Quizás haya sido el Premio Nacional de Narrativa más cantado en mucho tiempo. Era Aramburu o Aramburu. Al éxito editorial se le ha unido el de la crítica y, mucho más importante, el mediático-político. Una novela que a algunos se les cae de las manos a partir del ecuador del mismo, y a otros les parece casi un bálsamo curativo para una sociedad rota como lo estuvo la vasca.
Hay novelas que tienen ese poder, el de cicatrizar heridas, y ‘Patria’ es una de ellas. En la pasada Semana Negra de Gijón, durante una conversación con escritores de Madrid y Euskadi salió el nombre de Aramburu y quedó muy clara una cosa: la literatura, cuando tiene calado social y político, es imparable. Y sobre todo que esa ‘Patria’ de papel y tinta de Fernando Aramburu iba a ser premiada sí o sí. Por múltiples razones: porque ha conseguido vender muchos libros y ser leído en un país que repudia sentarse a leer nada que no sea mensajes de Whatsapp o panfletos, porque ha conseguido normalizar el dolor de la pérdida de las víctimas de un conflicto enquistado durante décadas con casi mil muertos sobre la mesa, y porque ha demostrado que la literatura puede ser más útil que varias generaciones de políticos y líderes sociales. Según el jurado, la novela destaca por la “profundidad psicológica de los personajes, la tensión narrativa y la integración de los puntos de vista, así como por la voluntad de escribir una novela global sobre unos años convulsos en el País Vasco”.
Traducción: Aramburu ha ejercido de cirujano con aguja e hilo de coser después de tener a Euskadi y a España abiertas en canal sobre la mesa. Su narración, al calor de los muertos en las tumbas y las familias y amigas, las vidas rotas por esa pérdida, es lo que ha logrado suturar y ejemplificar cómo la novela ha conseguido utilizar los sentimientos en carne viva para analizar una sociedad dividida y quebrada. Y no es un premio solitario: ‘Patria’ también ha ganado el Premio Francisco Umbral al Libro del Año además del Premio de la Crítica de Narrativa. Su éxito quizás tenga una razón sociológica y política, la necesidad en el País Vasco de exorcizar y sacar fuera muchos años de conflicto, de censuras, de rencillas y sobre todo de dolor por todo lo que rodeó la represión franquista, el nacionalismo exacerbado de ambas partes, la violencia y ese muro mental, tan real como simbólico, que fue ETA y sus grupos afines durante más de 50 años.
En la novela Aramburu habla del día en que ETA anuncia el abandono de las armas. Ese mismo día en el que Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori.
¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político. Porque toda sociedad quebrada por la violencia es también una cicatriz, una costura que no se arregla sacándole brillo y el olvido. Los procesos de borrado (como en España e Italia) no permiten cicatrizar bien; experiencias como las de Argentina o Sudáfrica sí que permiten demostrar cierta amplitud de miras. El perdón como verdadero bálsamo. Pero es complicado.
‘Patria’ es una ficción, pero sus personajes son tan reales y demoledores que ha ejercido casi de exorcismo para muchos lectores vascos, con influencia incluso en los partidos políticos. Casi todos los protagonistas de la vida pública en Euskadi han reaccionado al libro, desde el nacionalismo abertzale a la derecha españolista del PP. El problema de fondo es que muchos de esos políticos podrían explotar de forma partidista el éxito del libro, un compendio de 125 capítulos cortos que narran esa costura invisible y real, marcado tanto por la empatía con las víctimas como la falta de apuesta por un bando. Quizás ese distanciamiento racional y frío, que no gustará a los fanáticos, ha convertido ‘Patria’ en el rotundo éxito editorial y social que es hoy.
Fernando Aramburu (1959). Nacido en San Sebastián, es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Zaragoza y desde 1985 reside en Alemania, a donde se marchó para dar clase a hijos de emigrantes españoles. Participó a finales de los años 70 en la fundación del Grupo CLOC de Arte y Desarte en San Sebastián, responsable de la edición de una revista cultural clave en Euskadi y Navarra, donde se mezclaba surrealismo y contracultura. De esta etapa iniciática habla ‘Fuegos de limón’, una de sus primeras novelas. En 2009 abandonó la docencia para dedicarse en exclusiva a escribir. Narrador destacado, es autor de tres volúmenes de relatos y de las novelas ‘Fuegos con limón’, ‘Los ojos vacíos’, ‘El trompetista del Utopía’, ‘Bami sin sombra’, ‘Viaje con Clara por Alemania’, ‘Años lentos’, ‘La Gran Marivián’, ‘Ávidas pretensiones’ y ‘Las letras entornadas’. Ha merecido, entre otros, el Premio Euskadi, el Premio Mario Vargas Llosa, el Premio Real Academia Española, el Premio Tusquets Editores de Novela (en 2011) y el Premio Biblioteca Breve.