Los australianos caminan por la ‘autopista al infierno’ con su decimoquinta criatura con la misma intensidad que hace cuatro décadas. Sus seguidores aplauden la fórmula de la banda, que vence cualquier revés que se interponga en su trayectoria.
FOTOS: Wikimedia Commons / AC/DC Web
Neil Young rotula en sus memorias que la gente no disfruta los sonidos como antes; la música “es un arte moribundo”, sentencia. No para los fans de AC/DC. Sus devotos podrían levitar en plena Misa del Gallo mientras la garganta aguardentosa de Brian Johnson informa a satán de que ha saldado sus deudas (‘Highway to hell’), emulando al héroe de la laureada cinta ‘C.R.A.Z.Y.’ (Jean-Marc Vallée), que se elevaba al ritmo del ‘Sympathy for the devil’ de los Rollling Stones. Si viajáramos a cualquier momento del pasado cual Billy Pilgrim, el protagonista de ‘Matadero Cinco’, la célebre novela de ciencia ficción ubicada en la Segunda Guerra Mundial del estadounidense Kurt Vonnegut, comprobaríamos que para la mayoría de sus beatos, los australianos no han respirado nunca, ni en tiempos del carismático cantante Bon Scott ni en los del Guitar Hero, aquella frase que pronunciaba frente a los micrófonos de una radio pirata en medio del mar el eterno Philip Seymour Hoffman en otra película muy musical, ‘The boat that rocked’: “Hemos coronado la cima de la montaña y lo más duro es ir bajando hasta el final”.
No se mueven de la cima; los obstáculos no han logrado apartarlos de la púrpura (tan inexplicable como que El Nota de ‘El gran Lebowski’ pague con un cheque un cartón de leche o que el guiso de nuestro vecino siempre huela mejor), ni aunque los propios músicos reconozcan alejarse de la innovación (“Estoy harto de oír a la gente que hemos hecho once discos que suenan exactamente igual; de hecho, hemos hecho doce álbumes que suenan exactamente igual”, ha declarado Angus Young en alguna ocasión). Y eso que, a juzgar por los recientes acontecimientos (y nos referimos a la frustración por Phil Rudd, el batería de la agrupación, que será juzgado por amenazas de muerte y posesión de drogas), la formación incumple la norma del imperecedero Frank Zappa para mantenerse en el candelero, albergarse en una intimidad ordenada. “Es la vida”, que repetiría hasta la saciedad el mencionado Neil Young; y los problemas no se resuelven en media hora, como en un capítulo de ‘Los Roper’. Pues en su caso las trabas tampoco se evaporan pero la música parece curarlo todo (o casi todo): “La mayoría de las bandas tiene altos y bajos. Con nosotros las cosas permanecen iguales”, explican.
Brian Johnson y Angus Young
Tan idénticas como su fórmula, ésa que no experimenta evolución alguna, deseo expreso de los fans. “¿Para qué si funciona?” es la respuesta unánime de los feligreses. Tampoco modificaríamos una coma de ‘El Quijote’, la abstracción de Vasili Kandinsky o los ojos verdes “luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano” que describía Bécquer. Los seguidores españoles apoyaron este razonamiento en la taquilla. Las entradas para los conciertos del grupo en Madrid y Barcelona esta primavera (el próximo 29 de mayo, en el Estadi Olímpic Lluís Companys, y el 31 de mayo y 2 de junio, en el estadio Vicente Calderón) se agotaron en apenas 24 horas, casi tan rápido como desapareció la placa de la calle que Leganés le dedicó a la agrupación (la original y su repuesto. El tirón de AC/DC…).
Y el éxito no va por barrios, puesto que las localidades para las actuaciones previstas en Dublín, Londres y Zurich se despacharon en el mismo suspiro. La expectación por su visita supera a la generada con otros venerados de la historia de la música como Mick Jagger y secuaces, Bruce Springsteen, Bob Dylan o los Who. Quizá sea porque los creadores del ‘Let There Be Rock’ se acercan más a la espontaneidad; porque son puro desgaste, camisetas sudorosas, deportivas y vaqueros; porque hacen bailar hasta caer de rodillas, como leíamos en ‘USA Today’, porque lo que les falta para haberlo hecho todo es una escultura de sus falos ‘made in’ Plaster Caster… o porque Keith Moon ya no se encuentra entre nosotros. El interés por la vuelta de los australianos no se ha resentido ni con la ausencia anunciada de Malcolm Young. El icónico guitarrista sufre demencia, enfermedad que le ha obligado a decir adiós al grupo que cofundó y a internarse en una clínica de Sydney), sustituido por su sobrino Steve. Sus compañeros cuentan que ya en la gira de 2009, en la época de ‘Black ice’, olvidaba sus partes a las seis cuerdas. Eso sí, su hermano Angus ha recuperado algunos riffs firmados por ambos para este trabajo, el decimoquinto, recién salido del horno, ‘Rock or bust’, que los músicos desgranarán en la inminente gira. “Queríamos hacer un disco más pero con todo lo que ha pasado ha sido un reto”, suspira.
AC/DC en los 70
“In rock we trust, it’s rock or bust”; “En rock creemos, es rock o reventar”, canta AC/DC este lema transformado en estribillo. Pues en su caso se han cumplido las dos premisas. El rock ha propiciado una explosión de honores, y de cifras, desde que la formación parió el disco. Este LP debutó en el top 5 en 25 países, además de situarse en el tercer puesto de la lista Billboard Top 200, vendiendo más de 174.000 discos durante la primera semana de vida. Y es que los discípulos de la banda satisfacen aquella explicación del Sancho Panza de Ricardo Darín en ‘El secreto de sus ojos’: “Los tipos pueden cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… Pero hay una cosa que no se puede cambiar: la pasión”. En este contexto, era el fútbol. En el que nos ocupa, la música. Los sonidos de AC/DC. Y en el caso de los miembros de la formación, el rock es la mano que mece su mundo. Angus Young lo resume: “El rock es mi viagra”. Suficiente.
“Una gran bola de queso con ratas”
Quien juega con mierda, se ensucia. Es lo que pensó más de uno cuando, a principios de noviembre de 2014, conocíamos que Phil Rudd era acusado de propiciar el asesinato de dos personas, proferir amenazas de muerte y posesión de metanfetaminas y cannabis. Posteriormente, la policía de Nueva Zelanda retiró los cargos por asesinato por falta de pruebas (el resto continúa en proceso). Tendremos que esperar unos meses para borrar o no de nuestras bocas la expresión “vaya joyita”. El batería, que ha participado en este último disco pero no aparece en los créditos de los dos primeros videoclips ni en las imágenes promocionales y es duda para el tour, se resiste a abandonar el grupo: “Voy a volver con AC/DC, quiero mi trabajo y mi reputación de vuelta”, ha advertido. El músico, que ingresó en la mítica formación en enero de 1975, se defiende manifestando: “Todo esto ha sido una gran bola de queso con ratas tratando de hacerse con su parte. Es la vida pero esto no es lo que soy”, lamenta. Tiempo al tiempo.
Antes de la Nochevieja de 1973
La guitarra permitía olvidar a los pequeños Young sus frustraciones escolares, su patria escocesa en tierras de canguros, los bolsillos sin fondo… Y por fin ofrecieron su primera actuación oficial en la Nochevieja de 1973 con la formación que les catapultaría a la fama. Pero como todo mito, la historia comenzó a forjarse mucho antes, en la llamada Markus Hook Roll Band, proyecto que solamente vivió en el estudio y donde se fogueaban junto a sus hermanos George y Alex (voz y saxo) y Harry Vanda. Un regalo de altura irrumpió en nuestros oídos el pasado verano, la reedición de aquel trabajo (de nombre ‘Tales of old grand-daddy’) que el clan grabó ese año, meses antes del nacimiento de la locomotora roquera más contundente del universo musical. El antecedente de un sonido para la eternidad, el preexistir de unas señas de identidad reconocibles desde el primer acorde, la advertencia de lo que estaba por venir (aunque no suene tan rotundo y aplastante).
¿Si la Markus Hook Roll Band se hubiera subido a un escenario, la maquinaria AC/DC habría visto la luz? Mientras planteamos elucubraciones sin respuesta, tenemos la posibilidad de escuchar algunos de estos temas, perlas como ‘Goodbye, Jane’, ‘Ape man’ o las rarezas ‘Louisiana Lady’ y ‘Moonshine Blues’, entre otras. Y es que, como ha declarado el productor de aquel álbum, Wally Waller: “Parece justo decir que las semillas de AC/DC fueron sembradas aquí y que las raíces se estaban formando”. “Los Young…” (seguimos escuchando a Waller) “… eran una familia increíblemente talentosa y fue un placer trabajar con ellos. Sin egos, sin basura, sólo buena vibra en las grabaciones. Regresé de Australia con demasiado material para un disco y después de mezclar todo en Abbey Road fue difícil elegir qué dejar fuera”.
Parece ser esa pulcritud en su tarea lo que ha permitido que el grupo sobreviva en estas cuatro décadas a sucesos por los que otras bandas terminan en la cuneta. Por ejemplo, a un cambio de cantante. Tras la muerte por intoxicación etílica en febrero de 1980 de Bon Scott, los músicos lidiaron con el dilema “¿continuar o no?” El engranaje no dejó de funcionar con la voz más ahogada de Brian Johnson. Tampoco ahora, que se enfrentan a su disco más complicado. Dicen los que le han visto, que el menudo Angus se encuentra un poco desmejorado, con profundas bolsas en los ojos, no oye bien y parece frágil. No nos acostumbramos a que Malcolm no se acuerde de acariciar su guitarra. Pero AC/DC continúa.