La enfermedad del siglo XXI. Así la han definido muchas veces los diferentes sistemas sanitarios de todo el mundo desarrollado, un mal que afecta con fuerza independientemente de la civilización, cultura, religión o lengua. La depresión escala puestos en el origen de males que afectan a las sociedades humanas, cada vez más deterministas y limitadas.
La depresión no es un juego, ni una nube pasajera, y sí que tiene efectos físiológicos palpables, medibles y con consecuencias médicas. La cultura popular lo ha banalizado, pero es ahora, cuando más crece, más gente la sufre y más problemas causa, cuando empiezan a hacerse investigaciones más realistas y profundas sobre las causas de esa tristeza crónica que anestesia al individuo hasta dejarlo inerme. Dentro de la depresión hay varios niveles, el más agudo y graves es la “depresión clínica” (MDD en sus siglas internacionales en inglés), que tiene efectos físicos colaterales y anula al paciente, incluso empujándolo al suicidio. El sistema sanitario español no maneja cifras exactas, pero se cree que podría estar detrás del 60% de los suicidios registrados. El problema real es que la depresión es un mal tan complejo y heterogéneo que bien podría tener diversos orígenes, no sólo genéticos sino también ambientales.
Durante bastante tiempo también se atribuyó la depresión en sus diferentes grados a sucesos vitales que afectaban al nivel psicológico y que, en casos graves, generaba efectos psicosomáticos con repercusión médica. Sin embargo es ahora cuando se da con razones mucho más profundas. Huellas genéticas. Cómo será de preocupante sus efectos que un consorcio internacional de investigación, integrado por decenas de científicos de China, Alemania, Japón, EEUU, Dinamarca y (por primera vez) Arabia Saudí, coordinados por la Universidad de Oxford (lo que da cierta idea de lo ambicioso del proyecto y el respaldo académico que ha tenido) ha trabajado para entender si hay orígenes biológicos en la depresión. Quizás con la aspiración, como en el resto de enfermedades de origen no psicológico, de poder curarla abordándola como un mal bioquímico tradicional. Este estudio se une a los que desde hace años se han hecho al respecto, “acusando” a muchos genes diferentes de su implicación (como el 5-HTT), pero sin conclusiones claras. Es uno más, pero también uno de los más amplios y ambiciosos.
Uno de los países que con más fuerza ha sufrido la depresión en los últimos años es China. Fue allí donde se inició el estudio, con el ADN de miles de pacientes con depresión clínica. De aquellos estudios, y de otros paralelos, ha surgido una certeza de laboratorio contrastable: hay dos genes en el cromosoma 10 que son un factor clave en la predisposición a la depresión. Son los genes SIRT1 y LHPP. El primero es parte del mecanismo que genera mitocondrias, el pequeño mundo autónomo clave en la herencia genética, asociado a la línea materna y que tiene más implicaciones biológicas de lo que se pensaba. El segundo es más brumoso: no se tiene una idea clara de cuál es su papel dentro de la cadena pero está asociado al primero. Es la primera vez, además, que se implica a las mitocondrias, las fábricas de energía de las células, en el origen de este tipo de trastornos mentales.
Mapa genético con los pares de cromosomas humanos
Estos dos “sospechosos” no son los únicos. En realidad la investigación seguirá hacia delante con otros proyectos paralelos, pero la responsabilidad de estos dos genes debería ser compartida con otros muchos, cada uno con una función propia pero orquestados todos dentro del ADN. El grado de complejidad es inmenso. La depresión no es una enfermedad clásica: en su generación se mezclan muchos orígenes pero crean un cuadro demoledor para el paciente. Especialmente en su grado clínico. Tanto que todavía hoy, salvo la medicación de apoyo, no hay una cura real. Es más, desde la comunidad médica siempre se ha sugerido que realmente la depresión no se cura, sino que se atenúa hasta un grado bajo asumible por el individuo. Sería como una enfermedad vírica: el virus sigue en el cuerpo, pero aletargado. Pero es una de las posiciones al respecto. Porque una enfermedad tan compleja tiene muchos puntos de vista.
Esta investigación tiene la virtud de haber descrito los fundamentos biológicos de una enfermedad psicológica, rompiendo así los diques entre ambos mundos. El problema es que ese mismo mecanismo genético no se ha podido determinar en otros pacientes de muestreo. Es decir: no es definitivo. Pero rompe un muro. Durante mucho tiempo se creyó firmemente que el cuerpo humano era como un mecano donde mente y cuerpo iban por caminos separados. Pero décadas de estudio de muchas enfermedades mentales más graves o disfunciones mentales han demostrado que hay una conexión biológica clara. El problema de la depresión es que su grado es muy variable, y por lo tanto muy complicado de diagnosticar: ¿dónde empieza la tristeza recurrente de un individuo por un mal ciclo vital y dónde la depresión? Supuestamente cuando ésta genera insomnio, falta de apetito, se hace crónica y repercute en la capacidad del individuo para relacionarse con el mundo o, ya en una fase crítica, con las tendencias suicidas.
La razón de que el estudio se centrara en una población de muestreo geográfica concreta, la de China, podría suponer que es más un asunto endémico del ADN de esa parte del mundo. Pero nada más lejos de la verdad: ambos genes son básicos en toda cadena humana, es decir, están presentes en todos los seres humanos ya que forman parte del legado original y de raíz del ser humano (es decir, ya estaba presente antes incluso de la gran migración final desde África). Además, como en toda investigación, cuanto más restringida sea la muestra más fácil es eliminar las circunstancias externas que podrían tergiversar los resultados. Pero cuando llega el momento de la extrapolación es cuando hay problemas: en otros pacientes esos mismos genes no tienen la incidencia que se ha visto en el muestro original. Ni siquiera dentro de China. Eso significa, una vez más, lo dicho antes: los orígenes de la depresión son tan variados como vidas y características tenemos cada uno. Quizás sea, de largo, la enfermedad más rara, difícil y escurridiza a la que se ha enfrentado la medicina nunca.