En la semana en la que se conmemora el 70º aniversario de la liberación del peor campo de concentración nunca pensado, Hollywood se mueve para intentar no dejar fuera de la memoria aquel horror que traspasó condición étnica, religiosa y humana.
En Auschwitz no sólo murieron judíos. También fueron masacrados gitanos, homosexuales, izquierdistas, exiliados republicanos españoles, soldados rusos, resistentes alemanes y cualquiera que fuera ofensivo para el Tercer Reich por el mero hecho de entrar en alguna de las categorías kafkianas y arbitrarias del peor régimen político nunca conocido. Quizás con excepción de la URSS, que también mató por cientos de miles, pero de otra forma. Fueron precisamente soldados soviéticos los que liberaron el campo polaco, los primeros en hacer fotografías y documentar lo que encontraron para poder luego ajustar cuentas con la Alemania vencida. Cuentan que muchos soldados rusos, acostumbrados al horror (muchos luchaban desde el asedio de Stalingrado y parecían curados de espanto), no pudieron soportar la visión de aquellos fantasmas humanos, de las fosas comunes abiertas y de las montañas de cadáveres apilados a la espera de ser incinerados o enterrados.
Pero sobre todo fue el pueblo judío el que acumuló más nombres en una lista negra de caídos por el simple hecho de ser judíos. Quizás por eso una parte de Hollywood (no todo, que también hay muchos productores, ejecutivos y actores que pasan de este tipo de sucesos) ha decidido moverse para evitar que caiga en el olvido. Porque después de los aniversarios, de los discursos sentidos y profundos de los políticos alemanes, polacos, franceses y británicos (durante los actos no estuvieron ni Vladimir Putin ni Barack Obama, uno peleado con Occidente y el otro de visita en Arabia Saudí para dar el pésame por la muerte de un dictador teocrático), sólo queda la memoria. Y ésta siempre termina por fallar al cabo de un tiempo. Cuando ya no quedan supervivientes y testigos directos los hechos históricos se convierten en leyenda. Y eso es peligroso.
No se podrá decir nunca que Steven Spielberg no ha luchado contra ese olvido. En su haber está la magnífica y demoledora ‘La lista de Schindler’, blanco y negro con contrapunto rojo en aquella chaqueta de niña que servía al espectador de guía rápida por el proceso de picadora de carne que era Auschwitz: tren, bajada del tren, catalogación rápida de la carga humana y destino final, unos a la muerte directa y otros a los trabajos forzados que sólo servían para dilatar el proceso. Tanto que muchos supervivientes aseguraban envidiar a los que murieron al poco de llegar. Y Spielberg volverá a moverse para evitar que eso se olvide. También tiene en su currículo la USC Shoah Foundation, que creó en 1994 tras ‘La lista de Schindler’ y que durante años ha buscado y grabado los testimonios de los supervivientes de los campos de concentración para evitar que se pierdan y sirvan de prueba audiovisual del horror.
Dicen de Spielberg que cuando se cabrea tiembla el misterio a la sombra de las colinas del valle de Los Ángeles, pero no deja de ser un solo hombre (rico, muy rico) que intenta mover conciencias. La maquinaria de Hollywood se puso en marcha a su alrededor. Spielberg se alió de nuevo en este aniversario para poder concretar ese recuerdo y que no regrese nunca más; ahora con David Zaslav, de Discovery Communications, con el que organizó una ceremonia de aniversario con un centenar de supervivientes del campo. Es parte del intento del director norteamericano para rescatar lo poco bueno del horror, el espíritu de supervivencia. Todo forma parte del proyecto ‘Auschwitz: The Past is Present’, un gran esfuerzo educativo directo a los escolares. La intención de Spielberg es que los profesores sepan cómo explicar el Holocausto a los alumnos.
Un puñado de obras maestras contra el olvido
Pero la huella de Spielberg sólo es parte del trabajo arduo de memoria colectiva que ha realizado Hollywood durante décadas. Su papel en la glorificación de la Segunda Guerra Mundial es fundamental, una contienda que pasa por ser quizás la única guerra “necesaria” de todas las que ha librado la Humanidad. Puede que el esfuerzo bélico que justificó la democracia y salvó al mundo del nazismo. Y en ese trayecto de memoria audiovisual han quedado historias que encumbraron el cine como arte y como vehículo de transmisión de ideas y valores. Porque no todo va a ser negocio, violencia, sexo y palomitas. Aunque muchas veces se confunden ambos lados. Hay un buen puñado. Empezamos por dos que son fundamentales para entender lo que era ser judío bajo la bota del Tercer Reich.
‘La lista de Schindler’
Hay dos películas que son la cima trágica de la persecución de los judíos. Una es la mencionada ‘La lista de Schindler’ (1993), coronada con siete Oscar y el definitivo abrazo entre Hollywood y Spielberg, al que llevaba muchos años regateando el reconocimiento final a pesar de que el director californiano salvó a la industria de la anemia total en los años 80 con sus éxitos de taquilla. Quizás sea la mejor película nunca hecha por Spielberg. Y él, en el fondo, lo sabe. Quedan esos primeros 25 minutos de ‘Salvar al soldado Ryan’, pero para gustos los colores. Aquí, sin embargo, el heroísmo queda sepultado por el relato. Y repetimos, ese único punto de color de la chaqueta roja de la niña en un universo en blanco y negro. Liam Neeson hizo el papel de su vida como aquel empresario alemán que además de enriquecerse durante la guerra salvó discretamente a miles de presos judíos de morir al hacerlos trabajar en sus fábricas.
La otra película es ‘El pianista’ (2002), de Roman Polanski, ahora inmerso en el enésimo intento de un tribunal norteamericano por extraditarle por abuso de menores hace más de 30 años. Por ese exilio europeo entre Francia y Polonia, el pequeño director, descendiente de una familia que en parte murió en las cámaras de gas, concibió esta película también oscarizada (Mejor Director para él y Mejor Actor para el profesionalmente desaparecido Adrien Brody) que narra la vida del pianista Wladyslaw Szpilman, que escapó del guetto de Varsovia y deambuló durante toda la guerra por aquella ciudad fantasma y reducida a escombros, salvado in extremis por un oficial alemán melómano. Polanski no escatimó escenas para narrar cómo era la persecución de los judíos, cómo la resistencia de los judíos obligó a hincar la rodilla en tierra a la Wehrmacht durante unos días y el espanto final de la destrucción de la ciudad en venganza.
Adrien Brody y Roman Polanski durante el rodaje de ‘El pianista’
A otro nivel de narración de los campos hay otra película muy diferente, ‘La vida es bella’ (1997), de Roberto Benigni, que a su manera describió lo que era ser judío e irreverente en la Italia de Mussolini. Padre, esposa e hijo pequeño terminan en un campo de concentración alemán, y al personaje que interpretó Benigni no se le ocurre otra cosa para ahorrarle el tormento de aquello que convencerle de que es un concurso donde le regalan un tanque al que gana. Entre la comedia y la fría descripción del momento histórico deambuló una película que no todos aceptaron y que todavía hoy es criticada. Lo que en Europa se vio como un intento diferente de narrar el Holocausto, muy concretado en la historia de Guido y su familia, en EEUU (a pesar de los tres Oscar que se llevó) hizo rechinar los dientes a más de uno. Para rematar la incomprensión entre el especial sentido del humor satírico italiano y el encorsetado Hollywood queda el paseo de Benigni saltando por encima de Spielberg camino de recoger su Oscar. Algo así como la bufonada final.
Hay muchas más películas, todas muy diferentes, sobre los campos de concentración. Por ejemplo hay que recordar a Meryl Streep y ‘La decisión de Sophie’ (1982), que le valió el segundo Oscar a la actriz, dirigida por Alan J. Pakula en esta mirada diferente de cómo fue el exterminio a partir de los recuerdos de una superviviente y cómo su vida quedó arruinada para siempre. En ese mismo camino femenino, y como pionera en un tiempo en el que parecer progresista o liberal era poco menos que pecaminoso estuvo la primera de las versiones en gran pantalla de ‘El diario de Ana Frank’, de 1959, de George Stevens, que también subió a por Oscar.
‘La solución final’, con Stanley Tucci y Kenneth Brannagh
Y algo más olvidada pero igualmente imprescindible es ‘La solución final’ (2001), un telefilme que corta la respiración por la frialdad y el costumbrismo inmoral de la Conferencia de Wannsee donde la cúpula nazi diseñó la Solución Final del Holocausto. Dirigida por Frank Pierson, juntó en el mismo rodaje nada menos que a Kenneth Branagh, Colin Firth y Stanley Tucci. En pantalla, con una puesta en escena casi teatral, la reunión de enero de 1942 los 15 hombres que, siguiendo órdenes de Hitler, diseñaron el plan de exterminio de los judíos. De aquella conferencia se redactaron decenas de transcripciones y copias que fueron destruidas antes de la rendición. Todas menos una, que apareció por casualidad en el Ministerio de Asuntos Exteriores y que documentó en los Juicios de Nuremberg muchas responsabilidades.