No son tan antiguos como el Tintín de Hergé, pero sí fueron decisivos para que el cómic europeo desarrollara el concepto de álbum que daría pie a la novela gráfica. Se cumplen 75 años desde que el belga Edgar P. Jacobs creara a los personajes Francis Blake y Phillip Mortimer, con títulos legendarios para varias generaciones como ‘La marca amarilla’ y ‘El secreto del Espadón’. Mucho más que un simple cómic, abrió el camino e influyó en todo lo posterior.
IMÁGENES: Dargaud /Blake & Mortimer / Norma Editorial / Grijalbo
Érase una vez un autor belga de nombre anglosajón, antiguo cantante de ópera que para ganarse la vida tuvo que dedicarse al cómic y creó dos héroes británicos convencionales y flemáticos que, mestizajes europeos mediante, vivían por y para lectores francófonos de Bélgica y Francia. Traducido a 14 idiomas, con más de 20 millones de ejemplares vendidos durante décadas para tres generaciones diferentes (los niños de la guerra, sus hijos y sus nietos), hoy son un mito del álbum francobelga, ese formato original del Viejo Mundo que alcanzaría en EEUU el estatus de formato noble, la novela gráfica. Tanto como para que en el país que vio nacer creativamente a Francis Blake y Phillip Mortimer (justo al otro lado del Canal donde se supone que operan en su universo) le hayan dedicado una exposición conmemorativa que celebra sus 75 años. Para quien pueda viajar por Europa les recomendamos que la visiten en el Museo del Cómic de Bruselas, donde los organizadores repasan la génesis de ambos personajes y el mundo creado por Jacobs.
Hay un elemento clave: son posteriores a Tintín y el auge de la línea clara, que continuaría especialmente en el mercado francófono durante décadas, en Bélgica, en Francia y en el resto de Europa después. De hecho ambas creaciones guardan ciertas similitudes estéticas, pero ahí se acaba todo, salvo que el debut del oficial de contraespionaje Blake y el científico Mortimer fue en la revista Tintin en septiembre de 1946, en su primer número y en plena posguerra, con Bélgica aún llena de cicatrices de la Segunda Guerra Mundial. Lo que arrancó como un producto de serial con ‘El Secreto del Espadón’ (su primera y más legendaria entrega) durante los primeros años, saltaría luego a convertirse en volúmenes. Un detalle: ‘El Secreto del Espadón’ estuvo conformado por 144 planchas divididas a su vez para su publicación por entregas en la revista. Es decir, que era una obra única que no se publicaría como tal hasta 1964. Para los amantes de los datos históricos: Hugo Pratt tardaría otros diez años más en publicar ‘La batalla del Mar Salado’, la primera de Corto Maltés y considerada la primera novela gráfica europea.
Porque hasta entonces lo que había eran álbumes compactos (pocos), historias fraccionadas por entregas en revistas (lo más habitual) o directamente narraciones muy cortas de un par de páginas (igual de habitual y más cómodo para los editores). En aquella época aún no habían llegado los formatos habituales, y hubo que esperar a los 60 para que se normalizara la publicación de álbumes, a medio camino entre una historia larga de revista y una novela gráfica como tal, un proyecto al que todavía le quedaba tiempo. Por eso la creación de Jacobs es tan importante, y no sólo por su ambición formal, sino también creativa. La sinopsis de ‘El secreto del Espadón’ es todo menos modesta: Blake y Mortimer, soldado y científico, se enfrentan a la amenaza de una Tercera Guerra Mundial desatada por ejércitos asiáticos, militaristas y viejos conocidos de raíz fascista que bombardean sin cesar al resto del mundo. Ambos tienen todavía un arma con la que defenderse, el Espadón, mitad avión a reacción y mitad submarino que puede atacar sin ser detectado.
En una época en la que en EEUU el cómic oscilaba entre la comedia y los superhéroes, en Europa la ambición creativa no parecía tener límites, pero sobre todo eran de un realismo de fondo digno de elogio: ni capas, ni poderes mágicos, sólo dos hombres inteligentes que luchaban como en los viejos tiempos, donde apenas hay espacio para la violencia y sí mucha para el ingenio. Dos positivistas tradicionales pero también abiertos de mente que defienden el progreso contra tiranos, criminales y todo tipo de rivales en una época de posguerra que a duras penas olvidaba la masacre mientras vivía pendiente del pulso EEUU – URSS. Puede que esa lucha esperanzada sea algo que podamos repescar en este siglo que de inicio convulso; no sólo era uno de los rasgos de Blake y Mortimer, sino que se trasladaba a todas las historias que Jacobs creó hasta su muerte en 1987.
Después de él, y a diferencia de lo que ocurrió con el Tintín de Hergé, otros autores han continuado con la saga hasta 2021, cuando el también belga Jean van Hamme publicó ‘El último Espadón’. Los valores continúan: clasicismo narrativo, preciosismo estético basándose en la línea clara (que lo permite, junto con un hiperrealismo difícil ya de encontrar en el cómic, que ha tomado derroteros más experimentales y artísticos) y una clara fijación con la ciencia como elemento determinante e hilo narrativo. El conocimiento forma parte determinante de todo el proceso creativo que requirió de Jacobs de un enorme trabajo de documentación previa que diera más verosimilitud a todas sus creaciones, por arriesgadas (por fantasiosas) que fueran como ‘El enigma de la Atlántida’. Abarcó desde ese Espadón, ejemplo de aventura clásica hasta la Inteligencia Artificial consciente y aniquiladora que creó en ‘Las tres formulas del profesor Sato’ antes de morir y que se prolongó en varios volúmenes ya con Bob de Moor, a quien sustituyeron ya en los 90 Jean van Hamme y Ted Benoit. Y más tarde por Jean Dufaux, Christian Cailleaux y Étienne Schreder, Yves Senté y André Juillard.
Así, al no cortar de raíz como hicieron los herederos de Hergé, se consagró la saga para la siguiente generación, la de los nietos de aquellos niños que crecieron en los 40 y 50 con Blake y Mortimer pudieran disfrutar de las continuaciones de una obra publicada casi siempre en la revista Tintin hasta la desaparición del autor, que osciló desde la intriga política-tecnológica (‘El secreto del Espadón’) al género negro (‘El caso del collar’), la ciencia-ficción (como en el caso de ‘S.O.S. Meteoros’) o la extraña mezcla de ambos, como en ‘La marca amarilla’ (1953-1954), fundamental porque definió tanto el tono como la estética y el trasfondo de la serie, en la que nada parecía imposible, como viajar en el tiempo (‘La trampa diabólica’) o a mundos perdidos (‘El enigma de la Atlántida’). Un legado inmenso que no debería perderse para este siglo, para nuevos lectores que quizás aprendan algo de personajes surgidos en una época y una sociedad que ya no existen, pero que pueden enseñarnos a no dejar de luchar y hacerlo además con inteligencia.
Hergé, Jacobs y la revista Tintin
“Feliz mortal aquel que conozca la obra de Edgar Pierre Jacobs”, dijo Hergé para alabar a quien fue su amigo, colaborador, socio y también en gran parte rival. La relación entre ambos fue siempre tan sincera como fluctuante: cuentan que Hergé prohibió a la editorial Casterman publicar los álbumes de Blake y Mortimer porque temía que le hicieran sombra a su reportero naïf, también que el personaje del capitán Haddock se basó en el tumultuoso Jacobs. Pero también que fue Hergé quien le dio la oportunidad y le aupó dándole espacio en la revista Tintin. Ambos se conocieron en 1943 en la Bélgica ocupada por los nazis pero donde muchas cosas seguían funcionando, como las editoriales. Jacobs era mayor que Hergé y mejor experto en color, hasta el punto de que fue el asesor de éste para reeditar y colorear los álbumes prebélicos de Tintín, que habían sido en blanco y negro. Es más: Jacobs ayudó a diseñar los fondos realistas de los álbumes de Hergé. Cuando el editor Raymond Leblanc ofreció al bruselense crear una nueva revista (Tintin) donde tuviera manga ancha, propuso a Jacobs sin dudarlo, quien creó a Blake y Mortimer. Otro apunte histórico: el 26 de septiembre, en el primer número, aparecieron a la vez ‘El Templo del Sol’ de Hergé y las primeras viñetas de ‘El secreto del Espadón’.
Edgar P. Jacobs, cantante y dibujante
La imagen clásica de Jacobs se parece a la de un músico de época: pajarita, bigotito fino, repeinado hacia atrás. Es antes de usar las gruesas gafas de pasta y la pica eternas que le acompañarían después. El mismo hombre con un baúl de disfraces en su casa para documentarse y un peculiar sentido del humor que le llevó a inspirar el villano de su serie, Olrik, en sí mismo. Edgar Pierre Jacobs (1904-1987) fue de todo: arrancó siendo un niño amante de la ópera pero en el periodo de Entreguerras ya era dibujante comercial en Bruselas, cuna y cantera de todo tipo de artistas visuales, desde Hergé a Magritte. Pero como no hay humano sin obsesión, Jacobs se reconvirtió en cantante lírico en los años 30, en la Ópera de Lille, no muy lejos de su hogar. No duraría mucho: la Gran Depresión le dejó sin trabajo y la invasión nazi tampoco ayudó. Fue entonces cuando volvió a desempolvar la mesa de trabajo y los lápices. Consiguió trabajo como dibujante para ilustrar historias de Flash Gordon en francés para Europa por su cuenta, al margen del original norteamericano. No duraría mucho: en 1941 los nazis lo censuran y vuelve a ser un simple dibujante comercial.
Durante la guerra conoce a su amigo y mentor, Hergé (curiosamente más joven que él), con el que colabora para reeditar las historias de Tintín y tener trabajo como asesor y colaborador. Al mismo tiempo sienta las bases de su creación de vida con lo que hoy se considera el ensayo general de ‘Blake y Mortimer’, la fantástica ‘El rayo U’. A partir de ahí se reconvirtió en el padre creativo del dúo británico y dejó atrás su etapa de segundón de Hergé. En paralelo se dedicó a ilustrar otras obras, como su visión de ‘La Guerra de los Mundos’ de H. G. Wells, cuyo grafismo simbólico de platillos volantes influiría en el cómic y el cine posteriores. Escribió y dibujó once volúmenes de Blake y Mortimer hasta su muerte en 1987, a los que hay que añadir uno duodécimo del que hizo sólo el texto, todos publicados por entregas en la revista Tintín y luego reunidos, a partir de los años 60, en volúmenes.