Fue hace cien años; el Machu Picchu ya se conocía de antes, era como una sombra presente en la memoria colectiva de esa zona de Perú, pero fue Hiram Bingham el que le terminó de dar la bendición a esa ciudad en el cielo. 

Fotos: Leticia Santos – Texto anexo: Leticia Santos

En abril de 1913 la recién fundada revista National Geographic publicó un extenso artículo de Bingham (1875-1956) en el que describió con una minuciosidad de profesor universitario (lo era, de Yale además) el gran hallazgo de una ciudad inca entera en lo alto de las montañas, un lugar lejano que había sobrevivido al paso del tiempo, de los conquistadores y del olvido.

En 2012 Leticia Santos publicó en El Corso un reportaje sobre lo que suponía un viaje moderno a Machu Picchu en 2010, un año antes de que se cumpliera el siglo del viaje de Bingham; sus pies y sus frases llevaban al lector hacia ese enclave perdido a tanta altura como para que más de uno se lo piense (casi a 3.000 metros). El ascenso sigue siendo igual de fascinante, pero en los tiempos en los que Bingham iba con un machete en la mano y sorteando caminos imposibles debía de ser incluso suicida.

La Montaña Vieja, que es lo que significa ese nombre mágico al traducirlo del quechua, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2007 y está considerada una de las nuevas Siete Maravillas del mundo moderno. Todo en este lugar está envuelto en siglos, misterio y mística, incluso hoy cuando se entiende que fue una ciudad-santuario y al mismo tiempo residencia de uno de los primeros incas del Tahuantinsuyo, ya en el siglo XV. Se trataba de Pachacútec. Todo Machu Picchu denota ese carácter sagrado, pero al mismo tiempo es una de las mayores muestras de ingeniería precolombina, si no la mayor de todas, un lugar donde el ingenio inca se expresa en toda su amplitud, desde la forma de construir en terrazas hasta las canalizaciones de agua y todo el sistema hidráulico, que fue usado incluso por los campesinos de la zona cuando llegó allí Bingham.

Bingham y la portada del número de la National Geographic sobre las ruinas peruanas 

 

Es obvio que alrededor de un enclave que parecía diseñado para aislarse por completo del mundo, y que hizo pensar a muchos arqueólogos que se trataba del último bastión inca frente a la conquista española. Pero un estudio tras otro han desechado esa opción para simplemente colocarlo como un bastión religioso y principesco, un retiro espiritual para el inca con más de una función. Sus especiales condiciones han convertido a Machu Picchu en algo más que unas ruinas, el halo de misterio que lo rodea, y los años de teorías, libros y mitos posmodernos acumulados a su alrededor (desde lugar de conexión con alienígenas a puerta con el mundo de los dioses) han hecho mucho por su fama y su fortuna como uno de los principales destinos turísticos.

Pero lo que Hiram Bingham encontró y explicó era mucho más que eso, era un lugar arqueológico de primer orden por su excelente estado de conservación. Ni estaba tan aislada del resto del mundo inca (había ocho senderos construidos específicamente para conectarlo con el resto de la red del imperio inca) ni era un refugio: los valles que rodean el complejo estuvieron poblados durante el siglo XV, eran zonas agrícolas con fuerte presencia humana y que trabajaban para sí mismos y para alimentar a la población flotante del complejo, que podía situarse entre los tres centenares y las mil personas. No sólo era un enclave político, también administrativo: desde allí se dirigía en parte el imperio cuando los grandes señores pasaban por allí. Una vez que el inca Pachacútec falleció todo el complejo pasó a manos de la organización encargada de velar por su recuerdo y su momia (la panaca). Lentamente dejó de tener tanta importancia y perdió su preeminencia a favor de otros enclaves.

Vista parcial de las ruinas de Machu Picchu (Leticia Santos) 

 

Cayó en el olvido, y aunque fue en parte zona de la resistencia inca frente a los españoles durante el siglo XVI, lo cierto es que la marea conquistadora pasó por allí y dejó en ruinas muchos de los edificios. Si bien no está todavía corroborada la presencia española, lo cierto es que el Templo del Sol ardió en coincidencia temporal con los años finales de los incas, y hay testimonios de varios soldados españoles que dejaron por escrito en cartas detalles que coinciden con la descripción de Machu Picchu.

Probablemente fuera una mezcla de olvido y saqueo lo que dejó fuera de la Historia el complejo, y para bien, porque al desaparecer de la memoria quedó congelado en el tiempo para ser redescubierta más tarde. Para cuando Bingham llegó en 1911 muchos peruanos ya sabían que allí había “algo” construido, semioculto por la vegetación pero visible a distancia por la mano del hombre y su huella en la gran quebrada. Muchos de los edificios se habían reutilizado como almacenes, incluso como casas para campesinos. También había criollas que incluso ejercían de guías improvisados para la zona.

Fue antes de ese 1911, en 1880, cuando un explorador francés llamado Charles Wiener determina la localización exacta del complejo de Machu Picchu, y aunque nunca llegó a pisar su suelo fue capaz de confirmar la existencia de restos arqueológicos. Bingham ya había investigado en los restos incas de Vilcabamba, y cuando estaba allí contactó con hacendados de la zona y se decidió a marchar hacia la montaña. El 24 de julio de 1911, junto a Melchor Arteaga (terrateniente) y un soldado peruano ascendieron hasta la localización que era conocida por la gente de la zona; tanto que cuando entraron en el complejo hallaron viviendo a varias familias que bebían agua del mismo canal que se había usado 500 años antes.

 

Inmediatamente movió ficha para que la Universidad de Yale y la National Geographic se movilizaran para proteger y explorar a fondo las ruinas. Entre 1912 y 1915 Bingham y un primer equipo de arqueólogos, ingenieros y trabajadores americanos y peruanos lograron acotar y limpiar la zona, incluyendo la excavación de las tumbas de la zona extramuros. Entre medias, Bingham se encargaría de que el mundo conociera Machu Picchu en la revista de la National Geographic en 1913.

En realidad, como hemos explicado, Machu Picchu nunca se perdió, por lo que nadie la descubrió, cuando menos la “redescubrió” para el gran público más allá de las zonas andinas donde sí era conocido. Él fue el primero en darse cuenta de la enorme importancia del complejo, de su valor cultural. Hoy las primeras excavaciones se habrían hecho de otra forma, y como muchos otros pioneros se les achaca cierta torpeza en el proceder, pero suyo es el mérito de la inclusión de la montaña quebrada y las ruinas en el patrimonio universal.

Imagen de Machu Picchu tomada por Harim Bingham en 1915

Distribución de las ruinas de Machu Picchu