El proyecto del premio Nobel Hamilton Smith y del inversor millonario y biólogo Craig Venter para conseguir vida artificial desde la manipulación genética da un paso de gigante: han logrado una forma sostenible y autorreproducible con menos genes de los que necesita la Naturaleza.
Antes de que a nadie se le pase por la cabeza la idea de un laboratorio creando seres nuevos diseñados por mentes con bata blanca, hay que anticipar que la microscópica forma de vida creada por el equipo de Craig Venter y Hamilton Smith es un ente mínimo para poder ser llamada “vida autónoma”, conformada por 473 genes, el cifrado más pequeño que existe en la naturaleza después de los mycoplamas, seres vivos autorreplicantes (se reproducen por mitosis) con 525 genes. Es un avance respecto a la primera forma de vida que Venter creó en 2010. Sin embargo todavía queda mucho trecho para recorrer.
Todo parte de un punto, el ADN es un libro de instrucciones a partir del cual podemos crear vida. El nuevo estudio de Venter y Smith, publicado en Science y para el que hicieron falta 22 científicos coordinados, lleva el nivel mucho más allá: han creado una bacteria que con un mínimo de genes (esos 473) es capaz de sostenerse biológicamente a sí misma (alimentarse) y replicarse. Es decir, lo mínimo necesario para poder sobrevivir y ser considerado algo más que un engendro efímero de laboratorio.
Ahora bien, ¿qué gana la Humanidad con este avance que, evidentemente, tendrá desarrollos más sofisticados en el futuro? La posibilidad de crear vida de diseño tendría beneficios medicinales: bacterias que produjeran fármacos en masa a bajo precio, seres vivos que redujeran enfermedades desde dentro del cuerpo humano, microorganismos capaces de devorar petróleo vertido en el mar, o incluso bacterias cuyos desechos vitales fueran combustible para máquinas. Y eso sin salir del mundo microscópico.
¿Cómo se hizo el experimento? Las nuevas células se han denominado JCVI-Syn 3.0, y cada una de ellas se divide para dar lugar a una nueva cada tres horas, una velocidad mucho mayor que la de otros seres del mismo tipo. Pero el producto es efímero todavía, como todo buen ensayo de laboratorio: los mycoplasmas tienen mayor duración en proporción, y la vida de estas nuevas células sintéticas es un suspiro de probeta. En realidad sólo existen dentro de un cultivo concreto de azúcares y nutrientes muy específicos.
Es vida pensada por y para una cubeta. A diferencia de un ser vivo natural, su genoma no es producto de millones de años de evolución con capacidad para mutar autónomamente y evolucionar a su vez para adaptarse. Eso es lo que hace la vida natural: en función de los imputs de la realidad física, modifica su programación genética para adaptarse. La vida sintética no lo hace. No varía, no cambia, depende de la programación inicial.