En junio de 2018 el Museo Thyssen-Bornemisza presenta una exposición monográfica sobre Victor Vasarely uno de los principales representantes del Op Art, un arte basado en los juegos ópticos que en la segunda mitad del siglo XX elevó una vez más lo abstracto y lo geométrico a nivel de género artístico.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Fundación Vasarely – Imagen de portada: Vega III (1957)
Hay un hilo muy fino, producto de las células de la retina humana, que une a M.C. Escher con Victor Vasarely, y a su vez, con el Museo Thyssen-Bornemisza y una variante muy particular del siglo XX llamado Op Art, y que se podrá ver en España en la exposición ‘Victor Vasarely. El nacimiento del Op Art’ (desde hoy al 9 septiembre). Organizada con fondos del Museo Vasarely de Budapest, el Museo Victor Vasarely de Pécs y la Fundación Vasarely de Aix-en-Provence, además de destacados préstamos de colecciones privadas, “la muestra pretende ofrecer una visión global de la vida y obra del pintor húngaro, quien realizó lo mejor de su producción en Francia”, tal y como comunica la pinacoteca madrileña, y que mostrará las principales fases creativas del artista de forma cronológica. El espectador podrá comprender cómo pasó de un artista más con apego a lo contemporáneo a convertirse en representante del arte abstracto geométrico de posguerra, así como su intento para integrar el arte en la sociedad.
Dijo Vasarely que “la geometría es capaz de representar las leyes del universo, el camino está en la búsqueda de la geometría en el interior de la naturaleza”. En eso estaba más cerca de Pitágoras que del resto de artistas de vanguardia que sacudieron el siglo XX. En su etapa de madurez llevó ese principio hasta el nivel más alto gracias a los juegos visuales que engañaban al ojo humano. Un juego de apariencias que intenta mostrar que los sentidos sólo nos enseñan una parte de la realidad, en capas múltiples. El espectador de una obra de Op Art está obligado a participar, a relacionarse con ella para descubrir todas esas capas, no quedarse en una posición estática. Debe moverse para captar cada línea de relación visual, desplazarse para ver el efecto óptico al completo y no perderse la superposición de realidades convencionales.
Sin Hat 33 (1972)
Vásárhelyi Győző, rebautizado en Francia como Victor Vasarely, húngaro migrante hacia el oeste europeo, fue el creador de este particular formato a partir de los años 60. Lo usó para crear simulaciones de movimiento y mundos ópticos diferentes. Saltó de la medicina al arte abstracto a partir de la obra de Mondrian y Malévich, que como él sentían devoción pitagórica por la lógica y la geometría aplicada al arte. Era un siglo de experimentación y ruptura, y no había fronteras. En los años 30 se fue a París y se zambulló por completo en ese campo para generar universos paralelos de percepción. Para hacerlo rompió con lo tradicional y se fue incluso más allá que las propias vanguardias, como una bola de demolición contra lo establecido. Vasarely bautizó su deriva experimental como “cinétique plastique” (cinética visual), donde colocaba al espectador como el verdadero maestro de llaves de las capas y mundos conjuntados, de los efectos visuales. Era un ilusionista, un mago visual, y como tal se presentó en múltiples ocasiones.
Olvídense de emoción, sentimiento o expresividad en el arte de Vasarely. Es pura matemática, geometría fría y desnuda, un desafío físico, lógico dentro de lo ilógico. Ciencia aplicada si se prefiere con la que consigue efectos estéticos utilizando desde líneas paralelas a contrastes cromáticos, pero sobre todo la forma de procesar las imágenes que tiene el cerebro, producto de millones de años de evolución pero todavía primitivo para poder entender lo que hacía Vasarely. El húngaro llevó al extremo la idea de que el arte debe tener un sentido expresivo pero también formal, liberarlo de las ataduras para reducirlo a la abstracción completa, y luego, desde ahí, redefinirlo para darle un sentido más físico. Despojar al arte de lo superfluo y jugar con el espectador. Vasarely sabía que el Op Art se relacionaba mucho más con el que mira que cualquiera otro estilo.
El Op Art intentaba encontrar ese camino directo y al mismo tiempo indirecto. Tiene una explicación: cada posición y forma de relación del espectador con la obra de Op Art reconfiguraba el mensaje o la propia obra, desvelaba alguno de los niveles y de historias internas. Algo muy parecido a lo que había hecho M. C. Escher antes que Vasarely y el resto de seguidores de este estilo: el artista colocaba mundos en el lienzo que luego el visitante extraía, con lo que le convertía en un creador secundario. Dependía del que miraba, no de la obra, lo que ocurriera. Y eso mismo sucederá en la exposición temporal del Thyssen-Bornemisza: el visitante tendrá que posicionarse para comprender a Vasarely.
Pilango-2 (1971)
El otro mago visual, M. C. Escher
Maurits Cornelis Escher (1898-1972). O simplemente Escher para los adoradores de este particular holandés que se convirtió en un pionero del Op Art sin pertenecer a este estilo (que fue posterior a él) y de paso creo un estilo propio hoy mil veces imitado. Las ilusiones ópticas, los acertijos e incluso el juego filosófico, matemático e incluso de la Física Teórica, fueron parte de su legado al arte, un soñador infinito a la altura de Magritte y su extraño simbolismo que él también supo trasladar a los lienzos con la tridimensionalidad como uno de sus sellos personales. El relativismo fue parte de su base pictórica y jugó con nuestros sentidos como nadie. Su fórmula era sencilla: el mundo es más de lo que tú crees comprender por tus sentidos, que muchas veces ten engañan al ofrecerte sólo una imagen simple y no multidimensional de la realidad. Con formación de arquitecto, saltó al arte y el grabado, donde fue un maestro.
Pero donde destacó fue en la producción de la representación formal; un viaje a la Alhambra de Granada le puso en contacto con el particular formato de la decoración del arte islámico. A partir de ahí, aunque ya venía de antes, trabajó la pasión por no dejar vacío alguno, creando patrones que rellenan hasta el último hueco posible, donde los espacios sin aparente representación, esos blancos o negros sin forma, son en realidad formas en sí mismas que cobran vida al combinarse con el resto de piezas de cada imagen. Jugó siempre con los sentidos múltiples: si la realidad tiene tantos niveles, sus obras también. En muchas había mensajes ocultos, otros sólo eran juegos formales. Pasó de lo abstracto a lo conceptual, jugó con el mundo onírico y fue capaz de multiplicar su producción (400 litografías y más de 2.000 dibujos diferentes) para que pasaran a ser iconos de su siglo.
Día y noche (1938)
Reptiles (1943)
Relatividad (1953)
Ascendiendo y descendiendo (1960)