Aunque todavía RTVE no ha dado fecha oficial del estreno, ya hay trailer y gran parte de los nuevos ingredientes de la trama, incluyendo épocas y personajes históricos, se ha puesto en marcha.
Cambios: los habrá, porque Rodolfo Sancho estará ausente otra vez (por su participación en ‘Mar de Plástico’) durante parte de la temporada, lo que implica que regresará el policía Pacino (Hugo Silva), que cuenta con el apoyo de los fans, que descubrieron el aire nuevo que le daba este personaje, un policía de Madrid de finales de los años 70 que entra a trabajar en el Ministerio del Tiempo por casualidad. También estará parcialmente ausente, durante una parte de los episodios, el personaje de Amelia Folch (Aura Garrido), que también tiene rodaje pendiente en otro lado.
El contrapeso será el regreso de muchos secundarios (como Lope de Vega) y las nuevas figuras para la temporada, como Gustavo Adolfo Béquer, Alfred Hitchcock, Goya, Alfonso XIII, la Duquesa de Osuna, Hitler, Cervantes, Godoy, Buñuel, el Duque de Lerma, el Papa Luna, la Duquesa de Alba, Simón Bolívar o Adolf Hitler, en una de las puestas en escena más arriesgadas de la temporada, que en el trailer incluso a punta a que algunas escenas transcurren en un campo de concentración o de prisioneros. La nómina de actores que pasarán por pantalla incluye a Pedro Casablanc, Macarena García, Luis Callejo, María Adánez, Noemí Ruiz, Fernando Guillén Cuervo, Elena Rivera o Federico Aguado.
Ha sido una espera larga porque la tercera temporada estuvo a punto de no hacerse, a pesar de ser uno de los grandes éxitos (especialmente en internet y como producto de exportación a otros países). Primero porque la ficción nacional es monotemática (drama histórico, drama familiar, comedia familiar) y el eje central de ‘El Ministerio del Tiempo’ es todo un respiro, y segundo porque la ciencia-ficción española es carne de guetto del que apenas sobresalen un par de nombres. Por eso la serie desarrollada por el productor Javier Olivares es tan necesaria, para oxigenar la parrilla televisiva y exhibir otro tipo de contenidos que no vayan directos al público de siempre. TVE calcula que para mayo-junio podría tener el primer bloque de capítulos; tiene los derechos de emisión a su voluntad y decidirá si reserva el segundo bloque para otoño o si la mantiene en verano.
El propio Olivares ya filtró algunos puntos concretos de lo que será la tercera temporada. Como indicábamos antes, estará organizada en dos bloques, cada uno de entre seis y siete capítulos y una gran variedad de argumentos, con dos líneas: una a lo largo de la temporada y otra con historias individuales por cada capítulo, lo que se suele llamar “autoconclusivas”. Otra vía de desarrollo será Latinoamérica: la serie consiguió en la segunda temporada acumular gran cantidad de fans al otro lado del Atlántico (se emite en México y Brasil y por TVE internacional al resto), y la intención de Olivares es hacer unos cuantos capítulos con la historia de América Latina de fondo. Y habrá algún que otro cameo de personajes actuales.
Una de las bazas de la serie son sus fans, los “ministéricos”, que tuvieron gran parte de la responsabilidad de que se salvara la serie ya desde la primera temporada. También de abrir una posibilidad nueva si TVE, que ha reducido costes al tiempo que se desplomaba en audiencias hasta casi ser irrisoria en muchos casos: Netflix España. La plataforma de distribución online, famosa por vender sus series a bajo coste por temporadas enteras, permitiría tener tranquilidad y un presupuesto ajustado y no sometido a los altibajos de TVE, por lo que era una opción perfecta. Incluso muchos críticos de televisión apostaron por esta vía para que el género no muriera y que el proyecto pudiera tener expansión. No obstante, a última hora finalmente se logró el acuerdo.
‘El Ministerio del Tiempo’, creada por Pablo y Javier Olivares (con Anaïs Schaaff y Javier Pascual como principales guionistas), mezcla viajes en el tiempo, parábolas de la Física teórica, historia y arquetipos ya clásicos de la ciencia-ficción. La calidad del planteamiento ha sido suficiente para que China, Portugal, Brasil y México hayan comprado los derechos para adaptarla a sus países. La más interesada, curiosamente, fue China. Su fuerza no está tanto en la audiencia en sí misma, sino a la comunidad de fans en internet, que no siempre ve los capítulos el día de emisión sino desde la plataforma que creó la serie ligada a TVE, donde hay todo tipo de contenidos extra. De hecho la serie ha logrado trasladar a España el dilema actual de la distribución: internet ha matado la TV tradicional que aún plantean en TVE, por lo que la visión antigua de los ejecutivos de la cadena pública choca con la realidad, que el impacto en la red es mucho mayor que el reflejado por el share. La serie es una pequeña baza para conectar con esa parte de la sociedad, creciente y que prefiere adaptar los contenidos a sus gustos y no ellos a unos horarios y agendas programados por las cadenas.
Viajar en el tiempo, custodiar el tiempo
El planteamiento argumental es interesante: existe un ministerio secreto y atemporal del Estado español que se encarga de que el continuo histórico no se rompa, evitar que cambie la Historia de España (por trágica e injusta que sea) y no provocar mil variaciones incontrolables en el presente. El ministerio ocupa un antiguo monasterio en Madrid, oculto, donde existen cientos de puertas numeradas alrededor de una espiral descendente que parece un guiño a las obras de Escher. Cada puerta lleva a un momento concreto del pasado, pero no del futuro. El tiempo avanza y permite retroceder, pero no a la inversa: no se puede viajar al futuro desde 2016 en adelante, pero sí retroceder incluso hasta la época en la que se pintaron las Cuevas de Altamira, por ejemplo.
Para controlar que nada cambie y todo siga su curso el ministerio tiene patrullas que arreglan los estropicios ocasionales o de terceros que también pueden viajar en el tiempo. Y esas patrullas están formadas por personas de todas las épocas, sin familia ni ataduras fuertes a sus escenarios temporales, a las que se les revela la verdad para que colaboren. Porque, y esta es una primera vuelta de tuerca, el ministerio existe en todas las épocas. Hay un ministerio de 1612 que se encarga de patrullar desde esa fecha hacia atrás; la institución es la misma, pero su radio de actuación temporal se circunscribe a su momento hacia el pasado. Por eso los agentes de 2016 sí pueden viajar a ayudar a Cervantes y Lope de Vega, pero los agentes de 1612 no pueden viajar hacia el futuro. Salvo que los agentes de 2016 los recojan y se los lleven…
En 1895 H. G. Wells dio rienda suelta a su imaginación y se atrevió a ser pionero de un subgénero de la ciencia-ficción que, amparado en una serie de normas lógicas y un poco de Física Teórica. ‘La máquina del tiempo’ abordaba de manera libre un viaje hacia el futuro lejano. En ‘El Ministerio del Tiempo’ la obsesión es el pasado: regresión y vuelta al presente. Y todo sin máquinas viajeras, la ganzúa con la que Wells abrió el subgénero. No, aquí todo es más sencillo: hay una puerta, con un número, que conduce a una fecha del pasado. Y cuando la cruzan y cierran tras de sí sólo se oye el tic-tac de un reloj para dar a entender que ya han pasado al siguiente lugar. Aparecen al otro lado de otra puerta conectada con 2016. Así de simple y obvio. ¿Para qué complicarlo más? Recuerden, es fantasía.
La serie se centra en la conservación temporal más que en la exploración libre. Es una institución gubernamental, sometida a normas, límites y deberes. Algo tan complejo como viajar en el tiempo requiere de detalles que cierren el círculo. Por ejemplo: el secreto sobre su existencia es absoluto, y ni siquiera otras ministerios conocen su existencia, sólo un grupo aguerrido y fiel de funcionarios que operan al margen de los gobiernos. Aparte del presidente, el rey de turno o los validos, nadie osa alterar su secreto. En la serie, además, no hay un control total sobre las puertas; sólo el subsecretario y jefe de todo, Salvador Martí (interpretado por Jaime Blanch), tiene en una libreta anotados los números de las puertas y a qué momento histórico conduce.
Una de las claves de la serie es la propia Historia de España, liberada de mitologías, pasa descarnada y cómica, berlanguiana incluso (el episodio de la segunda temporada en la que viajan a la Guerra de la Independencia a salvar a un antepasado de Adolfo Suárez roza el esperpento e incluye un Napoleón melancólico al que le hacen terapia de diván), reivindicada y denunciada en más de una ocasión. El Cid, por ejemplo, es una de las figuras reubicadas en el imaginario colectivo: queda claro que una cosa es el ideal caballeresco y otra el verdadero Cid, que no pasaba de ser un mercenario embrutecido y corrupto obsesionado con la guerra. También se adentran en la Guerra de Independencia, el Siglo de Oro, la posguerra, la Segunda Guerra Mundial, y hay episodios memorables como el del asesino psicópata que mata y viaja en el tiempo, o el especial de dos capítulos sobre los últimos de Filipinas en 1898-99 que parece más una película que una serie, por no hablar de la visita a Houdini, una epidemia de Gripe Española insertada en 2016 por error… y una larga lista de saltos.
Pero por el camino la imaginación desbordante del mito de la puerta temporal (literalmente, porque se pasa de 2016 al siglo XI abriendo y cerrando una puerta numerada) también deja resquicio para la otra clave: el diseño de los personajes. Cada uno de ellos arrastra un trauma que se acentúa al ser conscientes de que pueden viajar en el tiempo y resolverlo. Así, algunos intentan salvar a esposas muertas en accidentes, o a sus hijos del cadalso, incluso atreverse a ver dónde están enterrados y saber en qué año murieron. Está prohibido por el ministerio hacerlo, porque, ya saben, “cualquier alteración puede crear una deriva incontrolable que afecte a toda la Humanidad”: el continuo histórico vale más que todas las vidas y todas las historias personales.