Ceres se ha convertido ya en otro rompecabezas: mares subterráneos, luces brillantes, silicatos, y lo que se creía una superficie rica en carbono, que en realidad no es tal porque fragmentos de asteroides ocultan su composición real.

El Observatorio Estratosférico para Astronomía Infrarroja de la NASA, (SOFIA, que va inserto en un avión que vuela en la estratosfera para evitar contaminaciones secundarias), ha desvelado que los astrónomos se dejaron confundir por los restos de impacto de asteroides ajenos a Ceres cuando analizaron su superficie con otros instrumentales, como telescopios. En realidad la capa exterior no es tan rica en carbono como se creía. En realidad la superficie está plagada de fragmentos de asteroides que confunden su aportación con la original de este planeta enano que es el mayor cuerpo del Cinturón de Asteroides y, muy probablemente, un planeta fallido en el Sistema Solar.

El análisis con infrarrojos ha permitido determinar que hay un 20% de “contaminación” externa en Ceres, un paso previo para poder despejar dudas y atinar un poco más en los orígenes de este cuerpo tan peculiar, y tan prometedor para el ser humano. Encierra mares subterráneos bajo una capa mixta de material sólido y hielo compactado. Lo que promete ser un mundo de potencial vida o, ya a muy largo plazo, de colonización. Este tipo de investigación con infrarrojos permite conocer la composición de los materiales en función de su color (longitud de onda de luz): supuestamente Ceres es un cuerpo de composición C (según la clasificación astronómica) por el espectro de color que refleja; sin embargo SOFIA ha demostrado que Ceres difiere sustancialmente de los asteroides vecinos del mismo tipo, por lo que habrá que recomponer parte del puzzle sobre su existencia y particularidades.

Observatorio Estratosférico para Astronomía Infrarroja (SOFIA) de la NASA

Y no sólo las suyas: si Ceres es diferente, entonces habrá que también que repensar ciertas conclusiones sobre el resto de asteroides. Pero más que un error es un descubrimiento primordial: si sabemos qué material es externo a un cuerpo sólido, podremos saber también cómo se formó el propio Sistema Solar. Es evidente que los planetas y lunas reciben aportaciones externas de cometas y asteroides, y que parte de su composición pasa a la de esos cuerpos. En el caso de la Tierra podría ser incluso fundamental: la teoría de que el agua presente en la Tierra llegó externamente de cometas y meteoritos empieza a tener cada vez más fuerzas.

Hasta ahora existía la idea de que fue la propia evolución química del planeta la que terminó por conformar el agua. Si extendemos ese tipo de conclusiones podríamos incluso penar que la vida biológica llegó del exterior sobre esos mismos cuerpos. Lo que no cambia es la presencia de minerales que contienen agua y carbono sobre la superficie de Ceres, lo que hay que determinar es si eran propios o llegados de fuera. En el primer caso apuntaría a un pasado activo de Ceres, en el segundo supondría que este planetoide recibió el mismo tratamiento externo que muchos otros.

Ceres, un puzzle de hielo, silicatos y posibles mares interiores

A finales de 2016 se conocía el resultado de las investigaciones de la sonda Dawn que monitoriza Ceres, que determinó que alberga agua líquida en el interior, atrapada entre una superficie de roca y hielo muy compactada y un núcleo que quizás tenga cierta actividad. Segunda, que esa agua estuvo en la superficie en forma líquida en el pasado. El equipo del Instituto de Ciencia Planetaria de Arizona, colaborador con la NASA en la misión Dawn, acopló a la nave un instrumento que contabiliza neutrones en zonas determinadas, allí donde haya interés. Cuando la nave llegó a Ceres lo activó y logró abrir una puerta al pasado de este mundo helado, un trabajo publicado en la revista Science y que permite también conocer más del pasado del Sistema Solar.

Nuestro vecindario estuvo marcado, en sus primeros tiempos, por una constante de calor sobrante por la propia formación. El exceso de energía primigenio supuso que mundo que hoy están literalmente helados (como Marte o Ceres) recibieron grandes cantidades de energía durante un tiempo concreto. Suficiente para que el interior de Ceres se mantuviera caliente y el agua fluyera. Ese “mar” líquido se filtró lentamente hacia el interior, permitiendo crear zonas húmedas y zonas de roca separadas. Cuando el calor desapareció y el Sistema Solar se reajustó el agua se congeló y creó la actual configuración de Ceres, donde los minerales son “hidratados” desde el interior. Al decir esto significa que el agua está parcialmente encerrada dentro de esos minerales, igual que en el caso de la Tierra: en el manto interior de nuestro planeta moléculas de agua quedan encapsuladas por presión dentro de la roca, lo que supone que podría haber tanta agua bajo nuestros pies que en los océanos.

En Ceres se sabe porque Dawn estudia su superficie contabilizando los rayos gamma y neutrones que bombardean continuamente la corteza. Ese “reflejo” determina la cantidad de hidrógeno que tiene el hielo de agua y los minerales hidratados. Así la NASA sabe que hay agua. Una de las pruebas de esa agua congelada sometida a presión es el volcán de hielo de Ahuna Mons, un monte de 4.000 metros de altura y una base de 18 km que expulsa hielo en lugar de lava. Es lo que se denomina un criovolcán: funciona igual que un volcán terrestre típico, como una fisura tubular que expulsa materiales del interior del planeta hacia la superficie exterior después de un juego de presiones físicas inmensas que obligan a abrir una vía de escape para esos materiales. En el caso de un volcán de hielo esto sucede a muy bajas temperaturas, cuando el hielo fundido se eleva desde el interior y sale a la superficie en un estado semilíquido que por el frío se reconfigura como hielo sólido en el exterior.

No es agua pura: en realidad es una mezcla de agua con sales minerales y amoníaco, además de otros compuestos menores. Nadie podría beberse esa agua. De momento es el único de este tipo encontrado en Ceres, cuya corteza exterior es una mezcla de roca y hielo fusionadas. Las hipótesis de por qué se da este fenómeno van amoldadas al vulcanismo tradicional: hay una reserva de hielo, muy probablemente en forma de lodo salado, que expulsó (o expulsará) parte de esa reserva. Se calcula que es “joven” (unos cientos de millones de años), y que está muy condicionado por las características de la superficie y el interior de Ceres: un manto líquido interno a más alta temperatura y que presiona, eleva, quizás con corrientes interiores que a su vez generan esa presión y que mantienen líquidos los posibles océanos subterráneos.

El mencionado mapa de hidrógeno creado por Dawn demuestra que las mayores acumulaciones de hielo están en las latitudes medias y en el polo norte de Ceres. En la zona ecuatorial no hay apenas porque el agua, simplemente, salió hacia el espacio. Según los cálculos de la NASA bastaría arrastrar un poco una pala para encontrar el hielo de agua en el polo de Ceres. Éste también estaría acumulada allí donde no llega la luz: en el fondo de los cráteres más profundos de la bombardeada superficie del planeta enano, donde curiosamente Dawn detectó fondos brillantes creados por esa cristalización del agua.