de ensayos son claves para entenderle de verdad.
Esto permite enlazar con el tercer volumen, ‘Escribir’, quizás el más interesante para los amantes literarios, porque reúne todos sus ensayos sobre literatura y permite ver cómo era la cocina mental de Stevenson frente al papel en blanco. No sólo cita y explica qué libros leía y por qué, sino porque se encarga de diseccionar a sus autores favoritos, da consejos sobre cómo escribir, temáticas, estructuras, qué hacer y aquello de lo que huir. Su trabajo gravita sobre cada rincón de estos textos, desde la canción del cojo en el hostal de ‘La isla del tesoro’ al largo proceso creativo (y tormentoso) de iconos como la doble vida del doctor Jekyll.
Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850-Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894) vivió con prisas y nos dejó demasiado pronto. De haber vivido otros 20 o 30 años más quién sabe cómo habría evolucionado como escritor. Le tocó vivir una época dorada de Europa y del Reino Unido, la cima del mundo decimonónico antes de que implosionara en dos guerras mundiales que acabaron con el continente. Novelista, ensayista y poeta, escocés de pro y quizás uno de los primeros ciudadanos del mundo. Legó obras que ya son clásicos infantiles, juveniles y de adultos (aunque todos son en realidad de adultos).
Hijo de un ingeniero, estudió para emular al padre para luego deslizarse lentamente, primero hacia las leyes, luego hacia la literatura. Desde su niñez había sentido una especial inclinación hacia los libros. Y no se puede reprimir el impulso creativo que se lleva dentro: perfeccionó su estilo de tal modo que en pocos años se situó entre los escritores más destacados de su tiempo. Enfermo de tuberculosis, se vio obligado a viajar continuamente en busca de climas apropiados a su delicado estado de salud, razón por la cual terminó convertido en un gran hombre en Samoa, en el Pacífico, donde vivió sus últimos años.