La expresión “tocar el Sol” es muy relativa, especialmente viniendo de un cuerpo cuya corona exterior está a un millón de grados, la superficie a 6.000 grados y que en realidad es pura materia incandescente hasta casi ser algo extraño entre lo “casi sólido” y lo gaseoso. Pero la NASA lo va a intentar con la sonda Parker, que si no hay retrasos partirá mañana rumbo a la capa externa del astro.
La NASA tiene muy buena intención: quiere comprender por qué la corona exterior del Sol está inmensamente más caliente que la superficie de la estrella, lo cual desafía la lógica básica; pero sobre todo quiere saber cómo funciona el flujo ionizado entre ambas capas para comprender mejor por qué se producen las llamaradas o erupciones solares que a su vez provocan llamaradas magnéticas que podrían “freír” los circuitos de nuestra civilización. O peor, que el campo magnético de la Tierra no sea suficiente para detener una de esas erupciones. Tener tiempo. O cuando menos, saber cómo se comporta el Sol y así predecirlo y estar mínimamente preparados. La máquina fue bautizada como el físico pionero del estudio solar, Eugene Parker, que en 1958 fue el primero en teorizar sobre el desajuste térmico entre superficie y corona.
La Sonda Solar Parker es uno de esos ingenios humanos que dan orgullo a la especie entre tanto fallo garrafal: una máquina con un sistema de refrigeración interno diseñado para mantener los circuitos a 30 ºC, envuelto en un escudo térmico de carbono de alta resistencia de 12 cm de grosor que aguantará temperaturas de hasta 1.400 ºC (a esa temperatura se funde el hierro hasta licuarse) y que permitirá a la máquina, literalmente, quedarse “colgada” gravitatoriamente en las capas externas del Sol. Diseñada por el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad John Hopkins (EEUU), con un presupuesto de 1.200 millones de euros, para acercarse a 6 millones de km del Sol, analizará el flujo de electrones y la composición de la corona solar, los campos magnéticos solares y el viento solar.
La sonda llevar cuatro instrumentos básicos que pondrán a prueba la teoría de Parker sobre el flujo solar y la inversión térmica entre interior y exterior, difícil de asumir desde la sensatez de la lógica, en la que el centro de una llama siempre estará más caliente que el exterior, ya que la energía se libera y pierde al expandirse. En el Sol ocurre lo contrario, la corona es una tormenta continua donde la materia literalmente brilla recalentada hasta el límite mismo de su estructura atómica. Una de las claves de las ideas de Parker es que se produce un efecto dominó desde la superficie: pequeñas explosiones a escala subatómica que generan a su vez otras en cadena, empujando hacia el exterior la materia en forma de plasma y recalentándola aún más y cargándola de energía. Eso podría explicar por qué la superficie de la estrella está a 6.000 grados y la corona miles de veces más caliente.
Si todo sale bien y despega mañana desde Cabo Cañaveral (Florida) llegará el 1 de noviembre al Sol, más concretamente a 6 millones de km porque más cerca la carbonizaría. La máquina se aprovechará de la gravedad solar, que permitirá acelerarla en la parte final hasta los 200 km por segundo, el récord absoluto de velocidad de cualquiera artefacto aeroespacial inventado por el ser humano. Entonces empezará un complejo cálculo y baile de la sonda, que aprovechándose de esa gravedad (30 veces más intensa que la de la Tierra y con un tamaño infinitamente más grande) y de la de Venus, se quedará “colgada” en órbitas estables en un punto donde no pueda ser absorbida por el Sol ni desanclarse de él. Ese equilibrio tiene que durar al menos hasta 2025, fecha de caducidad de la máquina que quizás se extienda más si los propulsores que se encargan de estabilizar la nave y que el escudo térmico siempre de la cara a la estrella.
La Sonda Parker será esencial en el trabajo iniciado por la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), que en 2020 enviará la suya, la Solar Orbiter (SolO), que se comportará más como un espía, como una sonda de vigilancia continua de la estrella. La necesidad de estudiar el Sol es clave si las teorías sobre los ciclos solares son ciertas: los dos últimos (cada uno dura entre 11 y 12 años) han sido más débiles, y este comportamiento está ligado al flujo cíclico de las manchas solares. Que la estrella decaiga en su flujo de energía puede ser muy peligroso para la Tierra: la última vez que atravesó una época de “debilidad” fue en la segunda mitad del siglo XVII, cuando nuestro planeta pasó por casi 60 años de frío intenso que provocó hambrunas, catástrofes agrícolas y en Europa incluso décadas de veranos gélidos e inviernos furibundos que aceleraron incluso las migraciones.