Con estilo propio, un pie en España y el otro en EEUU, capaz de recrear la épica como la fantasía más delirante, de la mitología griega (desde su particular visión) al saturado mundo de los superhéroes, entre Astiberri y Dark Horse… uno de los mejores dibujantes de cómic que ha dado España. Para quien no lo conozca todavía, David Rubín.

IMÁGENES: Astiberri / Dark Horse

El manual del buen artista, sea del formato que sea, en cualquier género o forma de expresión, dice que la primera misión de todo creador es tener un estilo propio. Que se le distinga de lejos. Que el público reconozca y establezca de golpe el nexo entre lo que observa y un nombre, un movimiento o una idea. Una vez que se consigue eso, el artista sólo debe limitarse a explorar las variaciones sin traicionarse a sí mismo. Todo lo demás vendría rodado. O al menos eso dice el manual nunca escrito. De la misma manera que reconocemos un Picasso, un Goya, un Van Gogh o un Dalí a los creadores gráficos, dibujantes o ilustradores también los podemos identificar a la primera. Es, además, en estos casos, casi una necesidad: en muchas ocasiones su estilo va ligado a la propia supervivencia profesional, ya que muchas veces se ficha a alguien por su estilo. Es lo que le ocurrió en su día a Mike Mignola, que da igual lo que haga, siempre será el padre de Hellboy y cada dibujo nos recuerda, de alguna forma, al hijo de las tinieblas que sólo retrasa el inevitable Ragnarok. Rubín es otro buen ejemplo de que esa máxima es inalterable.

A Rubín se le reconoce por su trazo y el uso del color, por esa mezcla extraña basada en la diversidad completa. Los héroes y personajes principales suelen compartir los rasgos de los que son estéticamente cincelados: en ‘El Héroe’ o ‘Ether’ parecen sacados de las páginas de DC o Marvel, físicamente imponentes aunque el trazo de Rubín es mucho más estilizado y esquemático en algunos aspectos, humanizado. No parecen muñecos. El truco está en el trasfondo humano o monstruoso que los rodea. El resto de personajes adaptan miles de formas distintas sin perder nunca el estilo visual que le caracteriza. Viñetas en las que el personaje central camina entre una nube de gente; se le distingue, pero luego vemos la increíble variedad de formas que utiliza para el resto. Otros se repiten una y otra vez, el mismo esquema dibujado mil veces con variantes; Rubín se recrea en las diferencias aunque al final se intuye que su mano dibuja según patrones. Como todos, obviamente. Un buen ejemplo es ‘Rumble’, lo último que ha publicado, de nuevo con Astiberri pero con las editoriales norteamericanas detrás.

Lo que importa, además de la fuerza, expresividad y un trazo particular, son las influencias de Rubín, que incluyen al mencionado Kirby o Frank Miller, Paul Pope o incluso la disposición del ángulo cinematográfico. Pasó muy bien de las historias cortas a la densidad narrativa de las novelas gráficas, un salto que no todos hacen, pero que en el caso de Rubín ha resultado ser perfecto. En cierta entrevista de 2012, cuando apareció el primer volumen de ‘El Héroe’, le preguntaron a Rubín cómo organizaba la obra. La respuesta resume muy bien el enfoque: “El modo en el que articulo el lenguaje del medio, la composición de página y el ritmo de lectura son, creo yo, la gran clave que hace que la lectura de una obra tan larga resulte amena, divertida y rápida”. Y el color, que para él es un “elemento puramente narrativo, no ornamental o de relleno, que es como se suele utilizar habitualmente […], un color que sólo puedes ver y encontrar en un cómic. No como parece que está de moda ahora, colorear el cómic como si cada viñeta fuera el fotograma de una película, imitando al cine”.

Además Rubín tiene otra particularidad, y es que ha metido su imaginación en un lugar muy transitado desde hace tiempo, el de los héroes. Uno de los temas más trillados de los que salió con buen pie. El mejor ejemplo son los dos volúmenes de ‘El Héroe’, su particular visión de Hércules y con los que destacó definitivamente, ser algo más que una promesa del cómic español. Fue también la gota que colmó el vaso de los que observaban desde el otro lado del Atlántico: ya había colaborado antes con autores norteamericanos, como cuando ilustró los relatos de ‘Solomon Kane’, pero fue entonces cuando puso el pie en el otro lado con la editorial Dark Horse, una de las grandes del mercado de EEUU y que se encargó, por ejemplo, de publicar toda la serie sobre Hellboy. Francia e Italia, los otros grandes mercados europeos, también acogieron a Rubín con los brazos abiertos con su Hércules más humanizado. La mitología griega pasó a ser parte de su base de trabajo: repitió con ‘Olimpus’, pero también con las otras cadenas de mitos, modernos o antiguos, que surgen alrededor de los superhéroes, como en el caso de Ether, Black Hammer o la más nueva Rumble. ‘El Héroe’ supusieron cuatro años de trabajo y es una de las obras que mejor le define, ese apego al mito más antiguo de raíces griegas y mesopotámicas.

Es más, entroncándolo con el otro mito, el del superhéroe de origen anglosajón que plasma el cómic norteamericano y que tanto ha definido la cultura contemporánea. En realidad es un trasunto del héroe homérico mezclado con ciencia-ficción, fantasía (‘Ether’ es uno de los mejores ejemplos), épica y ese eterno poso nietzscheano del superhombre que parece más vinculado al villano antagonista que al propio héroe. Su base es lo que se denomina “sense of wonder”, sentido de lo maravilloso, de lo diferente, anormal, épico y ligado con la divinidad que cultivaron Stan Lee, John Romita o Jack Kirby. No se trata tanto de qué superhéroe se elige para trabajar, sino de cuál es su naturaleza divina en el sentido de poder no humano. Por ejemplo: Batman no entraría estrictamente en esta tradición, ya que es un mortal con recursos y entrenamiento, pero desde luego sí que entraría Superman. En un paso intermedio estarían los “héroes a la fuerza”, humanos que por accidente se convierten en héroes: en esto el especialista es Stan Lee, que repitió fórmula innumerables veces, desde Spiderman a Hulk, víctimas de accidentes (muchos relacionados con la energía nuclear) que les transfieren el “sense of wonder”.

En esa nebulosa se basa parte del trabajo de Rubín, que suele ejercer de artista bajo el paraguas de historias ajenas (como en el caso de ‘Solomon Kane’, ‘Black Hammer’ o ‘Rumble’) pero que cuando se mete de lleno tras la narración también encuentra camino para la expresividad total. Aunque es sólo un apunte de una carrera donde se entremezclan desde visiones delirantes del universo literario de Cervantes, la fantasía épica o las distopías al mejor estilo de Phillip K. Dick. Un artista tan personal como polivalente, dispuesto a poner las manos al servicio de sus inquietudes y de las grandes narraciones ajenas. Eso sí, de lejos siempre sabrás que es de Rubín. Ha cumplido de sobra con la primera norma del manual no escrito del artista. Y apenas tiene 40 años. Si es tan longevo como Stan Lee queda mucho recorrido.

¿Quién es David Rubín?

Nacido en Orense en 1977, estudió diseño gráfico antes de saltar al cómic, la ilustración y la animación. Después de varias obras cortas, aparece el primer trabajo largo, ya con Astiberri, editorial con la que ha mantenido una larga relación creativa. Es en 2005, con ‘El circo del desaliento’, con la que es nominado como autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona de 2006; gana el primer premio Castelao, y se edita en gallego, castellano, italiano y francés. Su siguiente novela gráfica, ‘La tetería del oso malayo’ (Astiberri, 2006), también publicada en Francia, Italia y la República Checa, se lleva cuatro nominaciones a los premios del Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2007, logra el galardón al autor revelación y le acredita como finalista del I Premio Nacional del Cómic. Ya era una de las grandes promesas. Posteriormente aparecen ‘Cuaderno de tormentas’ (Planeta, 2008, y Astiberri, 2018), codirige ‘Espíritu del bosque’, un largometraje de animación CGI, y adapta al cómic ‘Romeo y Julieta’ (SM, 2008), de William Shakespeare, y ‘El monte de las ánimas’ (SM, 2009), de Gustavo Adolfo Bécquer.

Ilustra la colección de relatos ‘Solomon Kane’ (Astiberri, 2010), de Robert E. Howard, y se sumerge en la actualización en cómic del mito de Heracles con los dos tomos de ‘El héroe’ (Astiberri, 2011 y 2012), la obra con la que realmente dio el salto definitivo para dejar de ser promesa y convertirse en uno de los mejores dibujantes salidos de España. A partir de ahí llegarían el poema épico ‘Beowulf’ (Astiberri, 2013), en colaboración con Santiago García, dos spin off de ‘Battling Boy’, de Paul Pope, centrados en el personaje de Aurora West, de los que se han publicado ambos tomos en 2014 y 2015, así como ‘La Ficción’, junto con el guionista Curt Pires (Astiberri, 2015), y ‘Miguel EN Cervantes. El retablo de las maravillas’, con Miguelanxo Prado (Astiberri y Acción Cultural Española, 2015). Realiza junto a Marcos Prior la novela gráfica ‘Gran Hotel Abismo’ (Astiberri, 2016) al tiempo que se embarca en ‘Ether’ (Astiberri, 2017) junto a Matt Kindt, de la que realiza el segundo tomo mientras se publicaba, en julio pasado, el primer tomo de la serie ‘Rumble’, además de colaborar en varios episodios de la serie ‘Black Hammer’ (Dark Horse), con guiones de Jeff Lemire.