Probablemente lo hayan leído en novelas de aventuras, en libros de Historia o en aquellas referencias de los exploradores europeos que fueron con Cristóbal Colón o después de él, el “Mar de los Sargazos”, una masa verde flotante inmensa compuesta de algas que frenaban barcos y hacían imposible navegar. Pues lo que en su momento fue una peculiaridad de la zona central americana hoy es un problema sin control de 20 millones de toneladas.
Técnicamente se llama Gran Cinturón Atlántico de los Sargazos (GASB en sus siglas en inglés) y abarca desde las costas occidentales de África hasta el Golfo de México, y los satélites de la NASA lo han monitorizado alertados por los oceanógrafos y biólogos, que ya avisaron de la multiplicación de estas macroalgas diseñadas para aprovecharse de determinadas circunstancias climáticas y marinas. El cambio climático ha creado las condiciones perfectas para su proliferación. La Universidad del Sur de Florida y la NASA se aliaron para revisar hasta qué punto el GASB estaba fuera de control. Los sargazos, algas flotantes de tono marrón que se adaptan a las corrientes oceánicas, se han estirado hasta casi tocar los dos continentes.
En 2018 los sargazos lamían las costas caribeñas y se convirtieron en un problema marítimo más que evidente. Y de peso: 20 millones de toneladas. El estudio resultante vio la luz en Science y es un aviso de los cambios forzados por el uso masivo de fertilizantes que desembocan en el mar desde los campos a ambos lados del Atlántico. El estudio indicaba que es un proceso natural que la acción humana acelera y multiplica: por un lado el Amazonas descarga sobre el océano millones de toneladas de nutrientes de las selvas y ríos, y por otro se juntan con fertilizantes y la deforestación masiva de zonas de Brasil, lo que crea el caldo de cultivo para que los sargazos se multipliquen sin control. Y por otro lado, desde África, se produce el mismo proceso pero con el ascenso de nutrientes de las aguas profundas. Así se produce una combinación natural-humana de la que se benefician las algas.
El estudio determina que esta forma de cinturón es el nuevo modelo de comportamiento de los sargazos, que antes se acumulaban en zonas concretas. El cambio se inició en 2011, cuando aumentó el volumen y éste se adaptó a nuevas formas de expansión basadas en las corrientes marinas. Vigilados desde el espacio, los sargazos parecían querer ser un puente entre dos continentes, y casi lo consiguen. Los sargazos, per sé, no son malos para los mares, de hecho son fuente de nutrientes y hábitat de animales marinos. Muchos peces encuentran en estos cúmulos el lugar perfecto para refugiarse. Además producen oxígeno como el resto de algas, por lo que son incluso beneficiosas. Pero sin control, no, ya que cubren tanto espacio que ahogan a otras especies marinas. Cuando mueren, los sargazos se pudren acumulados en las costas, con lo que sofoca a los corales y el resto de algas.
El efecto sobre los humanos también es notorio: al pudrirse liberan gases que, en grandes cantidades, son tóxicos para nosotros, y representan un problema logístico inmenso. Lo que le ocurrió a Barbados en 2018 es un buen ejemplo: el país isleño se vio totalmente invadido por ellos, con playas cubiertas por cientos de kilos de algas muertes en descomposición, afectando al turismo, al precario equilibrio ambiental de la isla y a la salud. Fue uno de los casos más notorios y evidentes de cómo estas algas pueden producir alteraciones trágicas en los nichos ecológicos que invaden con su expansión. La clave estaba en saber por qué se reproducen tan deprisa.
Las razones apuntan a que la industria agrícola en Sudamérica y la deforestación amazónica han tenido como consecuencia no calculada una entrada masiva de nitratos en los ciclos marinos, perfectos para los sargazos. En especial se detectó un aumento de fósforo y nitrógeno en los mares. Así, el ciclo sudamericano, trastocado por los humanos, se combinó con el ciclo natural de África occidental y creó un bucle virtuoso para la reproducción de los sargazos.