Donde no lleguen nuestros pies y manos, llegarán nuestras máquinas. Es muy posible que el ser humano no tenga tiempo para alcanzar otros mundos. Podría extinguirse antes. Pero sus máquinas recogerán el legado y seguirán el camino. El 23 de enero se cumplieron 15 años sin noticias de la sonda Pioneer 10, lanzada en 1972 y que lleva rumbo hacia la estrella Aldebarán.

Fue lanzada el 2 de marzo de 1972, cuando la mayoría de nosotros no habíamos nacido. Y desde entonces ha servido con fidelidad a la ciencia y a la Humanidad que la diseñó y lanzó. Hoy está desfasada porque después de más de 30 años las máquinas son mejores, pero sigue en rumbo, imparable en el vacío. Hizo honor a su nombre en inglés (pioneer, “pionero”) ya que fue la primera máquina que atravesó el Cinturón de Asteroides, de las primeras en llegar a Júpiter. Su trabajo fue tan excelente que han tenido que pasar casi 40 años para que otra máquina, Juno, repitiera éxito al orbitar el gigante gaseoso. Y luego, en 1983, volvió a ser la primera en sobrepasar la órbita de Neptuno.

Pioneer 10 siguió su camino, pero se desconectó del sistema hace quince años. Fue entonces cuando se conectó por última vez con la Tierra. Sabemos que está ahí porque la Red del Espacio Profundo, el sistema de control activo a través del cual la Humanidad vigila sus máquinas y todo lo que venga más allá del Sistema Solar (aunque muchas veces no con la antelación deseada). El último contacto fue cuando estaba a 12.000 millones de km de distancia de nosotros. En 2003 intentaron “llamar” otra vez. Sin éxito. Va, por así decirlo, con el automático puesto de la programación de la última vez que recibió órdenes: viajar a Aldebarán, una estrella de la Constelación de Tauro donde se supone que llegará dentro de 1,69 millones de años.

Lo dicho: llegará cuando no seamos ni humanos. Al igual que una de las Voyager, Pioneer 10 lleva insertada una placa con un mensaje desde la Tierra por si se cruza con inteligencia extraterrestre, con información sobre nuestro mundo y nuestra civilización. La placa, incluso, duraría más que la propia máquina: es de aluminio anodizado en oro, una combinación que la hace degradarse muy muy lentamente. El ideólogo de esta parte de la misión fue Carl Sagan, obsesionado con lanzar “botellas con mensaje” al resto del Universo para dejar constancia de nuestra existencia si no estamos solos. Pero la Pioneer 10 no es la única máquina que vaga en el vacío con mensajes humanos.

Las hermanas Voyager

Técnicamente no están todavía en el llamado “espacio interestelar”, un eufemismo para definir el vacío absoluto en el que las máquinas estarán fuera del espacio definido del Sistema Solar (aunque aún dentro de su zona magnética más laxa). Están justo en el borde, a unos 21.000 millones de km de nosotros. Y ninguna de ellas llegarán hasta otra estrella en los próximos 40.000 años. Así que no hay prisa. Literalmente. Pero 40 años después siguen enviando información a las estaciones receptoras de la NASA. Viajan a 48.280 km por hora y serían capaces de hacer una órbita dentro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, cada 225 millones de años. Sin embargo aún no han salido realmente del Sistema Solar: tardarán otros 400 años en atravesar la Nube de Oort que rodea el núcleo del “vecindario”, un cúmulo inmenso (varias veces el espacio planetario) compuesto por materiales de desecho de la formación del Sistema Solar o errantes atrapados por la gravedad solar, y de done se cree que vienen los cometas.

Las célebres Voyager han formado parte de la cultura popular casi desde el principio. No hay que olvidar que ya poco después de su lanzamiento formaron parte del guión de la primera película de Star Trek, y que han sido una referencia de la ciencia-ficción de manera cíclica, desde el cómic a la serie ‘The Big Bang Theory’. No hay que olvidar que estas máquinas podrían durar siglos, por no decir miles de años: no consumen apenas energía, sus materiales no se desgastan en el vacío, no están sujetos a la erosión ambiental, soportan la radiación cósmica y solar… incluso existirían mucho tiempo después de que la propia Humanidad desapareciera. Son, por decirlo así, nuestro gran legado a quien quiera que esté ahí fuera. Si es que hay alguien. O para el propio Universo, del que somos un producto más junto con estrellas, planetas y galaxias. Se diseñaron para durar, y por eso llevan la placa con el mensaje humano.

Trayectoria y situación de las Voyager (NASA)

La Voyager 1 (722 kg) fue lanzada el 5 de septiembre de 1977, y su compañera la Voyager 2, el 20 de agosto del mismo año: se lanzaron de forma inversa porque ambas tenían misiones diferentes. La 2 tenía más prisa: antes de zambullirse en el mundo desconocido más allá del reino de nuestro Sol sobrevoló a los cuatro gigantes exteriores, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Es la única nave que lo ha hecho, y fue vital para el conocimiento básico que tenemos de esos planetas hasta que la Misión Cassini y ahora la Juno han seguido explorando estos barrios externos. Fue ella la que descubrió los volcanes activos de Ío, cuando se daba por sentado que sólo existían en la tierra, y también la que descubrió la atmósfera de Titán. Y su hermana, la Voyager 1, que también pasó por Saturno y Júpiter, logró acelerar mucho más gracias a que se aprovechó de la gravedad de los gigantes, y es por ahora la única que ha entrado en el espacio interestelar (aunque, insistimos, sin salir realmente del espacio externo del sistema, la nube de Oort), cerca ya de los 21.000 millones de km de la Tierra.

Ambas cargan tres generadores termoeléctricos que se alimentan de la desintegración del plutonio-238 que cargan. Al ritmo que llevan tienen combustible para más de 170 años, y después viajarán por pura inercia. Pero tienen diferentes trayectorias de viaje. La 1 va en el plano norte de las órbitas planetarias, un viaje desmesurado que ha permitido a la NASA conocer más de las condiciones físicas en ese espacio vacío. Para empezar los rayos cósmicos formados por partículas aceleradas hasta velocidades cercanas a la luz (recuerden, según la Teoría de la Relatividad, hasta ahora no rebatida, nada se mueve más deprisa que un fotón de luz) son mucho más abundantes que dentro de la heliosfera solar, la gran burbuja protectora que nos alivia de esa radiación que es mortal. No podría haber vida si llegaran hasta la Tierra, porque literalmente desmenuzaría las células y el ADN hasta la degradación completa. El mismo escudo magnético que tiene la Tierra, ese campo magnético que nos salva de las dentelladas del Sol y de la atenuada radiación cósmica, lo tiene también el Sol. Y es aún más importante, porque salvaguarda el Sistema Solar de ese alud.

Su hermana, la Voyager 2, no está tan lejos, “apenas” 17.700 millones de km, y tiene la trayectoria contraria: el plano meridional al plano orbital planetario. Aún no ha salido de la heliosfera, así que se mantiene aún más activa y sirve de baremo comparativo con la 1: una está dentro y otra fuera, con lo que la comparativa de los datos ha permitido conocer mejor la realidad física de ese espacio interestelar, que parece más una gran tormenta serena que un vacío inerte. Se ha podido comprobar, además, que ese espacio es envolvente y rodea por completo a la heliosfera, casi comprimiéndola. La 2 mide los diferentes comportamientos del viento solar y los campos magnéticos planetarios. Dentro de unos años cruzará la frontera y seguirá enviando información muy útil sobre si en ese plano meridional también las condiciones son iguales al septentrional.

Esquema de las etapas de viaje y posición sobre el plano del Sistema Solar de las cuatro sondas que más lejos han llegado: Pioneer 10, Voyager 1 y 2, y Pioneer 11