El teatro español ya tiene nuevos premiados por el valor, profundidad y calidad de sus textos: Laila Ripoll y Mariano Llorente, nuevos Premio Nacional de Literatura Dramática de 2015 por la obra ‘El triángulo azul’, “por su calidad literaria, una sólida estructura dramática y la relevancia del tema: la experiencia vivida por los republicanos españoles en el campo de exterminio de Mauthausen, su resistencia y su testimonio”.
Este premio destaca una de las obras teatrales con mayor calado de este año, un recordatorio del infierno por el que tuvieron que pasar los presos españoles en el campo de concentración de Mauthausen, hasta hace bien poco un tema silenciado oficialmente y que sólo por testimonios como el de Jorge Semprún y otros supervivientes salieron a la luz con fuerza. Ripoll y Llorente, sin embargo, no acudieron al tremendismo tétrico, al drama supremo que suele utilizar el cine cuando aborda el tema, sino que tiraron de humor negro, negrísimo azabache, para narrar la terrible suerte de los miles de españoles prisioneros. El título viene de la forma y el color, azul, de los distintivos que los nazis aplicaron a los españoles internos en Mauthausen, en su gran mayoría ex combatientes republicanos, exiliados y todo lo que pudo entrar en el saco de antifascista, que iba desde comunistas a demócratas y liberales.
La obra ‘El triángulo azul’, escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente, daba a conocer desde la perspectiva del teatro contemporáneo aquel mundo enfermizo, cruel e injusto que sufrieron los españoles y que todavía hoy no ha recibido reconocimiento alguno del gobierno nacional. Resulta curioso que Alemania sí les haya dedicado un pequeño gesto en el campo, y les haya reconocido su sufrimiento, pero no España. La obra, producida por el Centro Dramático Nacional, estuvo en cartel en el Teatro Valle-Inclán hasta mayo pasado. En el reparto estaban Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño y Jorge Varandela. Todos ellos, con una escenografía grisácea, dolorosa y plomiza, como era la vida en el campo, narran la supervivencia de los apenas 2.000 que quedaron con vida cuando se calcula que llegaron a pasar por aquel lugar casi 7.000. El color fue decidido entre los nazis y el régimen de Franco, un azul de apátridas, de gente sin nación ni hogar.
Muchos de ellos fueron testigos de los horrores nazis en los Juicios de Nuremberg y a distancia vuelven a jugar ese papel de correa de transmisión entre el horror del asesinato en masa del fascismo y el tiempo presente, muy dado a dejar que el polvo se acumule sobre los pecados y faltas nunca resueltas. Lo más duro de la obra es sin duda el humor negro, un arma terrible que consigue encandilar al espectador para contarle, riendo por no llorar, como se suele decir, una historia tan demoledora que es imposible no dejarse llevar por la agonía y la tristeza. Lo que hiciera Roberto Benigni en ‘La vida es bella’ se repite, de otra forma mucho más teatral y con tintes de opereta, en ‘El triángulo azul’. Sin embargo no se trata tanto de dar un sartenazo al respetable de las butacas, sino de introducirles en cómo sobrevivie el ser humano.
Todo es humor negro como el hollín de las chimeneas de los crematorios, y el protagonista, Paco, no deja de ser un bufón que emula a Darío Fo pero con una carga de profundidad muy dura. Nadie maneja mejor el humor negro crítico como los españoles; quizás los británicos, pero pocos más. La risa es, como dice el personaje, el antídoto para evitar volverse loco. Vivir un segundo más era un triunfo. Uno de los momentos álgidos es algo inspirado en sucesos reales: los españoles negociaron con los nazis para que pudieran hacer una obra de teatro en el campo, igual que los judíos tocaban con la orquesta en Auschwitz, aquí optaron por las tablas. Y el punto culminante es un “chotis del crematorio” que hace reír tanto como llorar el alma. Fue en la Navidad de 1942 cuando lo lograron, convirtiendo la obra en un recochineo donde las pelucas rubias se hacían con serrín y la mitad de los instrumentos estaban inventados. El teatro se convierte así en un esperpento terrible y aleccionador a un tiempo.
Laila Ripoll (Madrid, 1964) es licenciada por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), titulada en Pedagogía Teatral (RESAD, INEM, INAEM) y amplió su formación teatral con Declan Donellan, Miguel Narros, Josefina García Aráez, María Jesús Valdés o Mauricio Kartún, entre otros. Ha ejercido de actriz, autora y directora de escena. Recibión el Premio Ojo crítico de Radio Nacional de España, el Caja España de Teatro, el José Luis Alonso de la Asociación Torrejón (en dos ocasiones8, el Artemad y el Premio Max al mejor autor teatral en castellano. En 1991 fundó junto con Mariano Llorente, José Luis Patiño y Juanjo Artero la productora Micomicón, a través de la cual han creado diversos proyectos. De sus manos han salido obras como ‘Basta que me escuchen las estrellas’, ‘Cancionero republicano’, ‘Los niños perdidos’, ‘Unos cuantos piquetitos’, ‘Árbol de la Esperanza’, ‘La ciudad sitiada’ o ‘Los niños perdidos’, entre otros.
Manuel Llorente (Madrid, 1965) es actor, director y dramaturgo. Licenciado por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), estudió dramaturgia con Mauricio Kartún (Casa de América, Madrid), interpretación con Heine Mix, movimiento con Giovanni Holguin y clown con Mª José Sarrate (ACTUA). En 2005 recibió el premio Lázaro Carreter de Literatura Dramática. Como actor ha trabajado con directores como Rodrigo García, José Estruch, Ernesto Caballero, Juan Pedro de Aguilar, Heine Mix y Laila Ripoll, entre otros. En televisión participa en series como ‘Farmacia de Guardia’, ‘El comisario’, ‘Policías’, ‘Al salir de clase’, ‘Un paso adelante’, ‘Periodistas’ o ‘Los Serrano’. En teatro su trabajo fue sobre todo con la compañía Micomicón junto a Laila Ripoll.
Laila Ripoll y Mariano Llorente